Corría el año 258 A.C., Cartago envía al cuestionado general Anibal Giscón defender la isla de Cerdeña. Tras una vida azarosa con derrotas y victorias en su haber, la pérdida de toda la flota cartaginesa contra los romanos, puso su cabeza pendiente de un hilo, tal y como le sucedería al envidioso de Damocles; cuando el tirano Dinisio I, le dejó sentarse por una noche en su trono. Durante el banquete, el ciudadano se dio cuenta que una espada estaba sujeta por un hilo sobre su efímero trono. El rey, le advirtió que esa noche disfrutaría de los lujos, y los peligros que él mismo padecía cada día.
Debía defender una plaza complicada, así decidió repartir la responsabilidad con sus soldados, sometió a votaciones los turnos de vigilancia, las tácticas que se debían emplear en los ataques, el reparto de alimentos... los días pasaban en poner de acuerdo a tanto soldado ocioso, que prefería discutir en corrillos a prepararse ante la inminente batalla.
Los espías Romanos, pronto dieron cuenta a sus cónsules del estado democrático en el que estaba sumida la isla. El ataque y la victoria se realizó con celeridad. Los soldados no sabían que hacer, Giscón sometía a votación todo, sus generales se desesperaban al ver que cada decisión, se realizaba tarde. Al final perdieron Cerdeña, y los que lograron huir, culparon de su desgracia al general demócrata, al que crucificaron por no haber sido capaz de ganar al pueblo romano.
En el jardín azul había flores diferentes a todas. En el jardín azul habia aromas por nadie nunca sentidas. En el jardín azul habia sonrisas que jamás terminaban. En el jardín azul habia poemas que en su luz se elevaban. En el jardín azul habia un tesoro; estaba el fin del dolor. En el jardín azul estabas tú... estabas tú, y me amabas. (Germán Alexis Gilio)
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miércoles, 20 de abril de 2016
jueves, 7 de abril de 2016
MUERTOS VIVIENTES
La noche hacía
rato que se había ido, mi amigo Marcelo y yo volvíamos cansados a
casa. Sentados en el vacío vagón de metro, esperábamos impacientes
llegar a nuestra estación.
La próxima era la
nuestra, el tren comenzó a disminuir la marcha, pudimos ver que en
el andén, cientos de personas se agolpaban. Sus miradas fijas en
ningún punto delataban que hacía tiempo aquellas almas andaban
inertes. No dábamos rédito al dantesco espectáculo al que
asistíamos como espectadores de primera fila; el tren detuvo su
marcha. El miedo se apoderó de nuestros enjutos cuerpos, en segundos
las puertas se abrirían y aquella muchedumbre entraría en tropel.
Un silbido hizo que nuestros vellos se erizasen, un instante
después,el acceso quedó franqueado y aquellos seres alienados
entraron sin prestar atención a nuestros jóvenes cuerpos. Como
pudimos nos deslizamos al exterior.
Afortunadamente,
escapamos una vez más de la rutinaria vida de los habitantes de la
ciudad.
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