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sábado, 5 de octubre de 2024

Espinoza, El apremio. (Relato +18)

 Capítulo I

 "La Oficina"

La mañana estaba fría, Tomás se frotaba las manos para hacerlas entrar en calor, pronto el reloj daría las cuatro de la madrugada. “La Oficina” era el primer bar en abrir y último en cerrar, a veces, Tomás tenía jornadas de veintidós horas, decía que al menos cerraba esas dos horas para poder dar de comer a sus gatas, Michi y Gata, dos siamesas criadas a biberón y que vivían en el piso a cuerpo de rey. A cambio de cama y comida mantenían el hogar de Tomás libre de roedores e insectos.

Sacó las llaves pensando en la buena vida que llevaban sus felinos, al introducirla en la cerradura sintió como si lo absorbieran desde la acera de enfrente, un sonido que lo dejó sordo se expandió por toda la calle, iba acompañado de un calor extremo que le hicieron tomar consciencia momentánea que su local había explosionado y que él volaba hacia la otra acera impulsado por la onda expansiva.

Un coche negro arrancaba el motor y desaparecía calle abajo mientras vecinos asustados comenzaban a levantar persianas para ver qué había sido aquel ruido atronador en forma de explosión que los había sacado de la cama aquella fría mañana de Febrero.

Al funeral asistieron pocas personas, Jesús miraba fijamente el ataúd mientras lo introducían de manera pausada en el horno crematorio. Una voz femenina lo sacó de sus pensamientos.

- Mala suerte que se dejara el gas abierto y al entrar fumando le explotara en la cara.

Jesús no dijo nada, encendió un cigarrillo y girando sobre sus talones le dijo a su compañera:

-Tomás no fumaba, esto ha sido intencionado y alguien muy poderoso me ha mandado un aviso.

La inspectora Gutiérrez abrió los ojos anonadada, a pesar de llevar más de un año junto a el inspector, aún la sorprendía con su capacidad intuitiva y cómo se tomaba las cosas vitales de una manera tan tranquila, tranquila se repetía ella en la mente, que no pasiva. Tuvo que dar algunas zancadas rápidas para alcanzar al hombre que más de una noche la había dejado sin dormir.

-¿Vamos a comisaría o a “El Paraíso”?, quiso saber Emilia. Todo ello lo dijo ya montada en el coche y bastante tensa porque a pesar de las veces que iba de copiloto con su compañero, no lograba acostumbrarse a la forma tan brusca que tenía de conducción el inspector.

-Jesús, con ambas manos en el volante y la mirada fija en el asfalto respondió con un lacónico: -¡No!.

-¿No?, cuestionó ella, ¿No qué?, quiso que Espinoza ahondara y verbalizase sus intenciones.

-Vamos al Ayuntamiento, reveló de forma abrupta, sin más explicaciones ya que no se sabe porqué razón, el policía daba por hecho que todos a su alrededor debían saber o pensar de la manera que él lo hacía.

No tardaron en llegar a la casa consistorial, A Emilia le molestaba bastante el ir al rebufo de su compañero, además, no tenía ni idea de qué “coño” hacían en ese edificio, ni a quien iban a ir a visitar. Como hacía últimamente, callaba y aprendía del mejor.

Subieron las escaleras principales y llegaron a la alcaldía, allí una chica vestida tal que una ejecutiva escribía en un portátil y hacía las veces de cancerbera custodiando la puerta del despacho del alcalde.

Cuando ambos se pusieron frente a la mesa, la mujer levantó la vista de la pantalla y con una voz muy dulce, casi empalagosa habló:

-¡Buenos Días!, ¿Qué desean?.

- Ver al alcalde, la voz grave de Jesús rebotaba en aquellas paredes marmóreas contrastando con la de la funcionaria que apenas habían sobrepasado el borde de la mesa.

- ¿Tienen cita?, volvió aquella dulce voz a sonar,

 -Por que el Señor Alcalde sólo atiende con cita previa. Apostilló volviendo su mirada a la pantalla del portátil y dando por finalizada la conversación con aquellos extraños.

¡Señor!, se sobresaltó Gutiérrez al oír llamar así al alcalde, si supiera esa jovencita lo que ella ha visto a ese “Señor” meterse por el culo de la manera más indigna posible…

¡No!, gruñó Jesús, No tenemos cita ni la tendré nunca, avise si quiere de nuestra presencia o no lo haga, me la suda. Al decir esto la mujer sentada tras la mesa abrió los ojos queriendo mostrar un asombro del que ninguno de los policías echó cuentas, ya que cuando ella logró pestañear, el detective abría la puerta de la alcaldía y accedía a su interior.

La secretaria saltó tarde y mal de su asiento tratando en vano de evitar lo ya inevitable, Emilia había seguido los pasos de su compañero, así que le cerró el paso a la pobre mujer que manoteaba tras ellos gritando:

- ¡Lo siento señor Alcalde!, ¡lo siento!. Curioso era ver a esa jovencita gritar y que sus gritos fueran insonoros, de hecho, con el mismo tono que hablaba gritaba. La inspectora no sabía si reír o abrazarla cual peluche.

-¡Hombre Espinoza! Saludó el Alcalde a los recién llegados, ¿Qué te trae por mi despacho?. El tono socarrón y cómplice que usaba con el Inspector contrastaba con el porte hierático de Jesús.

-No pasa nada Sandrita, son bien recibidos. Le dijo el Alcalde a la joven secretaria que comenzaba a transpirar por cada poro de su piel y a respirar de forma ahogada por su incapacidad de mantener a salvo a su jefe de esos intrusos.

Cuando la chica cerró la puerta, el edil volvió a tomar la palabra.

-¿Y esta bella joven que te acompaña quién es?, quiso saber el político, que permanecía tras su enorme mesa de despacho sentado mientras los policías se mantenían de pie sin ninguna invitación a que cambiasen su estado.

Inspectora Emilia Gutiérrez, se presentó la mujer adelantándose a Espinoza y sacando su tarjeta identificativa a la vez que se la mostraba al curioso hombre que no hizo el menor caso a la acción de la mujer.

-¿Un habano?, le ofreció a Espinoza que sin mediar palabra lo rechazó al sacar su paquete arrugado de Chester y encender uno de los pocos cigarrillos que le quedaban.

Jesús dio una enorme calada al pitillo, mantuvo el humo en su interior por un tiempo indeterminado y cuando pareciera que nunca más volvería a salir, lo expulsó con fuerza hasta cubrir casi la totalidad de la cara del alcalde. Tras el humo, las palabras del detective:

-Si yo caigo caemos todos. ¡TODOS!, sus palabras fueron secas , duras, amenazantes.

Se giró en redondo, ofreció la espalda al alcalde, arrojó el Chester al suelo y al salir lo pisó cómo quien pisa un gusano al que se le tiene mucha inquina. No dijo adiós ni miró para detrás, se marchó de la manera violenta que había llegado.

De nuevo tocaba salir corriendo tras el hombre, Emilia era bastante consciente de que las maneras de su compañero eran diferentes, arcaicas, rozando, si es que no se sobrepasaba, la ilegalidad. Pero eso era lo que le hacía único en la ciudad.

Una vez sentados en el Ford, Emilia cambió la estrategia y no preguntó nada, se limitó a decir:

-¡Tengo hambre!. -¡Arranca y llévame a comer!.

Jesús la miró por primera vez a los ojos desde que estuvieran en el entierro de su amigo, cogió el último cigarrillo de su paquete y lo estiró con cuidado mientras hacía un gurruño con el paquete vacío y lo arrojaba al sillón de atrás. Comenzó a jugar con el tabaco entre sus robustas manos sin apartar la mirada.

-Esto es una putada, comenzó a sincerarse,

-si permaneces a mi lado es muy probable que te pase lo que al pobre de Tomás, y eso no me gustaría. Respiró hondo y continuó sin alterar el tono de su grave voz.

-Tengo información muy delicada de varios empresarios, políticos y gentes de negocios muy turbios, y la tengo porque me la confiaron para protegerla, pero ahora se ha convertido en una sentencia de muerte para todo aquel que me importe, e incluso para mí mismo. La única manera que tengo para salvaros a los pocos que os quiero es entregar esa documentación, lo que costaría mi vida. (O no entregarla y entonces os costaría a ustedes) pensó.

El silencio tras esta declaración fue ensordecedor, Emilia seguía mirando los ojos de aquel hombre tan íntegro al que había amado y que la tenía enganchada de manera física y mental.

-¡Sigo con hambre!, rompió de esta burda forma el tenso momento que se había creado. Por la mente de la joven, que seguía con la intención que llevaba cuando salió de la academia de no dejarse nunca corromper, no pudo evitar dejar pasar varias imágenes vividas de compañeros que se doblegaron y sucumbieron a la corrupción bien por miedo o por algo peor, ambición.

-Jesús esbozó una mueca en forma de sonrisa.

-¿Sabes que Tomás se ha jubilado y en “la oficina” la comida ya te la dan quemada?. A ver si encontramos algún antro que nos de un almuerzo que no nos destroce por dentro.

Arrancó el coche y puso rumbo a cualquier bar que les diera de almorzar un menú decente.





Capitulo II

“La Familia”


-¡Y estas serán las nuevas condiciones de la familia!. Hablaba así un hombre bajito, con cejas enormes y cara de tipo duro de una edad indeterminada entre los cincuenta y cinco y sesenta y cinco años,  su voz era grave y pausada, hablaba sin apartar el puro de la boca. Vestido con un traje a rayas, chaleco y corbata. Destacaba por su elegancia sobre el resto de miembros de la mesa que vestían de manera informal, a la moda.

La habitación forrada de madera iluminada con una gran cristalera que la separaba de una enorme terraza, estaba ubicada en el último piso del Hotel Miracles, del que el susodicho tipo era el dueño. En una enorme mesa, sentados y sin rechistar, se miraban en silencio los miembros más destacados del hampa de la zona. A pesar de ser respetados por todos los ciudadanos de "La Capital", había uno que les hablaba de forma tan humillante, que de ser cualquier otro, estaría muerto al instante, ese hombre que tan desahogadamente hablaba no era otro que el jefe supremo. El Sr. Pom.

Nacido en una familia obrera muy humilde, había logrado ir ascendiendo hasta la cúspide de la pirámide del mal, debido a su crueldad, sangre fría y capacidad de analizar las distintas situaciones sacando de ellas la máxima rentabilidad. Hacía varios meses que había dejado la costa para asentarse en “La Capital” asestando grandes golpes de enorme virulencia sobre los miembros más reacios a perder su cuota de poder.

En la reunión estaba dejando claro a todos los jefes de las distintas zonas que el cincuenta por ciento del dinero que pasara por sus manos le pertenecía a él, a cambio dejarían de tener que sobornar a policías, políticos o jueces. Desde ese mismo momento entraban bajo la protección única del Señor Pom, y  todo lo que pasara en “La Capital” necesitaba de su conocimiento y permiso.

De esta manera acababa el golpe de estado e instauraba la dictadura de la Mafia en el que él, el Sr. Pom era su máxima autoridad.

Ninguno de los presentes movió un labio para protestar, todos sabían que sus vidas en esa sala pertenecía a ese hombre, aunque estaban seguros que tarde o temprano acabarían con ese tirano. Lo que todos ignoraban es que el Sr. Pom no estaba en esa posición de poder por casualidad, estaba porque era el mejor.

-Salgamos a la terraza a celebrar esta nueva etapa, prosiguió con su verborrea el pequeño hombre a la vez que se levantaba de la silla de piel beig. Los hombres sentados a su alrededor se miraron de forma dubitativa, no estaban acostumbrados a recibir órdenes de nadie, y menos de un tipo de fuera de “La Capital”, un foráneo de la Costa.

Nueve hombres que se miraban cual partida de Poker, sin querer relevar sus verdadera intenciones, sus rictus estaban serios, no reflejaban ningún sentimiento, permanecían fríos e inertes.

Tomé, “El Greco”, aún no había cumplido los cincuenta, pero su pelo canoso y barba blanca lo hacían parecer mayor. se le conocía por ese sobrenombre porque según contaba él mismo, era nascituro de Toledo. Y aunque no conoció a madre o padre alguno, siempre llevó a gala el lugar dónde había sido encontrado. Según sus propias palabras, al nacer lo dejaron abandonado en la Iglesia de Santo Tomé, de ahí su nombre, y como coletilla siempre remataba diciendo: “Como todos sabréis, allí se encuentra la magnifica obra el entierro del Conde Orgáz, del Greco.” La mayoría no conocía al Pintor y mucho menos su obra, debido a esa anécdota que contaba desde su niñez, se le conocía como Tomé “El Greco”.

Afable en su trato directo del día a día, era un cruel jefe del crimen organizado. Su ambición le había llevado a no aceptar al Sr. Pom como nuevo jefe y le envió al de la Costa un mensaje directo. Cortó los testículos al correo que envió el pequeño hombre informando de la nueva situación, con una carta manuscrita, llena de faltas de ortografía advirtiendo que si algún otro foráneo llegaba a su territorio, acabaría de igual manera que el hombre que vino a traerle la información, pero esta vez con sus miembros en la boca.

El Sr Pom al recibir la noticia,  envió a cinco de sus mejores hombres a la casa del hijo mayor de “El Greco”. Mario, el primogénito de veintidós años y destinado a seguir los pasos de su padre; casado con Ana, una amiga de la infancia y con un crio de seis meses orgullo de su abuelo y que pronto sería bautizado con el nombre de Tomé.

-¿Quienes sois?, gritó Mario tratando de salir de la cama, fueron sus últimas palabras, un golpe en la cabeza con un bate de beisbol lo dejó tumbado boca arriba, la almohada de algodón blanco se fue tiñendo poco a poco de rojo. Sus ojos abiertos veían lo que ocurría a su alrededor pero era incapaz de articular palabra y su cuerpo convulsionaba bajo las sábanas.

Ana comenzó a gritar aterrorizada, lo hombres no tuvieron piedad de la joven, la desnudaron y la fueron violando uno tras otro, tanto vaginal como analmente en el lecho conyugal, junto a su marido, hasta que quedó exhausta y perdió el conocimiento. Mario fue testigo mudo de cómo una vez violada le cortaron la garganta sacando la lengua por la hendidura realizada en su joven yugular.

Su hijo lloraba desconsolado en la cuna, uno de los sádicos hombres le pidió al individuo que grababa la acción que lo enfocase, cogió al bebé con sumo cuidado de la cuna hasta hacerlo callar, una vez el niño estuvo sereno, el hombre miró a la cámara, sonrió.

-Enfoca de cuerpo entero, pidió.

El cámara abrió el plano captando a ese grandullón meciendo al infante, en un segundo dejó caer a la criatura a la vez que le propinaba una patada al cuerpo que caía sin control, reventando al pequeño que impactó contra la pared de la habitación cayendo al suelo inerte y lleno de sangre.

Una vez que toda la familia había sido masacrada, la cámara se centró en el hombre que seguía convulsionando, al enfocarle el rostro se pudo observar cómo unas lágrimas corrían por su rostro, pronto una voz conocida sonó en la grabación, era el Sr. Pom, que con su grave y pausado tono decía:

- ¡Bonita habitación!, y ¡Qué bien decorada!, la cámara se giró y en la película se podía observar al hombre bajito golpeando con un bastón el cuerpo del bebé en el suelo mientras seguía hablando.

-¡Lástima que hayamos llegado a esto querido Tomé!, como verás lo acontecido aquí es un aviso para ti y para todos los demás miembros de las zonas de “La Capital”. Debéis saber que todo lo que en ella existe o habita es de mi propiedad, y quien discrepe de mi decisión… terminó de hablar mientras con el bastón golpeaba la lengua de la mujer muerta.

Se giró teatralmente a la cámara y del bastón sacó un afilado cuchillo.

-¡Y esto! Señor Greco va dirigido en exclusiva para usted. Destapó a Mario, bajó el pantalón del pijama dejando el cuerpo desnudo del joven, cogió el pene y los testículos y de un tajo se los despegó del cuerpo, la sangre salió a borbotones, el pequeño hombre cogió los trozos de carne y se las metió al moribundo que ya apenas emitía ruidos en la boca.

Cuando Tomé “El Greco” visualizó el vídeo se desmayó, luego estuvo una semana vomitando. Al octavo día de la masacre se encontraba en una enorme mesa, en el ático de una habitación de hotel rodeado de compinches, los cuales habían recibido también el vídeo con el asesino de su primogénito; su nuera y de su primer nieto.

Tomó aire y exclamó:

-¡Queridos amigos, ya habéis oído al Sr. Pom!, salgamos a la terraza a brindar por esta nueva situación. Se incorporó de la silla a la vez que el hombre de las enormes cejas sonreía de forma sutil. Tras él se fueron levantando uno a uno todos los jefes de las zonas y acompañaron al afligido padre hacia la enorme terraza, en último lugar quedó el Sr. Pom, que ya con la habitación vacía de hombres, cerró la puerta de cristal dejando en el exterior al nutrido grupo. No les dio tiempo a aquellos asesinos saber lo que pasaba.

-¡RATATATATATATATA!, una ráfaga de ametralladora eliminó toda vida de aquella azotea, un rio de sangre y carne se fue escurriendo hacia el sumidero.






Capítulo III


"La llamada"

Se levantó con cuidado de la cama, no quería despertar a su compañera, ya hacía un año que se acostaba con ella y aunque se había negado a que se quedara a vivir con él, Emilia día a día iba lastrando su existencia en ese apartamento dejando cada vez más posesiones personales. La piel canela brillaba bajo la luz de la luna que atravesaba la enorme ventana abalconada de su dormitorio. Jesús la contempló en pie; desnudo; haciendo un análisis mental de cómo aquella hermosa criatura podía estar con un tipo cuya coraza comenzaba a pudrirse por la edad en un cuerpo poco agraciado.

Se sentía culpable por hacer que esa joven perdiese un tiempo precioso con alguien que casi la doblaba en edad y a su vez la vanidad le podía, ya que poseerla le hacía sentir joven y paladear el orgullo de macho triunfador le tapaba todo sentimiento de culpabilidad.

Cogió la cajetilla de Chester de encima de la mesa de noche y salió desnudo y en silencio camino al salón. La casa aclimatada le permitía deambular sin ropa sin sufrir las inclemencias del tiempo, además, se apartaba de la mujer para poder ver todo con claridad, ya que su presencia le hacía perder perspectiva.

La luz de las farolas callejeras y la luna llena hacía que el Salón estuviese completamente iluminado y aunque la diferencia de temperatura con el exterior superaba los 20º, Espinoza salió a la terraza con la única posesión de un encendedor y el paquete de tabaco. Apoyado en la baranda del balcón, miraba la vacía calle sin fijar la vista en ningún punto. Se puso un cigarrillo en la boca, a la vez que la frialdad se le iba pegando al cuerpo encendió el mechero y notó el calor de la llama en su rostro que se iba helando por momentos.

Cada bocanada de humo caliente que aspiraba hasta lo más profundo de su pecho le ayudaba a despreocuparse por el problema tan jodido en el que se había metido. Su mente se nublaba detrás del humo de ese cigarrillo que se consumía poco a poco pero que a Espinoza le parecía veloz.

Una mano caliente en su hombro frío le sobresaltó, era Emilia que enfundada en un edredón blanco se había acercado sigilosa, cual gata en busca de su compañero, Espinoza había dado un respingo pero ni se giró ni dijo nada, Emilia abrió el edredón y abrazó a inspector, sus calientes pechos notaron la frialdad de la espalda del hombre haciendo que el contacto con la frialdad endurecieran sus pezones, el hombre a su vez notó el suave tacto de la piel tersa y tibia de su amada. Se giró y besó a la mujer con pasión, dejó caer la colilla hasta la calle y con esa misma mano agarró el culo terso y duro de la chica que al sentir la poderosa mano que la asía, suspiró.

La terraza no era muy amplia, apenas dos metros de larga por uno de ancho, pero dos cuerpos enamorados se adaptan perfectamente al espacio del que se dispone, y así, embutidos en aquella colcha Jesús besó el cuello de la chica, bajó hasta sus pequeños y jóvenes pechos, se deleitó mordisqueando el pezón y quedó un buen rato saboreando las oscuras aureolas que coronaban aquellas pequeñas tetas que desafiaban impertinentes a la gravedad.

La mujer gemía con cada mordisco, se retorcía sobre la tela llena de plumas y notaba el peso del hombre sobre ella, sus manos recorrían la espalda y clavaban suavemente las uñas en la piel del hombre que sabía que cada vez que recibía esos apretones era para que su boca no dejase de succionar y morder los pequeños pezones y sus sabrosas aureolas.

Sin que la mujer lo esperase, Espinoza se levantó, la cogió enfundada en el edredón y la llevó hasta la habitación. Los cuerpos rápidamente se habituaron a la nueva temperatura, Jesús depositó a Emilia sobre la cama, apartó lo que la cubría y contempló durante unos segundo lo que iba a poseer en breve. El inspector se lanzó a la entrepierna completamente depilada de la mujer, su lengua devoraba aquel manjar que poco a poco se fue inundando, los gemidos de la mujer le permitían coger aire a la vez que su corazón se aceleraba, los orgasmos fueron cayendo en cascadas al igual que su flujo, un grito final la hizo derrumbarse en la cama y perder todas las fuerzas, Jesús reptó por el cuerpo agotado de la mujer sin apartar su lengua de la piel de la amada, así recorrió el vientre plano de la chica bordeando su ombligo, llegó a los pequeños pechos y se entretuvo lamiéndolos nuevamente para acabar el recorrido en la boca de la mujer, que recibió los labios y la lengua de su compañero con avidez.

El pene erecto del hombre encajó en la lubricada vagina de manera fácil, la excitación de ambos era enorme, la mujer que aún no se había recuperado de la anterior batalla, recuperó con rapidez el ritmo del placer. Bastaron unos pocos minutos de empuje del hombre, que junto a los movimientos de pelvis de ella, para que se vaciara en las entrañas de Emilia, que recibió al agotado hombre en su pecho, y así abrazados quedaron dormidos.

Minutos antes que la alarma del móvil sonara Jesús se despertó, la apagó y se metió en la ducha no sin antes mirar el maravilloso cuerpo dormido de su compañera Emilia.

Bajo el agua caliente no percibió que en el baño se colaba su amante, Emilia entró en la cabina de la ducha y sin mediar palabra se arrodilló frente al hombre y comenzó a jugar con sus labios y lengua con el pene, a Jesús le encantaba esos momentos en los que la inspectora se arrodillaba ante él y no paraba hasta dejarlo seco. El agua caía en la cara de la mujer, que a pesar de la incomoda postura mantenía un ritmo muy placentero para Jesús, sus manos agarraban con fuerza el culo del hombre, mientras este dejaba caer sus poderosas manos sobre la cabeza de la mujer marcando el ritmo.

Eyaculó en el interior de la boca de ella, que lejos de parar continuó hasta que los espasmos del hombre cesaron, una vez cumplido su objetivo, se levantó dándole besos por el pecho al inspector hasta llegar a los labios. Jesús notó aún el sabor a su semen en la lengua de ella, pero no se apartó.

A Jesús no le gustaba que se le colaran en la ducha, pero si era para aquellos menesteres, siempre la visita sería bien recibida, cuando acabó de besar a la mujer se apresuró en acabar. Emilia permaneció un buen rato bajo el agua.

Mientras la pareja andaba retozando en el cuarto de baño, el teléfono del inspector había sonado repetidas veces, debido al ruido del agua no oyeron cómo el móvil sonaba de manera incesante.

Cada ocho conexiones saltaba el contestador automático del móvil.

-“Soy el Inspector Espinoza, en estos momentos no puedo atenderle, deje su nombre y número al que desee que le llame y le contestaré lo antes posible”. Diez fueron las llamadas que recibió el móvil del inspector y cada vez que respondía el contestador, el emisor cortaba la misma. Hasta que en la última le dejaron un mensaje alarmante.

Cuando Jesús salió del baño no se dio cuenta de las llamadas perdidas del móvil, se vistió de manera pausada, recreándose en cada una de sus acciones, trataba así que su cabeza no le diera más vuelta al caso en el que él era el máximo protagonista.

Escuchó cómo la Inspectora Gutiérrez cerró el grifo del agua, canturreaba canciones de Fito y su voz desafinaba de manera exagerada, eso hizo que el hombre esbozara una sonrisa, todo no podía hacerlo bien, pensó…

Buscó el móvil con el cigarro en la boca, cuando lo encontró vio que había muchas llamadas perdidas en la pantalla, también un mensaje de voz, manipuló el aparato para poder oír el mensaje, cuando le dio al Play salía Emilia del baño con una toalla re liada en su pelo y otra en su cuerpo, ambos pudieron escuchar nítidamente el mensaje que les decía:

-”Inspector, soy Lázaro, de -el Paraíso -, en cuanto pueda llámeme al número de las llamadas perdidas, es muy urgente que hablemos, de vida o muerte”. La voz sonaba atemorizada, algo muy gordo acababa de ocurrir en aquel antro.








Capítulo IV

El Apremio”



Quince minutos después de oír la grabación de Lázaro, Espinoza y Gutiérrez estaban andando por el callejón oscuro dirección a “El Paraíso”, en la puerta del antro se encontraba el hombre que había insistido tanto por teléfono, un enjuto hombre de no más de metro sesenta y una edad comprendida entre los cuarenta y sesenta años, repeinado hacia detrás con media melena y cabello negro brillante por un exceso de gomina. Su ropa no mejoraba la imagen del pequeño hombre. Un traje de chaqueta beig anacrónico que le quedaba enorme, lo que le hacía parecer aún más pequeño y delgado. Fumaba dando fuertes caladas, mostrando así su impaciencia. Junto a él, una mujer con el pelo cortado a lo garçón con canas que afloraban entre las matas oscuras. Vestida impecable con un traje de chaqueta de dos cuerpo, al lado de aquel espantapájaros la hacía parecer mucho más alta y esbelta de lo que realmente era, miraba fijamente a los recién llegados. A Emilia no se le escapó el pequeño respingo que dio su compañero cuando se percató de la presencia de aquella extraña.

Cuando Lázaro vislumbró a la pareja, arrojó el cigarro al suelo y bajó ágil los dos escalones que separaban la entrada del Paraíso con el sucio callejón.

-¡Inspector, por fin!, soltó aliviado a la vez que tendía ambas manos hacia el policía. Impresionaba ver el efusivo saludo y cómo agarraba con aquellas secas y huesudas manos las enormes manos de Espinoza. Tal y como si el inspector fuese algo así como el Santo Padre. Emilia no perdía detalle de lo que iba aconteciendo y su mente hacía comparaciones que a ella misma se le antojaban increíbles.

Cuando llegaron a la altura de la puerta blanca Lázaro se giró para preguntar a Espinoza.

-¿Conoce a la señorita Antonia?.

La voz de la mujer no concordaba para nada con su figura, el timbre de su voz era de una enorme agudeza y cantarina.

-Sí, nos conocemos, no hacen falta presentaciones. Sus manos no dejaban de apretar sobre su pecho una carpeta de piel marrón.

Emilia supo al momento por el acento que aquella mujer era del sur de España. Además estaba sorprendida de cómo estaba siendo ignorada por todos, nadie, ni Jesús, se había preocupado de presentarla o hacer valer su presencia, así que hizo lo que Espinoza le pedía siempre que llegaban a un sitio que no era controlado por el Inspector, ver, oír y callar.

Lázaro abrió la puerta y accedieron al local, lo primero que vieron fue al portero negro vestido de blanco, Emilia lo había echado de menos en su puesto de trabajo, ahora un nuevo color decoraba su ropa, y era el color rojo sangre, ya que le habían rebanado el cuello y su cuerpo yacía recostado en la pared cruzado en el pasillo.

Las dos parejas sortearon al enorme cuerpo y en silencio continuaron por los pasillos vacíos del local, Emilia estaba sorprendida de ver aquel laberinto con luz directa y sin personajes poblando sus laterales. Le pareció todo mucho menos místico y romántico que las anteriores veces que había estado en “El Paraíso”.

En la antesala antes de llegar al despacho de Maurice, de nuevo un hombre yacía en el suelo, estaba desnudo y tenía toda su cabeza reventada, el mango del martillo ensangrentado sobresalía por lo que fue la frente del cadáver que estaba del todo irreconocible, Emilia dedujo por la forma del cuerpo que se trataba de Josué, el camarero de Maurice, y que seguramente al acceder al despacho encontrarían también muerta a la propietaria de aquel antro que otrora fuera “el Paraíso”.

Se creía curada de espanto, y realmente volvió a sorprenderse al acceder a la habitación y ver a Maurice tumbada con su bata roja sobre el diván, agarrada acunaba una pequeña caja de madera y se mecía hacia delante y hacia atrás con la mirada perdida en el vacío.

Así me la encontré, comenzó a hablar el engominado pequeño hombre con su traje dos tallas más grande que su cuerpo, le he hablado; zarandeado; abofeteado; pero no logro sacarla de ese trance. No sabía a quien llamar, todo el que la conocía está muerto o desparecido, a ver si usted puede hacer algo, inspector...el tono de su voz era de auténtico afligimiento, y no era para menos, ya que todo su mundo acaba de ser destruido y no podía sentir más que orfandad...

Jesús sacó un chester del paquete de tabaco, sin aspaviento alguno encendió su pitillo y comenzó a andar hacia Maurice, se colocó a escasos centímetros, el dueño del local no levantaba su rostro y desde otra perspectiva pareciera que hacía una felación al inspector con aquel movimiento cadente de su cuerpo.

-Maurice, sonó la grave voz de Espinoza, -¿Esto ha sido perpetrado por el Sr. Pom?, quiso saber de manera directa.

Por el rostro del transexual corrió una lágrima, una sola gota que resbaló por la maquillada cara hasta caer sobre la caja de madera. Jesús no se movió un ápice, Maurice dejó de balancearse, las palabras comenzaron a salir de la boca, tan de dentro salían que no pareciera que quien hablaba era aquel ser que durante años vivió impostado en un papel de diva.

- Lo he perdido todo, han matado a todo ser al que yo le tuviese amor o afecto. No me han dejado ¡Nada!.

Lo dijo de manera que la inspectora pudo sentir el valor de esa palabra, aunque se consideraba una mujer positiva, en aquel cuarto empatizó de tal manera con aquel ser, que supo que aquel ¡Nada!, implicaba una realidad. Aún así, quiso aliviar a Maurice y no pudo reprimir sus instintos y dedicarle unas palabras.

-No digas eso mujer. Comenzó , -Estás viva, eres joven, aún puedes empezar una nueva etapa...iba hablando sin saber que decir, notaba cómo sus palabras se ahogaban en el mismo momento que salían de su boca, el resto de personajes la miraban con idéntica pena que segundos antes habían estado mirando a la mujer del diván. Notaba cómo la sangre se le subía a la cara, su garganta se secaba y comenzaban a temblarle las piernas, optó por lo que creyó más sensato, callar la boca y dirigir sus ojos al suelo. En su interior comenzó una lucha a partes iguales de vergüenza y odio hacia sí misma por lo que acababa de ocurrir. Tan ensimismada estaba en su pelea que no sintió cómo Maurice se había incorporado y colocado cerca suya, una mano fina pero fuerte cogió su mentón y lo elevó hasta encarar a aquella mujer de ojos verdes que la miraba queriendo entender todo aquello que escondía en su interior. Besó sus labios y sonrió,

-Gracias querida por tus palabras, le dijo esbozando una media sonrisa.

-Cuando he dicho que no me queda nada, es porque ¡Nada! Me queda. Sacó una pequeña pistola del bolsillo de su roja bata y se disparó en la cabeza sin que ninguno de los presentes tuviese tiempo para retenerla. La caja de madera cayó al suelo al mismo tiempo que el cuerpo, al hacerlo rebotó varias veces hasta caer de pie abierta, una bailarina salió de su interior y aquella escena obtuvo su banda sonora.

Pronto “El Paraíso” estuvo plagado de agentes de policía, el juez levantó los cadáveres y los cuatro testigos prestaron declaración de lo que habían visto.

El sempiterno cigarrillo de Espinoza se consumía en la comisura de los labios, en la distancia era observado por la inspectora Gutiérrez. Antonia se acercó a su compañero de trabajo y sacó de aquel portafolios tan bien custodiado unos papeles que le dio a Jesús junto a un beso en la mejilla, el inspector cogió los documentos y se quedó mirando cómo la mujer se alejaba, Emilia aprovechó el momento para acercarse a su amante y preguntarle:

-¿Qué son esos papeles que te ha dado esa mujer?.

Jesús le contestó sin mirarle a la cara.

- Un apremio.

Gutiérrez sabía que su compañero debía ampliar aquella respuesta, ya que ella no iba a quedarse de pie y brazos cruzados con aquella escueta respuesta. Y Espinoza completó la información:

- El Sr. Pom quiere cobrarse una deuda que estima que tengo con él, y me manda esto para advertirme que mis conocidos y yo estamos todos muertos.







Capítulo V

La deuda”



Un paquete y medio de cigarrillos, junto a media botella de burbon hicieron falta para que Espinoza comenzara a relatar a su compañera lo que estaba aconteciendo en la ciudad y quienes eran cada uno de los personajes que acababan de llegar y cual era la relación tenían con el inspector.

-El Sr. Pom es el hijo de la gran puta más grande que ha parido madre. Comenzó diciendo a la vez que dejaba escapar una gran bocanada de humo y acababa de un sorbo con el poco burbon que quedaba en el vaso. 

A la vez que se servía otra copa, continuó hablando.

- Recién salido de la academia me destinaron un año a la costa, a curtirme y aprender el oficio, aquella era una costumbre que se hacía en las comisarías para que los nuevos no nos picardeásemos en nuestra ciudad y poder actuar sin “deber favores” de novato. A mi me pusieron bajo las órdenes del Inspector Garrido, un tipo desaliñado que estaba ya de vuelta de todo, su trayectoria había sido intachable, al menos de cara a la galería, porque el Sr. Pom lo tenía bien cogido por los huevos. Un largo sorbo le calentó el gaznate, hablar de su pasado y lo que ese pequeño hombre había desenterrado no era un trago fácil, el alcohol le ayudaba a soltar sus fantasmas y poder así expresar a su compañera todo lo que estaba pasando y el oscuro futuro que se cernía sobre ellos.

-El Inspector Garrido era un tipo anodino, continuó hablando, estaba casado desde hacía años con su novia de siempre, habían tenido una hija, María. Una pequeña que había nacido con una enfermedad rara y que se mantenía con vida gracias a un costoso tratamiento que sufragaba el indeseable Sr. Pom. Solía hacer estas cosas, “ayudar” a policías, políticos, jueces,… a todo aquel que tuviese algo de poder para tenerlo cogido por los huevos. Garrido sabía que la vida de su hija dependía de ese tratamiento y por ende del delincuente. Su vida la pasó resolviendo casos sin mucha importancia, sin buscarse enemigos, con un perfil bastante bajo hasta que recibió una llamada en comisaría, el rostro de aquel hombre se transformó, sin mediar palabra se levantó de su asiento, se fue al despacho del comandante en jefe y le pegó un tiro en la sien. En el juicio se le absolvió, los abogados que le defendieron lograron convencer al juez que el policía había tenido un proceso de estrés y enajenación mental transitoria debido a unas pastillas que estaba tomando recientemente. Yo nunca vi que tomase esas pastillas. Seis meses después, aparecieron muerto en su casa el Inspector, su mujer y la niña María. Se estableció que aquello había sido un homicidio paterno, yo estuve supervisando el caso y descubrí que el asesino no había sido mi jefe, que este también había sido ejecutado junto a su familia, atando cabos ya te puedes imaginar hasta donde llegué, nunca pude reunir ninguna prueba sólida contra él, pero tenía la certeza que aquel hijo de la grandísima puta del Sr. Pom había ordenado la ejecución.

Apagó el cigarrillo y encendió otro, una fuerte calada que se transformó en suspiro creó una enorme nube de humo blanco a su alrededor.

- La orden, continuó hablando, la dió el mismísimo Sr. Pom a su hombre de más confianza, un asesino sin escrúpulos al que apodan “va lentín”. Su nombre real es Pedro, un tipo atlético, bien podría haber ido a los juegos olímpicos como atleta, pelo lacio rubiasco de punta como una escoba y barba siempre de tres días, vestía desaliñado, como esos hippies trasnochados, y no era muy alto, nadie jamás diría que fue uno de los mayores matones asesinos de nuestro país.

- ¿Por qué le dicen Valentín llamándose Pedro?, quiso saber la inspectora rompiendo por primera vez la retaila que su compañero había estado soltando. Espinoza la miró y sonrió.

- Valentín no, subrayó, “va lentín”, es un mote que le pusieron porque su cadera izquierda se le bloqueaba al andar y arrastraba la pierna de manera ostensible ralentizando todos sus pasos y movimientos, además su hablar era pausado, tranquilo, parecía que nunca tenía prisa y sus palabras salían despacio de la boca, pero toda esa tranquilidad quedaba revertida en el momento que tenía que asesinar a alguien, entonces se volvía veloz y cruel. Él fue quien asesinó a mi mentor y a su familia y yo dí con él.

Cerró los ojos, Emilia vio como su compañero dejaba que los años se le echaran encima, por primera vez lo estaba viendo débil e indefenso, se acercó y le puso una mano sobre el hombro, se sorprendió al ver cómo Jesús, lejos de mostrar debilidad tras el contacto físico, cambió. Su actitud corporal se transfiguró, pareciera que la mano en el hombro le hubiera apretado un interruptor que le devolviera a la realidad, a ser el que siempre fue y recobrar así su gallardía y seguridad.

Apagó el cigarro en el cenicero y se puso de pie, marchó al baño y desde el salón Emilia pudo oír cómo el chorro de orina golpeaba la taza del water con fuerza, luego el grifo dejó correr abundantemente el agua y cuando regresó, el aspecto del inspector volvía a ser el del hombre duro e hierático capaz de enfrentarse cara a cara a la muerte.

Lo denuncié, fuimos a juicio. Hablaba desde el pasillo mientras se acercaba al salón, sabía que la inspectora Gutiérrez le prestaba toda la atención. Y salió absuelto sin cargos, a mi me asignaron un nuevo jefe del que aprender, nada que ver con Garrido, sufrí la mayor humillación de mi carrera viendo cómo ese asesino se reía de mí en el juicio, y cómo el Sr. Pom lo abrazaba cuando fue absuelto de todo cargo, indiscutiblemente el Juez estuvo comprado, ya que las pruebas que presenté eran irrefutables.

Tres días después me lo encontré hablando por teléfono desde su coche, estaba bien estacionado, la ventanilla bajada y su voz pausada bien podría estar contando un cuento a un niño que amenazando de muerte a algún desgraciado, no me lo pensé, saqué mi pistola y le descerrajé un tiro en la cabeza. Aquello no fue venganza, fue justicia que tuve que ejecutar por motu propio.

Decía esto sin un ápice de remordimiento, Emilia miró a Espinoza y un escalofríos le recorrió todo el cuerpo. Su amante, un reputado inspector de policía, ¿un asesino?...No daba crédito a lo que oía por boca del confeso inspector.

- ¿Y la mujer?, quiso saber la inspectora, ya que no se le había pasado desapercibido la incomodidad del policía al reconocerla en la escalera de "El Paraíso".

Espinoza la miró a los ojos, el brillo que desprendía era fuego del mismo infierno, Gutiérrez se arrepintió de haber hecho esa pregunta, cuando creía que aquella puerta sería infranqueable, los cerrojos de la misma sonaron y se abrió. Espinoza volvió a hablar sin expresividad alguna, soltaba las palabras en un tono monocorde, como quien deja escapar el aire de los pulmones largo tiempo retenido.

-Antonia, Antonia, repitió para coger confianza de lo que iba a contar. Era mi mujer. Los ojos de Emilia se abrieron como platos, nunca imaginó a su compañero casado. Se aguantó las miles de preguntas que tenía para hacerle y dejó que Espinoza le continuara contando.

Nos conocimos muy jóvenes, ella estudió derecho y yo entré en el cuerpo como cadete, cuando comencé a ganar dinero nos casamos. Ella acabó su carrera, era una abogada joven y muy preparada, entró al servicio del bufete del Sr. Pom, cuando maté a aquel asesino de “va lentin”, ella me consideró un criminal y me dejó.

-No doy crédito, dijo la joven, ¿Te considera un asesino y te abandona y a ese malvado del Sr. Pom le sirve como una perra adiestrada?. Sus palabras rezumaban un odio incomprensible, no entendía porqué se había puesto así, ¿Serían celos?. No quiso indagar más en sus sentimientos.

Cuando dejé al Sr. Pom sin su mejor activo, – continuó Jesús hablando- ,quiso vengarse, pero mis jefes me apartaron de la ciudad y desaparecí. Ahora ha llegado a mi ciudad y pretende cobrarse la deuda, para ello querrá matarme, no sin antes acabar con todo mi mundo. Empezó con Tomás y “la Oficina” y estoy convencido que tu serás la última. Bueno, puntualizó, el último seré yo, tu seras la penúltima.

Ese era el apremio que Antonia me entregó en "El Paraíso", ella sabe que si me lo entregaba salvaba su vida, ya que se desligaba de esa manera de todo sentimiento que alguna vez pudiera albergar de afecto hacia mí y por lo tanto de ser ejecutada para hacerme daño.

Emilia miró a Jesús, estas últimas palabras las había dicho con un poso de amargura, se acercó al hombre, cogió la cara con sus pequeñas manos y lo besó de manera apasionada.


Capitulo VI

Las cuatro esquinas”



La ciudad había cambiado, los personajes que antaño pululaban por los callejones habían desaparecido, ahora una horda de zombies acudían a las esquinas ya asignadas a los camellos para comprarles sus dosis de Fentanilo. El Sr. Pom había creado una red de enganchados de bajo coste, los llamados Yonkys low Cost, una droga económica y muy adictiva que había calado hondo entre los drogadictos y logrado enganchar a multitud de nuevos clientes.

Espinoza conducía su ford con la destreza habitual, su compañera Gutierrez agarrada al pasamanos sobre la puerta aguantaba estoicamente los volantazos que daba el conductor para  esquivar a los enganchados que sonámbulos cruzaban las calles sin prestar atención a nada de lo que sucediera a su alrededor.

-¡Maldito Pom!, farfulló Espinoza con su sempiterno cigarrillo en los labios,         -¡Está matando la ciudad!. Sentenció a la vez que esquivaba a una chica que de seguro no había cumplido los veinte años.

Llevaba una semana buscando la manera de poder librarse del maldito ganster que se la tenía sentenciada, pero todos sus esfuerzos habían sido infructuosos, aquella ya no era su ciudad, se la habían cambiado al igual que todo había evolucionado de manera vertiginosa. La nueva generación con sus móviles, internet y leyes absurdas que le prohibía fumar en los sitios de siempre o la indefensión masculina frente al revanchismo de algunas mujeres auspiciado por políticos mediocres que permitían que la ciudad se llenase de drogadictos por el miedo de enfrentarse a un solo hombre, tanta estulticia lo desquiciaba. No podía dejar de pensar: ¿Cuándo se había dormido y despertado en aquella pesadilla?.

-¡Coño!, ¡Que sólo es un puto enano de cejas renegridas!, exclamó en un tono bastante alto a la vez que golpeaba el volante. Emilia lo miró asombrada, solo atinó a estirar una mano y tocar el antebrazo del inspector a la vez que le decía de manera suave:

-Tranquilo, ya encontraremos la manera de cazarlo.

Jesús sonrió, más por lástima que por sentirse reconfortado. El hecho que la joven pluralice la necesidad de acabar con aquel engendro del Diablo era mucho más acertada de lo que ella podría pensar, ya que su vida también se encontraba en juego.

Pasaron frente a “la oficina”, un chino daba órdenes a unos magrebíes para transformar en tiempo record lo que fue un bar mítico y ahora una escombrera de ladrillos; maderas; cristales y recuerdos, en posiblemente un restaurante de comida oriental, o lo que era peor, en un bazar 24 horas abierto.

Un nudo apretó el estómago del conductor, que apenas quiso mirar de soslayo sus recuerdos hechos cenizas.

-¿A dónde vamos?, quiso saber la copiloto

Espinoza apagó el pitillo y seguro de sí mismo dijo:

- Ahora mismo a echarle de comer al coche, se me acaba de encender el piloto de la reserva.

La mujer esbozó una sonrisa, ahora le agradaba y simpatizaba la manera de expresarse de su compañero, recordó lo básico y bruto que le pareció al principio, pero pronto le pilló el “punto” y ahora apreciaba su manera de decir las cosas.

Colocó el vehículo con destreza junto al surtidor, con una agilidad impropia a un fumador empedernido de más de medio siglo a sus espaldas salió del coche e hizo saber a Emilia que iba a cargar el depósito del automóvil a la vez que él iba a vaciar el suyo.

Salió ufano de la estación tras pagar y miccionar, se extrañó al ver la puerta del coche abierta y la ausencia de la inspectora Gutierrez, escudriñaba todo el área en busca de la mujer mientras aceleraba el paso, cuando estuvo a la altura del vehículo observó que el bolso de la chica estaba desparramado en el asiento, estaba seguro que algo le había pasado y en cuatro zancadas volvió a entrar en la estación de la gasolinera. Sacó su placa y obligó al chico que cobraba a que le enseñase las cámaras de seguridad. En ella pudo ver cómo llegaron en su ford, se bajaba del coche, se fijó en un mercedes azul que se situaba detrás de ellos, observó cómo tras meterse en la estación de la gasolinera dos hombres bajaban del coche azul, se dirigían hacia su ford y abrían la puerta de Emilia, la amenazaban con un arma y se la llevaban forzándola a punta de pistola dejando el escenario tal y cómo él se lo había encontrado.

-Otra vez no, ¡Mierda!. Farfulló recordando cómo el año anterior la habían secuestrado delante de sus narices en “El Paraíso”. Pero esta vez sabía que su captor, el Sr. Pom no llevaba las intenciones que la difunta de Maurice llevó en aquella ocasión.

El Mercedes había tomado dirección Sur, no se lo pensó dos veces, sabía bien hacia dónde dirigir sus pasos. A la vez que conducía por las calles de la ciudad hizo una llamada.

-¿Manuel?, soy Espinoza, en cinco minutos estoy en tu casa, necesito tu ayuda.

Aquella barriada construida en tiempos del caudillo no había sido modificada, los edificios eran todos iguales, sólo se diferenciaban por los números esculpidos en piedra que de manera ostentosa adornaba los capiteles del acceso a los pisos.

Llegó hasta el número 15, aparcó el Ford Escord y subió las escaleras hasta la tercera planta, al llegar llamó al timbre y una señora con voz de octogenaria preguntó sin abrir el portón.

-¿Quién es?

Espinoza no tuvo que contestar a la pregunta, ya que otra voz más lejana pero que de igual manera venía detrás de aquella puerta gritó:

-¡Es para mi, mamá abre!.

Cuatro cerrojos y dos vueltas de llave después se le permitió el acceso al inspector. Franqueando el acceso una señora bajita, de pocos pelos grises, que caían, en lo que otro tiempo debió ser una melena, sobre los hombros. Espinoza pensó  que era más fácil saltarla que rodearla. Con una copa de anís en la mano y ataviada con un "bambo" (especie de traje sin mangas y de cuerpo enterizo) con más lamparones de suciedad que de lo que en otros tiempo debieron ser flores saludó al recién llegado.

-Hola, Manuel está en su habitación. Informaba a la vez que se apartaba y señalaba con el mentón una puerta empapelada con un enorme poster de Dragones y Mazmorras.

-Pase, pase inspector...se oía ahora con más nitidez desde la habitación.

Espinoza sorteó los pocos muebles que poblaban el salón y entró en aquella guarida, oscura y sólo iluminada por varios monitores de diversos tamaños, cientos de cables cubrían el espacio y un hedor horrible asfixiaba al policía.

¡Joder!, se quejó llevándose las manos a la nariz.

-He encendido varias varitas de incienso, se justificó Manuel a la vez que se levantaba y abría una pequeña ventana.

Manuel era un cuarentón de metro sesenta y cercano a los cien kilos, carnes blancas y fofas se movían libremente en su cuerpo haciendo que el hombre en vez de desplazarse flotara.

-¿Qué te trae a mi guarida?, quiso saber a la vez que de nuevo tomaba asiento en una especie de sillón giratorio frente a la pantalla más grande.

-Necesito que me hagas un favor, y que sea ¡Ya!...la voz de Espinoza no denotaba premura pero si mucha firmeza.

-Usted dirá, Inspector. Le contestó la masa de carne a la vez que trincaba un puñado de patatas de un paquete y se lo llevaba a la boca de forma obscena y desagradable.

-Quiero que me localices un vehículo, hace… miró su reloj, veintiocho minutos enfiló la avenida Juan Carlos I hacia el sur desde la Gasolinera de la esquina con Gallardo.

El gordo sonrió, dejó el paquete de patatas a un lado a la vez que se limpiaba la otra mano con la camiseta, en menos de medio minuto volvía el Inspector a verse salir de su vehículo. El cabrón del gordo había accedido en segundos a la cámara de seguridad de la gasolinera, cuando el hacker observó lo que ocurría abrió desmesuradamente los ojos y casi sin voz se dirigió a Espinoza.

-Inspector, bien es cierto que me libraste de la cárcel, que te debo una muy gorda, pero no se si usted sabe que estos hombres son secuaces del Sr. Pom, y aunque no sé quién es la mujer de su coche, no pretenderá usted que nos indispongamos con el Sr. Pom...¿verdad?.

-Sigue al coche y dime dónde han llevado a Emilia. La voz de Espinoza no dejaba resquicio alguno a la posibilidad de olvidar el asunto.

Manuel comenzó a teclear y multitud de cámaras fueron apareciendo en los diferentes monitores siguiendo la ruta del Mercedes azul, a la vez que iban apareciendo las diferentes imágenes por las pantallas el hombre le pedía al Inspector que no le mezclase en los asuntos del mafioso, obteniendo el silencio como única repuesta. Finalmente el automóvil entró en los garages privados de los almacenes Panties.

-Estamos en paz Manuel, gracias. Fue la manera de despedirse Espinoza y emprender de manera apresurada su marcha hasta aquellos almacenes.

En su fuero interno temía llegar tarde para salvar a su compañera. Su mente sabía que iba a una ratonera sin salida alguna.





Capítulo VII

Músicos callejeros”



La zona alta de la ciudad estaba limpia de “zombis”. Ya se encargaban los matones del Sr. Pom de mantener ciertas áreas limpias de enganchados. Era por esas zonas por dónde políticos, empresarios y el mismísimo Sr. Pom se movían.

Eiffel era la cafetería predilecta del Sr. Pom, su café y pastelitos de Belén hacían las delicias cada tarde del mafioso. Se sentaba a degustar media docena de aquellos dulces típicos de Portugal; mientras lo hacía disfrutaba de unos músicos callejeros que ambientaban con ritmos de blues la vida de los transeúntes y clientes de las cafeterías aledañas.

Un hombre se acercó a la mesa del mafioso siendo detenido unos metros antes de llegar al objetivo por dos tipos que surgidos de la nada eclipsaron al pequeño gánster. Este, sin inmutarse y con un pastelito entre sus dedos hizo un pequeño gesto que ambos gorilas interpretaron al instante a la perfección, dejando pasar al recién llegado.

Con la boca llena del dulce, un gesto de cabeza fue suficiente para que el hombre comenzara a hablar, no sin antes mirar hacia un lado y otro advirtiendo al Sr. Pom de que sus palabras iban cargadas de mucha importancia y que no deberían ser soltadas al viento.

Pom ya con su mano vacía le indicó que le informase en el oído de la buena nueva, no sin antes mostrar con la otra mano una pistola sacada de su chaqueta, y apuntar con ella la cara del recién llegado, que viendo aquel arma no pudo más que tragar saliva, ya que no sabía qué pensar qué es lo que pudiera hacer aquel sanguinario hombre con el “hierro”.

El mafioso, gran amante del cine siempre recordaba cómo Don Vito Corleone interpretado por Robert de Niro se había acercado al oído de Giuseppe Sillato haciendo del capo italiano Don Ciccio. Como éste no le oía bien debido al problema de garganta que tenía el americano y la sordera por la edad del italiano, pedía que De Niro se le acercase y entonces el protagonista de Taxi Driver le rajaba el estómago.

Que le pudiera suceder esto le aterraba, y por ello, siempre que alguien se le acercaba era encañonado por el Sr. Pom con su revolver, advirtiendo al recién llegado que a él no le pillarían desprevenido.

Las noticias no podían ser más halagüeñas, una sonrisa iluminó la cetrina cara del mafioso, los músicos callejeros hacían una versión bastante decente del Stand By Me de B.E.King, sacó un billete de 50€ y lo dejó sobre la mesa.

Los almacenes Panties habían sido una década anterior la empresa más fructífera de la ciudad, caída en desgracia tras la muerte del fundador, sus herederos malversaron la fortuna y acabaron en un lustro con lo que fue un referente comercial.

El Sr. Pom los compró muy por debajo de su precio real,las deudas asediaban a los herederos. Lejos de reflotar la empresa, utilizó aquel edificio cómo hogar, allí asentó en el piso más alto su vivienda y los inferiores los destinó a crear las viviendas para sus hombres de confianza, creando así un acuartelamiento y un bunker altamente vigilado dónde vivir.

No tardaron en llegar, El Sr. Pom se sentía poderoso, y sabía que pronto podría acabar con el detective Jesús Espinoza y cerrar un ciclo que había tardado años en poder finiquitar. No en vano había estado siguiendo los pasos muy de cerca del detective para trazar una venganza que se le antojaba muy dulce.

El coche del mafioso entró por la puerta del enorme garaje que ocupaba tres plantas bajo el edificio. El vehículo fue bajando hasta llegar al más profundo de los niveles, allí los esperaban tres hombres fuertemente armados.

Escoltaron al Sr. Pom hasta el centro del garaje, unos focos de luces similares a los que utilizan los fotógrafos se dirigían a un colchón en el suelo. Sobre él una joven completamente desnuda e inconsciente destacaba bajo aquellos focos.

El Sr Pom se acercó a ver a su presa, la chica permanecía inconsciente por el propofol que se le estaba proporcionando en vena. El recién llegado observó la belleza de la joven; su largo pelo negro; su piel morena, la suave respiración que movía los pequeños pechos coronados en una oscuras aureolas y un duro pezón desafiando la gravedad. Le llamó la atención el vientre plano y su sexo recortado. Todas las chicas con las que estaba lo llevaban totalmente rasurado, ese vello negro sobre los labios vaginales le sorprendió. Con su zapato de charol negro apartó la pierna de la mujer hasta dejar todo el sexo abierto, quería ver bien la entrepierna de aquella joven y no dudó en usar su bastón para recorrer con su punta la abierta raja de la chica.

-¡Despertadla!, ordenó a la vez que apartaba su bastón y se giraba a los hombres que desde detrás de los focos observaban la escena.

Uno de ellos, vestido con una bata blanca se acercó hasta el colchón, cerró una pequeña válvula del gotero y quitó la vía del brazo de la chica. Tuvo un detalle humano que no le pasó desapercibido al Sr. Pom, el hombre agachado sobre la chica, tras separarla del gotero colocó el brazo alargado de la joven de manera suave junto al cuerpo a la vez que marchaba cargando con el equipo e instrumentos médicos. Al pasar con el gotero, el maletín médico y el porta sueros le dijo al Sr. Pom:

- En breve despertará señor, entre uno y cinco minutos.

Sr. Pom ni tan siquiera lo miró, siguió contemplando a sus hombres tras la luz, aunque apenas podía distinguir a ninguno. El médico de la bata blanca salió de la zona iluminada perdiéndose en la oscuridad, para siempre, ya que una sola señal del jefe bastó para que uno de los esbirros lo siguiera y acabase con su vida.

Uno de los matones trajo una silla al Sr. Pom, este se sentó contemplando ahora a la mujer dormida y desnuda esperando a que se despertara y a que el ratón hiciera su aparición en la trampa.

Espinosa sabía que meterse en aquel lugar era un suicidio, pero… Si algo le pasaba a su compañera jamás se lo perdonaría, ya perdió un amigo y tuvo que tomarse la justicia por su mano. No quería volver tener que enfrentarse a aquello, y mucho menos por Emilia.

El Ford rugía por las calles, toda la rabia pareciera extrapolarse al vehículo, enfiló la calle principal de la avenida y golpeó con fuerza la puerta del garaje de los almacenes Panties. Esta se deshizo cómo un castillo de naipes, pero el sonido fue estruendoso, tanto, que sobresaltó a los hombres que aguardaban en la última planta junto al Sr. Pom y la inspectora Gutiérrez.

El Sr. Pom, lejos de tensionar algún músculo por el ruido permaneció hierático,  sólo se pudo apreciar en él, que dejó escapar una mueca de medio lado a modo de sonrisa.

La media docena hombres que ocupaban el último de los sótanos pertrechados con sus metralletas se apostaron de manera estratégica tras las columnas a la espera de que el coche hiciera su aparición por la rampa. El ruido cada vez más próximo de las ruedas derrapando en las curvas servía a aquellos asesinos como diapasón para saber en qué momento debían disparar sus armas.

En un instante salieron los seis hombres de manera sincronizada de sus escondites y abrieron fuego contra el Ford de Espinoza, todos a una dirigieron los proyectiles a las ruedas del vehículo que fuera de control se estampó contra una de las columnas. Los hombres corrieron hasta el coche por ambos lados, abrieron las puertas casi al unísono. Aquello pareciera más una comedia estudiada que un drama improvisado. La cara de los hombres que habían abierto las puertas y dirigido sus armas al interior del vehículo fue todo un poema al no encontrar a nadie en su interior, en ese momento, retumbaron de nuevo las armas de fuego, pero esta vez era espinosa que desde la rampa disparaba sobre los atónitos hombres, que antes de poder reaccionar se encontraron ya con dos bajas.