Sueño, sueñas con
alcanzar lo infinito, miras absorto hacia la nada, pensando, soñando.
La mísera existencia que vives no se refleja en la única válvula
de escape que tienes, tus sueños. Sueñas con el amor, el éxito,
la playa, el poder, el dinero. En definitiva, sueños de pobre. Tu
mejor sueño es el de la libertad, no ser esclavo del sistema ni de
ti mismo, pero tienes miedo a romper las cadenas que voluntariamente
te pusiste. Cada día que amanece deseas que llegue la hora del sueño
para volver a ser Libre. ¡Despierta, ha llegado el momento!.
En el jardín azul había flores diferentes a todas. En el jardín azul habia aromas por nadie nunca sentidas. En el jardín azul habia sonrisas que jamás terminaban. En el jardín azul habia poemas que en su luz se elevaban. En el jardín azul habia un tesoro; estaba el fin del dolor. En el jardín azul estabas tú... estabas tú, y me amabas. (Germán Alexis Gilio)
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martes, 26 de diciembre de 2017
viernes, 1 de diciembre de 2017
El Rey (cap.II)
-¡Co-co-co coño, el sol!. Dijo al romper una rama con su machete.
Por arte mágico, la selva había dejado paso a un enorme descampado, donde el sol nos dejó cegados por unos segundos, lo que pudimos ver cuando los ojos se acostumbraron a la luz nos volvió a dejar sin palabras.
Una veintena de hombres desnudos nos apuntaban con sus arcos rudimentarios y lanzas con puntas de piedra afilada.
A mi derecha "el Grillo", con la boca tan abierta como los ojos, tras él "el Cabesa", de la población gaditana de San Fernando, que a todo el mundo lo trataba con el apelativo de Cabesa, de ahí que todos se dirigían a él con el mismo calificativo. A mi izquierda, Gonzalo, "el viejo", ya lo conocéis, junto a él "el Mellao", un extremeño con más valor que dientes y cerrando la expedición, un Jienense al que todo el mundo conocía como "el Granaino", pues no en vano se había comido un día una docena de granadas y estuvo más de una semana sin poder dar de cuerpo. A mi me conocían como "el Tiñoso", vecino de Puerto Real y enrolado en las filas de Don Fernando IV, mi apodo me lo pusieron por tener las manos negras de la tizne que soltaban los chocos que cogía para poder sobrevivir. Ahí estábamos, "el Cabesa", "el Grillo", "el Viejo", "el Tiñoso", "el Mellao" y el "el Granaino", cara a cara con los primeros seres humanos que veíamos en semanas.
Una flecha surcó el aire y se estrelló contra mi armadura haciéndose añicos la saeta al contacto con el metal.
- ¡Nos atacan!, gritó "el Viejo", mientras se arrodillaba y descolgaba de su hombro el arcabuz.
Antes de que nos pudiéramos poner en guardia, la batalla había concluido.
El que había lanzado la flecha, que parecía ser el jefe puesto que se adornaba el cabello con plumas, se había arrodillado y depuesto sus armas. Le siguieron todos y cada uno de los soldados indígenas que le rodeaban. Sus movimientos parecían que eran de adoración. "El Mellao" comenzó a reír a carcajadas, todos lo miramos sorprendido.
-Pues no parece, dijo cogiendo aire, que "el Tiñoso" es su nuevo Dios..
Me di cuenta que todos los hombres arrodillados me miraban de reojo y atemorizados, el brillo de mi coraza bajo el sol y el haber repelido su flecha con mi pecho de hierro, les había hecho creer que yo tenía poderes y era un Dios.
-Venga "Tiñoso", dijo "el Viejo" a la vez que me empujaba hacia delante, -Haz que tus súbditos nos agasajen y den comida, que tengo tanta hambre que me comería a tu madre por los pies.
Por arte mágico, la selva había dejado paso a un enorme descampado, donde el sol nos dejó cegados por unos segundos, lo que pudimos ver cuando los ojos se acostumbraron a la luz nos volvió a dejar sin palabras.
Una veintena de hombres desnudos nos apuntaban con sus arcos rudimentarios y lanzas con puntas de piedra afilada.
A mi derecha "el Grillo", con la boca tan abierta como los ojos, tras él "el Cabesa", de la población gaditana de San Fernando, que a todo el mundo lo trataba con el apelativo de Cabesa, de ahí que todos se dirigían a él con el mismo calificativo. A mi izquierda, Gonzalo, "el viejo", ya lo conocéis, junto a él "el Mellao", un extremeño con más valor que dientes y cerrando la expedición, un Jienense al que todo el mundo conocía como "el Granaino", pues no en vano se había comido un día una docena de granadas y estuvo más de una semana sin poder dar de cuerpo. A mi me conocían como "el Tiñoso", vecino de Puerto Real y enrolado en las filas de Don Fernando IV, mi apodo me lo pusieron por tener las manos negras de la tizne que soltaban los chocos que cogía para poder sobrevivir. Ahí estábamos, "el Cabesa", "el Grillo", "el Viejo", "el Tiñoso", "el Mellao" y el "el Granaino", cara a cara con los primeros seres humanos que veíamos en semanas.
Una flecha surcó el aire y se estrelló contra mi armadura haciéndose añicos la saeta al contacto con el metal.
- ¡Nos atacan!, gritó "el Viejo", mientras se arrodillaba y descolgaba de su hombro el arcabuz.
Antes de que nos pudiéramos poner en guardia, la batalla había concluido.
El que había lanzado la flecha, que parecía ser el jefe puesto que se adornaba el cabello con plumas, se había arrodillado y depuesto sus armas. Le siguieron todos y cada uno de los soldados indígenas que le rodeaban. Sus movimientos parecían que eran de adoración. "El Mellao" comenzó a reír a carcajadas, todos lo miramos sorprendido.
-Pues no parece, dijo cogiendo aire, que "el Tiñoso" es su nuevo Dios..
Me di cuenta que todos los hombres arrodillados me miraban de reojo y atemorizados, el brillo de mi coraza bajo el sol y el haber repelido su flecha con mi pecho de hierro, les había hecho creer que yo tenía poderes y era un Dios.
-Venga "Tiñoso", dijo "el Viejo" a la vez que me empujaba hacia delante, -Haz que tus súbditos nos agasajen y den comida, que tengo tanta hambre que me comería a tu madre por los pies.
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