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miércoles, 20 de julio de 2022

Espinoza -Muerte desnuda- (Relato erótico) +18

Capitulo I

Sonó el teléfono móvil que permanecía cargando su batería en la mesa de noche, sacó a duras penas su brazo y descolgó con destreza a pesar de la hora y de sus dedos regordetes, lo hizo en un movimiento imposible del mismo sobre la pantalla.

-¿Diga?, preguntó con la voz aguardentosa que le caracterizaba allá por donde fuera. Se enderezó con esfuerzo sobre la almohada emitiendo gruñidos a la vez que escuchaba, cogió un cigarrillo de la mesa de noche y prendió fuego.

-Está bien, dijo dejando escapar el humo por su boca, en veinte minutos estoy allí.

Cuatro coches de policía nacional acordonaban la zona, antes, dos patrulleros locales trataban de hacer que el tráfico se desviara para no coger por la calle que estaba cortada, el Inspector Jesús Espinoza no tuvo que enseñar ninguna identificación, era bastante conocido en la ciudad.

Dejó su Ford Escort gris del 92 mal aparcado sobre la acera, apagó el cigarrillo y bajó del auto. La fama que le precedía hacía que los agentes uniformados se cuadraran y saludasen a su paso, el policía de paisano los ignoraba a la vez que encendía otro Chester.

El sol aún no había hecho presencia, pero su luz ya iluminaba los primeros tejados de la urbanización.

 -Buenos días, saludó el policía a los presentes en la habitación.

Un agente sacaba fotos, vestido con mono entero blanco y guantes, trataba de coger de todos los ángulos a un hombre de unos cuarenta años, desnudo y que colgaba ahorcado de un perno del techo. Atado de manos y pies, su muerte se presumía agónica y duradera. Debajo de su inerte cuerpo y mojada por la orina que el esfínter del hombre había dejado salir, yacía inerte una chica de unos veinte años, embarazada de al menos veinte semanas, también desnuda y sin síntomas de violencia. Pareciera dormida, pero la lengua fuera de la boca cual toro apuntillado, rompía la posibilidad de hacerla despertar.

-Parece un crimen de género machista, sonó la voz de una mujer a la espalda de Espinoza. El cincuentón dejó escapar el aire de sus pulmones en bloque, haciendo que sus cuerdas vocales vibrasen gravemente emitiendo un sonido extraño, que bien podría ser un inicio de risa; una queja o una tos. Se giró y pudo ver a una jovencita de pelo negro largo lacio, recogido en un moño, gafas enormes de vista de pasta negra protegiendo unos ojos marrones, nariz pequeña, labios carnosos, piel morena, no llegaría al metro sesenta, además usaba calzado deportivo con pantalón de vestir, chaqueta a juego y blusa fina blanca. Sobre su antebrazo una carpeta dónde no paraba de tomar anotaciones.

Espinoza sacudía el cigarro en su mano, que hacía las veces de cenicero. 

-¿Y usted es?, preguntó con su voz cavernosa.

-Inspectora Gutiérrez, Emilia Gutiérrez, dijo mirando al hombre a los ojos tratando de que su voz no temblara ante aquella institución. La comisura de los labios no aguantaron la tensión de la mirada de aquel hombre bajito, pelo rizado , ojos saltones y cara de no tener amigos y comenzaron a moverse de forma indisciplinada de arriba abajo en un tic enervante.

-Bien, dijo el hombre, entonces este será su caso ¿Verdad señorita Gutiérrez?, expresó de manera molesta a la vez que le da la espalda a la mujer. La policía miraba al hombre sin saber qué decir, antes incluso de que su mente terminara de procesar lo que estaba pasando, una voz salió a su rescate.

-Veo que ya se conocen, perfecto, Inspector Espinoza, ella es la Inspectora Gutiérrez; tu compañera. Espero que le enseñes todo lo bueno de nuestro oficio y que ella te quite los vicios que has adquirido con los años, jejejee (rió de manera socarrona, sabiendo de la imposibilidad de que eso ocurriese). - ¿Qué tenemos aquí?, ¿Otro crimen pasional?, -la mirada inquisitiva de la agente hizo que el jefe se diera cuenta que no había sido políticamente correcto. -perdón, no acabo de acostumbrarme a esta nueva terminología política, ¿Crimen de género?, ¿Crimen machista?...el silencio se apoderó de la sala.

La joven inspectora quiso tomar la palabra y explicar su teoría.

 -Creo que efectivamente, se trata de un crimen machista señor comisario, el hombre mató a la mujer y luego se suicidó.

Espinoza giró su cabeza, miró al comisario jefe, a la mujer y dijo: -¿En serio?. Y se esposó pies y manos para morir lentamente para expiar su culpa…, Sin decir nada más y mostrando su enfado salió de la casa arrojando la colilla al suelo y sacudiéndose las cenizas de la mano. 

-¿Cómo hemos llegado a este nivel de estupidez?, murmuraba entre dientes. El sol comenzaba a evaporar el rocío de la noche, montó en su ford y se largó a “la oficina”.

-Buenos días jefe, saludó el camarero y dueño del bar “la oficina”, -¿Lo de siempre?, preguntó mientras cogía una copa de coñac de debajo del mostrador. Jesús cruzó el bar y se sentó en la última mesa, junto a los aseos, encendió un cigarrillo y esperó a que Tomás le trajese el sol y sombra.

-Un día de esto me meten una multa por dejarte fumar en el bar, decía mientras soltaba la copa y se volvía a prepararle el café con tostadas.

-Mientras iba hacia el lado del mostrador que estaba abierto entró una joven por la puerta, Tomás saludó con su alegría natural, -¡Buenos días señorita!. La joven cruzó el bar y se sentó en la mesa de Jesús.

-El comisario me ha dicho dónde te podría encontrar, dijo la mujer sin esperar invitación. Un cola-cao frío le indicó a Tomás mientras este traía la comanda del inspector.

-¿Cual es su teoría? quiso saber la mujer.

Jesús, con barba de varios días, aún negra aunque por algunas zonas se atrevía a aparecer alguna cana, rompió con sus dedos regordetes el sobre de azúcar sobre el café solo; giró con la cucharilla el líquido negro y miró atentamente a su nueva compañera. Era bella.

Un nuevo cigarrillo apareció en la mano del hombre, esta vez apagado, jugaba con él moviéndolo entre sus dedos de manera habilidosa. De pronto se lo llevó a la oreja y lo dejo allí colocado. Emilia no podía dejar de mirar aquel hipnótico Chester en la oreja de su compañero. Jesús, sabedor de que había situado a la mujer en el lugar que deseaba, comenzó a hablar.

-A ver Emilia, le hablaba a la mujer de forma condescendiente a la vez que sorbía el café. Estoy convencido que el crimen es un asesinato doble. ¿La causa?, debemos buscarla. Sabemos que esa pareja no tenía relación aparente, lo que no me cabe duda es que en esa habitación había más personas, y que aquello o era un juego sexual que se les escapó de las manos, o algún tipo de rito macabro. Lo primero al parecer es lo más evidente, ya que no hay rastros de tortura.

Tomás depositó el cola-cao en la mesa. 

-¿Una tostadita?, le dijo con su marcado acento andaluz.

 -No gracias le respondió la madrileña.

-El desayuno es la comida más importante del día, habló el detective a la vez que daba bocados exagerados al bocadillo de jamón serrano. Con los carrillos llenos interrogó a su nueva compañera.

-Está bien, una con mantequilla, le pidió al camarero que sonreía no se sabía porqué.

-¿Divorciada o separada?...soltó a bocajarro, la mujer dejó de beber por el nudo que se le acababa de hacer en la garganta. 

-¿Perdona?, preguntó tratando de ganar tiempo ante la indiscreción de su compañero. -Puedo estar casada, con novio o viuda, ¿no crees?. Jesús no dejaba de comer el bocadillo como si fuera lo único sólido que comía en días, quizás fuera lo único sólido que comía en días, y con los carrillos siempre llenos de pan con jamón, explicó porqué separada o divorciada.

-Mira muchacha, el dedo anular aún tiene la marca del anillo que has llevado por tiempo, si fueras viuda o casada, aún lo llevarías por recuerdo o señal de tu compromiso, soltera no tendrías marca y ya sólo me queda saber si eres divorciada o separada, que en ambos casos me da lo mismo, saber que no tienes a nadie en casa que te moleste o espere facilitará nuestro trabajo.

La mujer se llevó el cola-cao a los labios tratando de evitar responder, la marca del chocolate le había dibujado un fino y simpático bigote. Jesús aprovechó para echar un ojo a su nueva compañera. La joven debía rondar los treinta y cinco años, su piel era canela y el pelo largo negro y lacio se mantenía sujeto de forma increíble en un roete con un solo palo; el cuello era largo y fino; mandíbula cuadrada; boca con dientes perfectamente alineados y blancos- seguro que de niña habría tenido puesto esos aparatos metálicos-; sus ojos marrones y rasgados le daban carácter; la suavidad al rostro se la daba una pequeña nariz. Menuda en cuerpo, de pequeños pechos y culo perfecto, vestía con pantalón blanco y camisa azul. Demasiado pija para su gusto, aunque a su edad, cualquier compañía le era grata y ya había abandonado la época de perseguir mujeres orondas de pechos enormes en los que refugiarse en las frías noches de invierno. Las nuevas generaciones iban a gimnasios y estaban más musculadas que lo hubiera podido estar él nunca...había aprendido a saborear la nueva especie.

Se levantó de forma abrupta, a la vez que le espetaba un -¡Vamos, tenemos trabajo!. Sacó veinte euros del bolsillo y lo arrojó sobre la mesa. Emilia lo siguió, no sin antes recoger con una mano su bolso y chaqueta y con la otra el trozo de pan que estaba a medias…

-¿A dónde vamos?, preguntó con la boca aguantando la media tostada mientras trataba de ponerse la chaqueta sin que el bolso se le cayese al suelo.

-Espinoza hizo caso omiso, montó en el coche a la vez que le preguntaba. 

-¿Conmigo o en el tuyo?. La mujer no se lo pensó dos veces, se montó en el asiento del copiloto y sin que le hubiese dado tiempo a abrocharse el cinturón, Jesús ya había metido la directa.

El policía conducía cómo si estuviera en una carrera, la chica menuda se golpeaba en el asiento con un lado y el otro por el efecto que la fuerza centrífuga ejercía sobre el auto. Su pelo acabó alborotado. ¿Destino al que habían llegado?. -El barrio Rojo- . El barrio con más prostitutas y casas de alterne por metro cuadrado de todo el país. Espinoza parecía moverse bien por aquel ambiente, Emilia no se separaba de su compañero y andaba alerta por si tenía que meter la mano en el bolso para hacer uso de su reglamentaria.









Capítulo II

A pesar de estar ya el sol bastante alto, en aquel barrio parecía que ni siquiera la luz brillante del Astro Rey se atreviera a deambular por él. La oscuridad y sordidez de las calles iba en consonancia con la de sus transeúntes.

La Inspectora Gutiérrez no perdía ojo de su compañero, que se movía como pez en el agua por entre aquellos callejones en los que era fácil tropezar con algún gato o rata. A saber qué animales se movían por aquel negro suelo.

Casi diez minutos tardaron en llegar, frente a ellos una puerta blanca. Sobre ella, un cartel que decía: “El Paraíso”. Colocada en el centro del portón una vidriera en la que se distinguía bastante bien el dibujo de un jarrón lleno de lilas. A Emilia aquella puerta le pareció la salida del infierno para entrar, como su nombre tan bien indicaba, en el cielo, pero cuan equivocada estaba la mujer.

Jesús arrojó el Chester al piso, se giró antes de subir los tres escalones que separaban la puerta del suelo para advertir a su compañera.

- Te recomiendo que te quedes fuera, pero si decides entrar, lo que ocurra de puertas para dentro no es de nuestra incumbencia, no quiero que te entre un ataque de nervios, te vuelvas histérica o montes un número. Porque si lo haces, seré yo mismo quien te meta un tiro en tu bonita cara. Tan serio le dijo esto último que Emilia notó cómo le temblaron las piernas y un pequeño hilo de orina se le escapaba mojando más que sus bragas. Apretó la pelvis y se contuvo, aunque sabía que ya era tarde y que su pantalón blanco la delataría. Movió afirmativamente la cabeza, no se atrevía a hablar no fuera a perder la concentración para poder aguantar el pis y un reguero amarillento decorase el suelo.

-Quiero oír tu preciosa voz y que te comprometas, ¿Entras o te quedas?.

-Sacando fuerzas de flaqueza la chica con un tono impropio a su estado de ánimo, dijo: -¡Entro!.

-No se yo, murmuró entre dientes el policía. Subió los tres escalones y pulsó un timbre incrustado en la misma puerta. Emilia se sorprendió de no haberse dado cuenta que allí estaba aquel botón, y más le sorprendió que no se escuchase ningún sonido en el interior. A los pocos segundos la puerta se abrió, tras ella apareció un hombre de dos metros de alto por uno de ancho, era impresionante, Además, la forma en la que iba vestido ayudaba bastante más a crear esa imagen impactante. Traje blanco, zapatos blanco, chaleco blanco, camisa blanca, calcetines blancos, cinturón blanco, excepto el color de su piel, que era negra como el carbón, todo lo demás era de un blanco inmaculado.

Jesús accedió al interior con una naturalidad pasmosa, Emilia le siguió aguantando la respiración tras aspirar hondo por la nariz. Pero se encontró con que la montaña nevada le impedía el paso. Por un segundo pensó que hasta allí había llegado su acceso al reino de los cielos, tres escalones que la elevaron del pegajoso suelo del callejón a pisar el impoluto parquét. En su fuero interno le jodía estar tan cerca, para quedarse en la misma entrada a lo que de manera tan curiosa y para ella acertada recibía el nombre de: El Paraíso”.

En el mismo momento que iba a girarse y darse por vencida, notó por primera vez la mano de su compañero sobre ella, tocaba su hombro, era una mano fuerte, dura, pero a la vez se posaba con la delicadeza de una mariposa sobre su hombro. Estaba convencida que Espinoza había notado toda la tensión acumulada en su menudo cuerpo. La otra mano del inspector se deslizó dentro de su bolso y sacó la pistola entregándola al portero.

-¡Pero!...quiso protestar. Uno de los dedos de su compañero se le posó en los labios. Notó la presión en la boca, ni fuerte ni débil, segura. Un dedo grueso, seco, áspero, con fuerte olor a tabaco que hizo que incomprensiblemente un hormigueo recorriese su columna vertebral.

Despojada de su arma, se sentía indefensa, desnuda, a merced del destino, de un destino que se auguraba inseguro y que pronto descubriría.

Espinoza se adentró en un laberinto de pasillos estrechos, oscuros, llenos de personajes de lo más variopinto… a duras penas podía seguir a su compañero entre aquella gente y aquella estrechez.

No supo cómo llegaron a una pequeña habitación vacía, no tendría más de dos metros por dos metros. Las paredes eran de ladrillos, sin enfoscar, pintados de negro, una bombilla colgaba del techo, apenas daba luz al centro de la habitación. Emilia se acercó tanto a Jesús que podía oler el desodorante que usaba mezclado con el aroma del humo de los cigarrillos. ¿Dónde coño estaban?, ¿Qué hacían allí?, ¿Qué tenía aquello que ver con la investigación que acababan de iniciar?. Las preguntas se agolpaban en su mente y querían cobrar vida y salir de ella para que alguien le diese las respuestas correctas. Absorta en sus cábalas, no se percató que de una de las paredes aparecía un hombre de tez blanca pero también vestido de traje de chaqueta esta vez de color negro, no era tan fornido como el portero, pero del metro noventa no bajaría y el ancho de sus espaldas bien podrían alcanzar los cien centímetros.

Saludó a Espinoza con un apretón de manos, el inspector correspondió y siguió al indivíduo que desaparecía por la pared, vaya sorpresa al acercarse. ¡Era un trampantojo!, había dos paredes superpuestas y un hueco entre ellas, solo que tan bien hecho que parecía una sola.

Emilia siguió a los hombres, estaba convencida que si perdía de vista al inspector le costaría salir de aquel laberinto de pasillos con puertas. Tras el hueco oculto llegaron a una sala llena de monitores, habría unos cincuenta. Todos a color y con alta resolución, emitían señales en directo de lo que ocurría en las habitaciones.

-Espera, ¿Ese no es el alcalde?. Se dijo a sí misma mientras prestaba atención a una de las pantallas donde un hombre vestido con traje de chaqueta -(¿En esa ciudad los trajes de chaqueta eran el uniforme oficial?-Llegó a pensar) bebía una copa, de pronto comenzó a desnudarse lentamente mientras otra persona enfundada de pies a cabeza en cuero negro esperaba de pie golpeándose una de las manos con una especie de porra también al parecer de látex negro. La imagen se perdió, uno de aquellos guardaespaldas con chaqueta también de color negro se interpuso entre ella y los monitores. Levantó la cabeza para mirar a los ojos al muro de carne y el inexpresivo empleado le hizo un gesto con la cabeza para que siguiera a Espinoza.

Emilia comenzó a desesperar, no paraba de ir de un lado a otro por pasillos oscuros, percibiendo olores que jamás pudo pensar que existieran, unos detestables y otros agradables, pero todos muy intensos. Cuando su paciencia llegaba al límite llegaron a su destino. Una sala blanca amplia, que contrastaba con tanta oscuridad. Sería por eso que le pareció que estaba bien iluminada, decorada únicamente con algunos cuadros. Presidía la habitación una mesa enorme, detrás de ella una mujer escribía en unos papeles, al acercarse comprobó que no era una mujer, más bien parecía un travesti, aunque pronto descubriría que era un ser no binario.

Maurice, así se llamaba quien dirigía todo aquello se levantó y saludó a Jesús con dos besos.

-¿Qué te trae a mi humilde morada querido amigo?, preguntó a sabiendas que aquello de humilde tenía bien poco.

Jesús sonrió, con esa expresión que no se sabe si es de alegría o porque te va a descerrajar un disparo.

-Negocios, dijo de forma lacónica.

-Josué, trae algo de beber a nuestros invitados, dijo Maurice mientras tocaba las palmas y las dejaba boca arriba incitando premura.

-Jack Daniel con hielo para nuestro amigo y para la jovencita... ¿Qué desea tomar?. Continuó hablando mirando con descaro y desprecio a la policía.

-Nada, estoy de...la mirada fulminante de su compañero se cruzó en ese momento con la suya e hizo que detuviese sus palabras en seco...Una Coca-Cola Zero, por favor. Acabó diciendo la policía.

No tardaron mucho en tener cada uno su bebida, la mujer esperaba de pie, Jesús sentado en la mesa frente a quien dirigía todo aquello.

-Maurice, esta noche se ha cometido un crimen sexual salvaje en la Calle Esparraguera, a las afueras de la ciudad, en esos bonitos adosados y chalets de clase media. Comenzó hablando de manera muy directa el policía que se detenía y daba un sorbo a su bebida, para luego continuar.

- La cosa pinta mal, parece que es algo gordo y ya sabemos todos que si hay algún tipo de meneo de nivel en esta ciudad y no pasa por tus manos o no te llega la información, entonces es que no existe.

Maurice sonreía por el halago a la vez que también daba un sorbo a su bebida.

Emilia observaba todo desde la retaguardia, la situación también le dejaba la boca seca y bebía el refresco frío que le acababan de servir.

-No es cosa mía, comenzó a decir el no binario, ya sabes que si existe algún tipo de perversión que quieras cumplir, este es el lugar. Nunca nos hemos negada a nada, y ya sabes que nada es nada. Pero todo lo que hacemos es entre estas paredes, y si se nos va de las manos, no transciende más allá de los límites del barrio. Eso que dices más bien es un juego de pijos que no saben lo que hacen. Y realmente desconozco los detalles, aunque ya sabía de los hechos. Pero aún así, no te quepa la menor de las dudas que pondré las orejas en todas las esquinas para enterarme de quien está detrás de todo lo que está ocurriendo. No quiero que me salga competencia descontrolada. Al decir esto elevó su vaso e hizo una especie de brindis al aire incitando a sus invitados a que hicieran lo mismo, para luego acabarla de un trago. Antes de depositar el vaso sobre la mesa, Emilia caía al suelo. Una mirada de odio salió de los ojos de Espinoza antes de perder él también la consciencia.





Capítulo III

Como cada mañana, María lo primero que hacía era mirar el móvil. Tres mensajes en el whatsapp, uno de su madre y dos de grupos de amigas. Los leyó por encima y le contestó a su madre: “Todo ok, mañana revisión ginecológica, voy con Carmen, ya te cuento.

Puso la cafetera y se marchó al cuarto de baño a darse una ducha. Se quitó la enorme camiseta que hacía las veces de pijama, recogió su largo y lacio pelo rubio y se colocó un ridículo gorro de plástico transparente para que no se mojara el cabello. Se quedó mirando su enorme barriga; ya de casi seis meses, podía notar cómo Julia se movía en su interior y daba pataditas. María acariciaba su vientre y transmitía a su bebé amor. Estaba deseando que llegase el momento de tenerla en sus brazos.

Se miró en el espejo, a sus 22 años parecía más joven, su cara se había hinchado un poco, pero aún mantenía las líneas marcadas de sus facciones. Los brazos seguían estando musculados; sus pechos habían ganado varias tallas y luchaban con la elasticidad y firmeza que da la juventud contra la fuerza de la gravedad; sus aureolas habías ennegrecido bastante y su pezón engordado; aún así, se sentía bella y poderosa. Pronto sus pechos comenzaría a crear el alimento de su bebe. La barriga era bastante grande, pero en su cuerpo atlético quedaba muy bonita, se giró y vio el perfil tan hermoso que reflejaba el espejo. Con agilidad se volvió y de un salto se metió en la ducha.

En veinte minutos se había duchado, arreglado y ya estaba sentada desayunando. Desde que estaba embaraza se había acostumbrado a esa primera comida y ya era imposible que pasara sin ella. Un tazón de leche con cereales, un pan tostado con aguacate y jamón y un zumo de naranjas. Así había sido durante todos los días desde hacía meses.

Cogió los libros de la universidad y se marchó a clase. Tuvo que esperar poco al autobús que iba bastante lleno, un niño disfrazado de drácula al ver que estaba embarazada e inducido por su madre le cedió el asiento. Seguramente iría a la fiesta de fin de curso, ella iba a acabar a lo justo su segundo año de carrera, el próximo vería cómo compaginaría los libros con el bebé. Sonrió al chaval y le dio las gracias.

Tuvo un recuerdo momentáneo al ver al pequeño vampiro, su mente se trasladó a Noviembre del año anterior, a la fiesta de difuntos. De cómo había bebido en la fiesta universitaria para coger valor y declarar su amor a Miguel Sánchez, el malagueño que nunca se había fijado en ella y que de manera educada la rechazó. Acabó haciendo una orgía en los jardines traseros con varios dráculas, que estuvieron practicando sexo sin condón con ella que iba vestida de vampiresa buscona. A la mañana siguiente no recordaba casi nada, sólo que le dolía el cuerpo y la vergüenza que había pasado al ser rechazada por su compañero. Al faltar le la primera regla la achacó a la tensión y el estrés de los exámenes de Diciembre, pero cuando en Enero no le llegó el período y se hizo la prueba, el mundo se le vino a los pies. A pesar de que todos le pidieron que abortase, ella no quiso. Apechugó y decidió afrontar su nueva situación dando todo el amor que llevaba a su bebé.

La mañana era calurosa, el autobús a pesar de llevar el aire acondicionado no lograba mitigar el sofoco que emitía la aglomeración de gentes, los olores que emitían los pasajeros le provocaba a María nauseas, que decidió hacer las dos últimas paradas a pie. De todas formas, la ginecóloga le había recomendado andar.

Cuando fue a cruzar la calle, un hombre que la doblaba en edad se le acercó, vestía con zapatillas de deporte, pantalones vaqueros y camiseta blanca. María tras la sorpresa inicial, escuchó al hombre mientras trataba de contener la risa, ya que sus pelos al parecer hacía tiempo que no veían un peine.

-Perdone señorita, comenzó el hombre. Me llamo Raúl, y aunque le parezca extraño, le voy a adivinar el sexo de su bebé. ¡Es un varón!.

María que todo aquello le parecía divertido, no quiso desilusionar a aquel visionario de pacotilla.

-Muy bien ¿Cómo lo ha sabido?, le preguntó de manera socarrona.

- Es un Don natural que tengo, dijo el extraño, y se marchó de manera apresurada.

A María aquello la dejó pensativa, pero pronto pasó de eso para centrarse en que llegaba tarde a clase, locos había tantos en aquella ciudad…

Miró a un lado, al otro y cruzó por el paso de peatones, a doscientos metros veía a su amiga Carmen esperándola para entrar juntas en clase. Una furgoneta negra se cruzó en su camino. Paró junto a ella, se abrió la puerta lateral del vehículo y dos hombres la empujaron a dentro. Antes de introducirla en el vehículo, le pusieron un pañuelo impregnado en un fuerte líquido sobre la boca y nariz que la aturdieron y en segundos todo se fundió en negro.

Carmen miró su reloj, oteó el horizonte buscando a su amiga, ni rastro de la rubia. Cogió su móvil y le envió un mensaje diciéndole que entraba en clase, que si se encontraba bien. Cuando la furgoneta negra pasó por delante de la puerta de la facultad, Carmen subía los escalones apresurada para no llegar tarde a clase.

A María le dolía mucho la cabeza, estaba aturdida, desorientada, dolorida, a pesar de su lamentable estado supo que estaba desnuda. Antes de abrir los ojos, los otros sentidos trataron de ubicarla. El olfato, el más desarrollado durante su embarazo captó un fuerte olor a incienso. El silencio era absoluto y aunque sus manos y piernas estaban entumecidas, comprobó que estaba esposada.

Cuando abrió sus ojos, prefirió no haberlo hecho, frente a ella tres figuras horribles la observaban. En el centro, lo que parecía un hombre con una máscara de carnero, una túnica roja que lo cubría desde el cuello al suelo caía formando unos pliegues rectos hasta el suelo. A ambos lados de la figura alta, otras dos. Féminas que dejaban notar tras la translucida tela sus enormes pechos. Mucho más bajas que la figura central y vestidas con el mismo tipo de paño pero de color azul. Sin máscaras pero muy maquilladas, tanto que apenas reflejaban su verdadero rostro. En sus manos sostenían; una un libro abierto y la otra un cofre del que salía ese fuerte olor a incienso.

-Por favor, balbuceó María, no nos hagan daño a mi hija y a mi. Sus enormes y verdes ojos estaban inyectados en sangre y notaron el frescor de las lágrimas recorrer sus mejillas.

Las tres figuras se miraron y desaparecieron de la habitación. María se quedó a solas llorando. Estaba en una especie de sótano, unos ventanales altos dejaban entrar la luz que mal iluminaba la sala llena de columnas, por detrás de una de ella habían desaparecido las figuras.

No sabe cuanto tiempo pudo pasar, pero cuando regresaron ya no venían solos. El hombre que la había abordado en la calle precedía la comitiva. Seguía despeinado, pero ahora venía desnudo y con las manos atadas. Ya no le producía risa el aspecto del hombre, más bien sintió compasión por el estado que había llegado.

-Rubia, comenzó a hablar mientras un hilo de sangre corría desde sus labios, me dijiste que estabas embarazada de un varón.

La chica no dejaba de mirar al hombre, de la compasión pasó al desprecio en un instante y con una serenidad que incluso la sorprendió a ella misma le dijo:

-¡No!, tú me dijiste que era un varón, y yo por no contrariarte ,ya que me pareciste un pobre hombre te seguí la corriente. Pero ahora me doy cuenta que no eres un pobre hombre, eres un hijo de puta y te maldigo y maldigo el momento que te cruzaste en mi vida. Escupió con desprecio hacia el desgraciado, cayendo la saliva a los pies del prisionero.

El tipo vestido de rojo y cabeza de carnero se situó entre ambos prisioneros y propinó un fuerte puñetazo en el estómago del despeinado a la vez que lo llamaba inútil. Una vez en el suelo, doblado de dolor e inmóvil, le ató las piernas. Mientras hacía esta operación, las mujeres vestidas de azul se dirigieron hacia María, quitaron las esposas de pies y manos y comenzaron a consolarla, a pedir perdón y disculpas mientras acariciaban a la mujer. María volvió a sentirse aturdida por la situación y no dudó en beber el tazón con agua que le ofrecía una de las mujeres. La garganta le quemaba y agradeció aquel fresco líquido que aplacó el fuego de su gaznate.

Las mujeres tumbaron a la chica en el suelo, que se dejaba hacer ya que de nuevo había perdido toda voluntad. Desde allí pudo observar cómo el carnero cogía una soga y la pasaba por un perno colgado al techo para luego pasar un nudo por el cuello del reo. Comenzó a tirar y el despeinado se elevó del suelo con una facilidad impresionante.

María se arrastró hacia los pies del infeliz, trataba a pesar de todo de socorrer al hombre que se movía convulsionando ante la falta de oxígeno en su cuerpo, pero estaba agotada y cerró los ojos para dormir un poco antes de seguir su misión de salvamento. El veneno hizo su efecto dejando a la embarazada inerte a los pies del ahorcado.

El hombre comenzaba a ponerse rojo, la sangre no circulaba por la presión que le propinaba la cuerda sobre el cuello. El aire ya no pasaba a sus pulmones y el pecho comenzó a doler. Poco a poco dejó de sentir cómo los ojos querían salirse de sus cuencas, su cuerpo aún convulsionaba en estertores que le trataban de librar de aquella trampa mortal. Los esfínter se relajaron y la orina comenzó a caer por su pierna hasta el cuerpo desnudo de la embarazada que yacía a sus pies.







Capítulo IV

Heartbreak Hotel sonaba de fondo, el inspector despertó con un enorme dolor de cabeza, a duras penas recordaba lo que había pasado. Abrió el cajón de su mesa de noche y tomó algunas pastillas. Elvis sonaba de manera machacona, no sabía de dónde venía la música. Seguía con la misma ropa de la noche anterior. Miró su reloj, las nueve y media de la mañana. Se levantó de la cama y en la puerta, clavada con una chincheta una tarjeta.

Casa Juan” podía leerse en ella y una dirección. Elvis había dejado el Hotel y ahora pedía que lo amaran tiernamente. Salió de la habitación y allí, sentado en su sillón bebiendo una taza de café, mirando el móvil embelesado desde donde salía la música estaba “el negro”.

El negro” era un hombre enjuto, de poca estatura y con la piel morena, tanto que podría bien confundirse con un aborigen centroafricano. Pero su madre, puta de profesión juraba y perjuraba no haber tenido relación nunca con un hombre de raza negra. A saber “la Mari” a quien había dejado pasar a sus entrañas.

-¿Qué haces aquí?, preguntó el detective a la vez que le quitaba el café y daba un largo sorbo.

-El pequeño hombre levantó por fin la mirada del celular, y con una voz impropia a su endeblez, por la gravedad del tono y la seguridad con la que salía de su boca, le dijo: -Jefe, anoche me llamaron para que te recogiera y trajera a casa, llevo toda la noche velando tus sueños.

-¿Y la inspectora Emilia Gutiérrez?, preguntó recordando por momentos su estancia en el local de Maurice, “El Paraiso”.

-Estaba usted solo, jefe. Le respondió el subordinado volviendo a prestar más atención al terminal que tenía en su mano que a todo lo que le rodeaba.

-Mierda, se dijo Espinoza a la vez que buscaba su móvil y llamaba a la comisaría para que localizaran urgentemente a su compañera.

Quince minutos más tarde, ya estaba el inspector montado en su ford, cigarro en boca y aseado. Entre los dedos de la mano que sujetaba el volante, la tarjeta de “casa Juan”, a la que se dirigía con premura.

A las afuera de la ciudad, una venta de carretera con habitaciones, sobre el tejado y de manera ostentosa un cartel en el que rezaba “casa Juan”, otrora con iluminación, pero la decadencia que mostraba el letrero indicaba que aquella casa había tenido mejores tiempos. Los nuevos cinturones de circunvalación que bordeaban a la ciudad habían hecho mucho daño a pequeños establecimientos que fueron descanso de camioneros o viajeros itinerantes.

Bajó del coche, sus botas de punta pisaban la grava haciendo el característico sonido del roce de las piedras bajo la presión del cuero. Era lo único que podía oírse en aquel solitario paraje.

El portón principal estaba cerrado, comenzó a bordear la estancia y encontró un acceso lateral. Lanzó el chester al suelo y desenfundó su P226. La puerta daba acceso directo a una especie de salón, debía de ser el recibidor del hotel, un pasillo coronado con un arco del que colgaba un cartel con números indicaba las habitaciones. Analizó rápidamente la situación, estableció mentalmente las prioridades y comenzó a inspeccionar el local. No tardó en hallar lo que buscaba.

En una cama encontró a su compañera, atada. Sus brazos al cabecero del camastro, los tobillos esposados a los pies del catre. Estaba desnuda y su boca tapada con cinta americana. Jesús quedó petrificado al ver a su compañera en ese estado. Se acercó a socorrer a la inspectora cuando la mujer abrió de par en par aquellos enormes ojos color miel. Jesús le sonrió, y a pesar de tener la voz aguardentosa, trató de suavizarla otorgando tranquilidad a la mujer, que lejos de calmarse abría cada vez más y más sus preciosos ojos y emitía sonidos guturales.

El reflejo en aquel cristalino color marrón fue lo suficientemente nítido para que Jesús pudiera esquivar el golpe lateral y mortal, se tendió sobre el cuerpo desnudo de la mujer y notó el calor que desprendía. Sin tiempo a deleitarse se giró y descerrajó dos tiros sobre el tipo que volvía al ataque con el palo de beisbol, ahora de manera frontal.

Jesus inspeccionó el cadáver, era un hombre de unos cincuenta años, pareciera ser de algún país del este, sospecha que confirmó al ver sus documentos sacados de la cartera. En el registro también encontró las llaves de las esposas que retenían a la inspectora Gutiérrez.

-Tranquila le dijo a la mujer mientras movía entre sus dedos regordetes las minúsculas llaves simulando un sonajero. -Voy a quitarte este tapabocas, te dolerá un poco, con un movimiento certero arrancó la tira pegajosa. Algo sobresalía de los labios de la mujer, Espinoza comenzó a tirar de la tela y resultó ser el tanga de la mujer. Un escalofrío recorrió el cuerpo del policía. Aquella joven allí atada, desnuda y él con el tanga en la mano, caliente y húmedo de la saliva. Sin pensarlo abrió las esposas que retenían las manos de la mujer y antes que se pudiera dar cuenta la joven se abalanzó sobre el cuello del hombre sollozando. Espinoza aguantó estoico abrazando con una sola mano a la mujer, mientras con la otra se clavaba los dedos en la pierna para evitar la tentación de aprovecharse de la desvalida chica. Le entregó las llaves para que fuera ella misma quien se liberase de las esposas que tenía en sus tobillos mientras la tapaba con uno de los cobertores que cubría la cama.

Llamó a comisaría y en quince minutos una ambulancia estaba atendiendo a la mujer y un enjambre de uniformados acordonaban el establecimiento buscando pruebas y liberando a varias mujeres que estaban prisioneras formando parte de una red de trata de blancas.

Una hora después Jesús Espinoza estaba en su “oficina”, con un legendario cola frente a él, su cuerpo estaba en aquel bar, pero su mente no paraba de recordar a su compañera, vislumbraba aquella morena, de piel canela atada. Su pequeño cuerpo atlético en reposo, la piel sin una sola marca, los minúsculos pechos erguidos, desafiando a la gravedad, una aureola negra algo mayor que una moneda de dos euros se elevaban hasta ser coronadas con un pequeño pezón que hacía que la garganta del detective se secara, Un sorbo al cubata y de nuevo su mente recorría aquel estómago sin un ápice de grasa curvado hasta un pequeño ombligo, su mente se recreaba en aquel monte de venus, el pubis recortado en un rectángulo perfecto, que acababa en unos pequeños labios vaginales carnosos, la postura de sus piernas entreabiertas dejaban aflorar un pequeño botón rosa capaz de activar todos los sentidos de aquella mujer. Sus piernas eran fuertes, deportivas, musculadas y sus pequeños pies morenos estaban rematados con una laca de uñas negras que desconcertaba al hombre.

En la “oficina” estuvo Espinoza hasta que el alcohol aturdió tanto su mente que logró difuminar aquellas placenteras visiones.





Capítulo V

Aún no habían dado las doce de la mañana cuando Espinoza llegó a la comisaría. Ya había dado cuenta de un café solo y varios cigarrillos, junto algunas aspirinas para el tremendo dolor de cabeza que el exceso de la noche anterior le provocaba. Se sorprendió al ver a su compañera frente al ordenador tecleando sin apenas apartar la vista del monitor, creía que estaría algunos días de baja, verla en el trabajo le gustó, además, su mente volvió a recrear el cuerpo desnudo de la chica, pero un breve pero intenso dolor punzante en la cabeza le sacó de tan grato recuerdo.

-¿Estás bien?, preguntó con su voz grave a la compañera, tratando de no dejar entrever la enorme resaca que le acompañaba. La mujer dejó de golpear las letras del teclado, lo miró con lo que el policía intuyó como una mirada de desprecio y siguió tecleando sin contestar a su compañero. Espinoza bordeó la mesa y por encima del hombro de ella comenzó a leer el informe que redactaba. Sin mediar palabras desenchufó el ordenador de la comisaria.

-¿Qué coño haces?, gritó la mujer con tal virulencia que toda la sala quedó en silencio mirando a la pareja. Espinoza ni se inmutó, se inclinó hacia delante apoyando sus brazos en la mesa, adoptando una postura de poder y sin levantar un ápice su voz dijo:

-Lo que ocurre en el Paraiso, se queda en el Paraiso.

-¡Y una mierda!, contestó la mujer tratando de contener el tono de su voz, me secuestraron y trataron de comerciar con mi cuerpo en una trata de blancas. Masculló las palabras rezumando odio y asco.

-A esa puta o puto de Maurice lo meto entre rejas. Acabó diciendo más despechada que amenazante.

Espinoza movía su cabeza negando, luego volvió a hablar de manera pausada, tranquila, echando su cuerpo hacia detrás para que la mujer no creyera que su actitud era amenazante; pero sus palabras fluyeron con la suficiente firmeza para que no hubiese error en el entendimiento de lo que quería transmitir.

-No vas a hacer una puta mierda, Maurice te ha enseñado quien manda en la ciudad, y es ella. Si lo hubiera querido, estarías muerta o haciendo de puta en cualquier sótano. Por su local aparecen jueces, políticos, periodistas y toda clase de hombres y mujeres que desean ver cumplidas sus fantasías más abyectas. Y Maurice hace que todas -”todas” lo dijo despacio, remarcando la amplitud de la palabra y su enorme significado-, se cumplan. ¿Crees que con ese imperio que tiene montado es tan torpe de no tener sus espaldas a cubierto?, si así lo crees, eres más inocente o tonta de lo que aparentas. Además, Maurice dejó todos los cabos bien atados, y en esta aventura hemos ganado todos.

La mujer miró con cara de asombro al inspector, ¿Mira que atreverse a decir que todos habían ganado, cuando ella no había ganado nada en absoluto?.

-¿Qué hemos ganado?, ¿Qué he ganado yo?. Inquirió, esta vez con la voz igual de tensa pero en un tono cordial.

-Has ganado muchas cosas, continuó Espinoza con su voz grave que sonaba envolvente, el tono que salía de las cuerdas vocales de aquel hombre caían sobre ella y sentía cómo la protegían igual que un edredón los días de frío. ¿Cómo tener miedo o dudas cuando él andaba cerca?, llegó a pensar la mujer mientras sus ojos adquirían un tono de admiración..

-En primer lugar, has ganado conocer el poder de Maurice, ese conocimiento te puede salvar la vida o saber, llegado el caso, que no es de tu propiedad.

- En segundo lugar, has ganado el llegar a una ciudad de novata y desmantelar una de las redes de prostitución mayor del país, cierto es que esos rumanos debían haber tocado, y mucho, los huevos o los ovarios o lo que tenga Maurice ahí abajo. Y eso nos ha beneficiado. Está claro que antes de mancharse las manos nos los ha entregado para dar un escarmiento a quien sabe quien, y así que sepamos nosotros que le debemos una.

- Y en tercer lugar, te has ganado mi respeto y admiración. Eso último no lo esperaba la mujer y notó cómo un rubor le subía a la cara y una calor extraña embargaba su ser.

-¡Enhorabuena inspectores!, gritó el jefe de los policías interrumpiendo la conversación a la vez que hacía un eslalon moviéndose de manera acelerada entre las mesas mal colocadas por la sala, intentando en un vano intento, crear oficinas independientes. Debajo de su bigote rubio parecía salir un atisbo de sonrisa, pero a saber… Al estar cerca de ambos policías continuó hablando.

-Habéis descubierto y desmantelado una de las tramas de tratas de blancas europeas mayor que se conocían, hemos detenido a Igor “carnicero” Volkov, y todo gracias a ustedes. El tipo estaba ufano, feliz por el trabajo de sus inspectores.

-¿Cómo se le ocurrió inspectora infiltrarse en la red y descubrir el pastel?. Nos ha dejado a todos boquiabiertos por su valor y arrojo siendo tan joven, los jefes están muy contentos con su trabajo. Quieren promoverla para recibir algún tipo de medalla. Aún no había acabado de hablar cuando miró a la cara a Espinoza, el inspector lo miraba cómo quien observa a un animal hacer una gracia o pirueta. El jefe se sintió incomodo, cerró su boca y sin despedirse se giró hacia su despacho.

Los compañeros cruzaron entonces sus miradas. La mujer había perdido todo interés por continuar con el informe, sus facciones se habían relajado y entendía perfectamente que las reglas que durante toda su vida había seguido en su trabajo no valían. Sonrió de manera amigable al inspector Espinoza, sabía que junto a ese hombre aprendería lo suficiente para desenvolverse sola en la jungla exterior y mientras lo cobijase aquella sombra, estaría relativamente a salvo.

Jesús mantenía su rictus impasible, no sonrió, mantuvo la misma expresión que unos instantes antes habían espantado a su jefe. El tiempo se detuvo. De pronto, cómo si un resorte lo sacara de su inmovilidad, se sacó el paquete de tabacos del bolsillo. Con un golpe seco en la mesa extrajo un cigarrillo se lo llevó a la boca y con él entre los labios le dijo a su compañera:

-¡Venga vamos!, tenemos trabajo, hay una investigación de doble asesinato pendiente y nadie nos va a resolver este caso.

Hablaba a la vez que recogía su chaqueta de cuero de encima de la mesa y emprendía la marcha hacia la salida. Emilia se apresuró a recoger sus pertenencias, bolso, chaqueta y pistola que guardaba en el cajón de su mesa de despacho. Corrió tras el hombre que sin ser para nada su estereotipo masculino comenzaba a horadar todo lo que ella creía saber sobre la vida, la supervivencia y llegó a preguntarse ¿el amor?.

Cuando alcanzó al hombre, este sin ni tan siquiera mirarla volvió a inquirir;

-¿Vas en tu coche o en el mío?.

La mujer no le contestó, Espinoza sonrió para sí mismo y encendió su cigarrillo.







Capitulo VI

-¿Vamos a la oficina?, quiso saber la mujer mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

Espinoza estaba absorto en sus pensamientos, trataba de esclarecer el caso que tenían asignado, pero una imagen recurrente nublaba su clarividencia, y ese pensamiento no era otro que el del cuerpo desnudo de su compañera atada en la cama.

Emilia resignada a obedecer sin preguntar, o al menos, sin recibir contestación de aquel hombre, más parecido a un cromañon que a un sapiens, decidió encender la radio del coche. Instintivamente empujó la cinta del radio casete que sobresalía un poco, tocaba más por curiosidad que por conocimiento, ya que jamás había usado ese formato. ¿Cómo es que este hombre aún utilizaba ese tipo de soporte musical?. Un click analógico hizo que instintivamente retirase su mano y de pronto comenzó Sabina a sonar, en realidad era una voz de mujer la que comenzaba la canción, Chavela hablaba por los altavoces del coche y antes que el jienense pudiera ser escuchado cantando su “Noche de Bodas”, Jesús apagó la música.

-¿Qué pasa?, quiso saber la mujer. -No me hablas, no me dejas escuchar música. -¡Creí que eramos un equipo!. Se quejó apartando la vista del conductor y perdiendo su mirada en la carretera.

-No es momento de escuchar esta canción, habló por primera vez el inspector.

A Emilia se le activó una alarma. ¿Un punto débil en su compañero?, ¿Qué tenía que esconder con esa canción?, al parecer le hacía daño. ¿Existía un lado sensible en aquel hombre que parecía inquebrantable?.

-¡Perdón!, dijo casi sin darse cuenta mientras todas esas preguntas se le agolpaban en su cabeza.

Sonrió Espinoza con una mueca de su cara, pareciera que le leyese la mente,

-Seguro que no has comido nada en horas, se aventuró a decir el hombre. Conozco un pequeño bar por aquí que nos harán unos bocadillos de tortilla que harán que veamos el mundo de otra manera.

-¡Buenas!, saludó de manera educada pero lacónica el inspector a la vez que abría la puerta de cristal del establecimiento y daba paso a su compañera de manera cortés. Al acceder al local la inspectora, se escuchó desde la barra.

- ¡Buenas tardes inspectora!, ¿Lo de siempre?.

-Buenas tardes Manuel, no, hoy vengo acompañada, nos pones dos bocatas de tortilla, una cerveza y una botella de agua. Dijo la mujer mientras cruzaba el local y se apostaba en una mesa, sentándose mirando hacia la puerta. Espinoza estaba desconcertado, por primera vez se veía desplazado en un ambiente que dominaba a la perfección desde los dieciséis años. ¡Los Bares!. Se sentó junto a la compañera, odiaba sentarse de espaldas a las puertas de los bares y el menor de los males era estar de perfil.

-Parece que no soy el único habitual de este tipo de antros, dijo a la vez que sacaba un cigarrillo del paquete y comenzaba a juguetear con él entre los dedos.

-Perdone Señor, en el local no se puede fumar. Interrumpió Manuel a la vez que dejaba en la mesa una cerveza y una botella de agua con un vaso mirando a los ojos al inspector, queriendo infringir en su mirada una pose autoritaria, que quedó desarmada cuando se cruzó con la fría, dura y áspera mirada de Espinoza. La mujer que estaba pendiente se dio cuenta y trató de tranquilizar al hombre.

-No te preocupes Manuel, es compañero y sabe que no se puede ni se debe fumar en los locales. El hombre se retiró aliviado por las palabras de su clienta habitual.

Espinoza tenía razón en su deducción, su compañera se zampó el bocadillo en cuatro enormes bocados, un hilo de mayonesa quedó en la comisura de los labios de la mujer, e instintivamente el hombre le limpió los restos con su dedo índice y se lo llevó a su boca. A la mujer le recorrió un escalofrío por su columna. ¿A qué ha venido eso?, pensó. Cogió la servilleta y se limpió. Sin tiempo a más reacciones, se bebió el agua, no se atrevía a cruzar la mirada con el hombre que comía despacio su bocadillo, No sabía cómo tomarse lo que le acababa de hacer.

¿Y ahora qué?, se atrevió a romper el silencio, planteando una situación que bien podría llevar a equívoco. Tal y cómo iba diciendo la frase notaba cómo un calor le encendía las mejillas, no fuera aquel hombre a mal interpretar sus palabras.

-Ahora nada, zanjó Espinoza, necesitamos descansar para tener la mente lúcida y desenredar este entuerto. La mujer se mantuvo en silencio, observando cómo aquel hombre maduro daba pequeños bocados a su bocadillo y bebía cervezas, una tras otras.

Apenas estuvieron veinte minutos en el bar, salieron dirección al coche y al estar cerca del auto, Espinoza rompió el silencio.

-¡Sube!, te llevo a casa.

-Vivó ahí, dijo la mujer moviendo su cabeza y señalando el portal de un edificio que estaba frente al coche. -Te invito a un café. Se sorprendió la mujer al escuchar sus propias palabras.

Espinoza la miró de arriba abajo, sabía que ella no tomaba café y que no era una de las mejores ideas pero ¡Qué diablos!, a ver hasta dónde llegaba aquella mosquita muerta.

El ascensor se abrió en la tercera planta, las lenguas estaban entremezcladas, ella notaba el sabor áspero de los cigarrillos y la cerveza, él el dulzor del pan y la tortilla. No se separaban y tan sólo prestaron atención a lo que les rodeaba cuando la puerta volvía a cerrarse. Espinoza la detuvo con el pie. Pareció la señal para despegarse, ella buscó rápidamente las llaves en su bolso y él la siguió pasando su mano por la pequeña cintura y notando los músculos de su abdomen.

Traspasaron el umbral fundidos en un nuevo beso, pero ahora las manos se afanaban en desnudar a su oponente, los dedos gordos de Espinoza se movían lentos y torpes, tratando de desabrochar la camisa de la mujer, que en un ímpetu ardiente, empujó al hombre contra la pared apartándola de ella, con un movimiento violento arrancó todos los botones de su camisa dejando al aire unos pequeños pechos acabados en una negra aureola rematada con un pequeño pezón oscuro. Jesús no se pudo reprimir y se lanzó a saborear aquella trufa negra que se ofrecía ante él. La mujer se retorcía de placer al notar lo cálidos y húmedos labios del hombre succionando, mordiendo, pellizcando con los dientes y labios su pezón, dando a entender al inspector que acababa de encontrar una de las zonas erógenas de ella. La chica saltó sobre el hombre que sin soltarla devoraba con ansias su cuello, su boca, sus pechos. El ímpetu que demostraba venía espoleado por tantas horas de ensueño recordando el cuerpo desnudo atado a la cama. Tal y cómo se había subido, se bajó, y comenzó a correr por el estrecho pasillo, mirando al hombre, sonriendo y despojándose de toda ropa. Cuando Espinoza llegó a la habitación, encontró a su compañera de pie, desnuda y se dejó hacer. La joven le quitó la camisa, desabrochó pantalones y bajó calzoncillos, en la misma cara de la chica la verga saltó como un resorte, -¡Vaya!...dijo la mujer contemplando al hombre y sobre todo su miembro viril. -¿Y esto?, preguntó con malicia.

Espinoza versado en mil batallas, le respondió: -Esto adquiere el tamaño que le proporciona quien sepa usarla.

La chica no lo dudó, y con una sonrisa se introdujo el falo en su boca. Espinoza notaba la calidez y humedad del aliento alrededor de su miembro, agarraba de la cabeza a la chica que acompasaba el movimiento a la mano del hombre. Poco le duró la alegría al inspector, con lo tranquila que parecía Emilia, en el sexo era todo un torbellino, lo quería todo y para ¡ya!. Se separó del hombre dejando su pene lleno de saliva. Jesús la cogió de la muñeca, ella lo miró desconcertada y de un empujón, la chica menuda cayó de espaldas sobre la cama, comenzó a reí por la sorpresa inicial, pero de la risa pasó en segundos a gemidos de placer al notar cómo su compañero se dedicaba a comerle el coño. Su barba de varios días le producía dolor y gusto en la entrepierna, la lengua humedecía el clítoris a la vez que jugaba con él, haciendo que su cuerpo sufriera espasmos de placer, un grito sonó en la habitación al notar cómo dos de los dedos gruesos de Jesús se introducían en ella tocando su punto G. Chorreaba cómo hacía tiempo que no lo hacía. Antes de darse cuenta notó el cuerpo de su compañero sobre ella penetrándola suavemente, adquiriendo cada vez un ritmo más intenso. Una nueva oleada de placer le recorrió la espina dorsal. De un movimiento la giró y la puso a cuatro patas, la imagen de aquel culo bamboleándose a cada embestida volvía loco al hombre, que agarrado a los pelos de la mujer a forma de crines de yegua lo estaban llevando al orgasmo. Espinoza, sin saber si ella tomaba anticonceptivos, y en un momento de lucidez prefirió no arriesgar sacando su pene y eyaculando sobre la espalda de aquella diosa morena que le acababa de llevar al paraíso.

Fue en ese mismo instante, al sentirse en el “paraíso” cuando se dio cuenta.





Capítulo VII

Casi sin darse cuenta, con las piernas aún temblando, Emilia se vio sentada en el coche junto al hombre que le acababa de propiciar varios orgasmos. Iban de nuevo al Paraíso, pero ese lúgubre antro no merecía tan precioso nombre. ¡Cuán equivocada se hallaba el momento que le pareció maravilloso!

Jesús miraba atento la carretera, había mucho tráfico y debía estar centrado en lo que hacía, la velocidad y con su manera de conducir tan temeraria necesitaba tener todos los sentidos alerta.

La inspectora observó como las rudas manos del hombre agarraban con firmeza el volante, su mente la volvió a llevar horas antes; su cuerpo se estremeció al recordar lo que sintió en el ascensor cuando esas manos agarraron su culo y la elevaron hasta quedar encajadas las pelvis de los amantes; sus piernas se asieron al hombre mientras sus bocas con sabor a cerveza, tortilla y tabaco se fundían en un apasionado beso, las lenguas comenzaron un baile rítmico que prometía más acción en otras zonas del cuerpo, esto hizo que el hombre endureciera su miembro viril y la mujer comenzara a mojar el tanga que se le había encajado entre los labios de su vulva al adoptar tan inusual postura.

El sonido del claxon junto a un giro brusco e inesperado del vehículo debido a un volantazo la devolvieron a la realidad, sacándola de su ensoñación. Un coche se incorporó sin indicar la maniobra desde la calzada y casi lo embisten los policías, sólo por la pericia del inspector al volante pudo evitar el accidente. Miró el perfil del hombre, serio, hierático, concentrado. De nuevo su mente la transportó al pasado, esta vez al portal de su edificio, cuando esperaban que llegase el ascensor. El cosquilleo entre las piernas volvió a calentar su vulva, se humedeció al igual cómo lo hizo cuando miró a Jesús a los ojos en su edificio, recreó sentada en el auto la tensión de su cuerpo, cómo el olor a colonia masculina le devolvía a ese momento en el que sin pensarlo besó en los labios a Espinosa. Luego, las cosas fueron sucediéndose una tras otra, sin tiempo a calcular las consecuencias. Él la correspondió agarrando con fuerza su cintura y arrastrándola hasta su espacio, en ese momento se dejó llevar, su cuerpo ya no era suyo, no le pertenecía, aquel hombre la poseería porque ella había dejado que todo su ser se rindiera al placer.

Espinoza aparcó en el mismo lugar que lo había dejado estacionado días antes.

-¡Vamos!, le dijo con su voz aguardentosa a la vez que se apeaba del coche y encendía un cigarrillo. La potente voz masculina la sacó de nuevamente de sus eróticos sueños y se apresuró a bajar del ford, no sin antes mirar de soslayo el asiento por si sus ardientes pensamientos habían dejado huella en la tapicería. Cerró la puerta y cruzó la carretera trotando hasta alcanzar al hombre que ya se adentraba en aquel callejón lúgubre.

El lugar ya no le pareció tan tétrico, ni la llegada al Paraíso tan maravillosa. Tras proceder a la entrega de armas a aquel hombretón de la puerta, notó cómo una sonrisa malévola se dibujaba en el rostro del portero, Cuando la enorme mano rozó la suya al depositar la pistola, un escalofríos le estremeció el cuerpo, en ese momento supo que aquel tipo era quien la había transportado hasta el puti-club de carretera y desnudado. Sintió un enorme asco por aquel ser vestido de blanco inmaculado que de buen seguro habría abusado de ella mientras estuvo inconsciente.

El local tampoco le parec ni tan grande ni tan decadente, iba reconociendo puertas y pasillos, los personajes que pululaban entre ellos sólo eran meros figurantes de aquel antro que parecía tener vida por sí solo.

No tardaron en llegar a la habitación de los monitores, la sorprendió de nuevo ver al alcalde en una de las pantallas, -¿Pero este hombre nunca está en el Ayuntamiento? pensó. Normal que la ciudad se descomponga-. Esta vez estaba vestido con ropa de colegiala, ver aquel señor mayor vestido de muchacha, con una camisa blanca tres tallas más pequeña, abrochada sólo en su parte intermedia. Dejando escapar por los faldones de abajo una prominente barriga peluda y por la parte alta del pecho se desparramaban descontroladas matas de pelo canoso en abundancia, todo el que le faltaba en su cabeza se le desperdigaba por el pecho, hombros, espalda y barriga al edil. Una falda tableada era toda vestimenta que poseía en su parte inferior, dejando al aire unas canillas que más que piernas parecían patas de pollo, amarillentas y llenas de varices. La mujer no miraba con descaro, tratando que esta vez no se dieran cuenta que observaba de soslayo. Cuando aquel representante de la ciudad se puso a cuatro patas y levantó la faldita para dejar ver un caído y arrugado culo blanco, la mujer deseó que alguien se hubiera puesto entre sus ojos y la imagen, pero nadie vino al rescate y pudo ver cómo un gigante de color negro que de buen seguro padecía macrofalosomía se dirigía hacia el calvo con cara de lividinoso y le penetraba el ano peludo con su gran falo provocando en el regidor de la ciudad un empalamiento digno del conde Vlad III de Valaquia.

La mano de Jesús sobre su hombro la devolvió a la realidad, accedieron al despacho de Maurice, que esta vez había cambiado su enorme mesa por una chaise longe de color rosa fucsia.

Con total naturalidad aquel híbrido esnifaba cocaína recostada en el sofá, mientras su querido Josué sostenía un cristal con la droga a la altura de la nariz de quien mandaba realmente en toda la ciudad.

-¿De nuevo en mi casa inspector?, dijo sin ni tan siquiera mirar a la pareja e ignorando completamente a la mujer.

Jesús no habló, se limitó a tocar las palmas de modo pausado, aplaudiendo algo que a Emilia se le escapaba totalmente.

-Estamos en paz señor Espinoza, espero que la próxima vez que nos veamos sea en el funeral de alguno de nosotros o algún ser querido. Sentenció Maurice girándose en el sofá hasta quedar boca arriba con sus rodilla flexionadas, dejando que la bata verde manzana se abriera en sus partes de manera abrupta enseñando su entrepierna totalmente depilada, de la que colgaba un pequeño falo sin testículos. Aquella visión dejó conmocionada a la mujer.

-¡Vamos!, dijo Jesús a la vez que cogía a su compañera del brazo y la arrastraba a la calle.

-¿Qué ha pasado?, quiso saber la mujer.

Espinoza encendió un cigarrillo de manera pausada, arrancó el coche, metió primera y comenzó a circular. Emilia sabía del proceder de su compañero, tenía consciencia de la dificultad que tenía aquel hombre de dar explicaciones y la necesidad de tener tiempo, un cigarrillo, paz y un volante entre sus manos para sentirse seguro y poder expresarse de manera correcta. Aquella mujer había realizado la pregunta, sabía que sería contestada y esperó pacientemente.

Al tercer cigarrillo y casi diez minutos después de haber formulado la pregunta, Espinoza comenzó a relatar:

- Hace años salvé a Maurice de un secuestro, estuvo agradecida mucho tiempo porque se sentía en la obligación de devolverme el favor, y acaba de saldar su deuda. Aspiró profundamente una calada de su cigarrillo. Expulsó el humo y continuó hablando.

- Ha sido lista, muy lista, ha matado dos pájaros de un tiro. Por un lado se ha quitado la competencia de encima, quienes te raptaron y quisieron traficar contigo son una banda del Este que hacían peligrar el negocio de Maurice, al yo encontrarte y desarticular la banda y detener y eliminar a los proxenetas, no tuvo que hacerlo ella, limpio y eficaz.

-Pero, protestó la mujer, -¡Fue ella quien nos drogó y entregó a la banda rival, no le debes una mierda y ella te debe su vida!.

Espinoza sonrió, miró con condescendencia a su amante y le dijo, -nos ha resuelto el caso del asesinato.

-¿Cómo?, quiso saber la mujer. -¿Esos proxenetas fueron los asesinos de la chica embarazada y del hombre?.

Espinoza dio una última calada a su cigarrillo, soltó el aire con un suspiro a la vez que apagaba la colilla en el cenicero abarrotado del coche y tras un lacónico -¡No!. Se dirigió a “la oficina”.




Capitulo VIII

El diputado Suner salía del hemiciclo cuando recibió un mensaje en su móvil, del contacto <gata>: “ Luna llena; tres días para cerrar el ciclo; todo preparado; a las 18:00 h planetario” pudo leer.

Salió del congreso, miró su reloj y todavía no eran ni las dos, tenía cuatro horas por delante que llenar, se dirigió hacia uno de los bares que estaban cercanos al edificio y se sentó en la barra a tomar algunas cervezas acompañadas de tapas mientras trataba de ordenar todos los planes futuros en su cabeza.

Terminó su café antes de que dieran las cinco, volvió a mirar su reloj y le contrarió lo lenta que pasaban las horas, pagó la cuenta y encaminó sus pasos hacia el Congreso, frente al mismo había una tienda de magia de nombre “planetario” y decidió entrar, una pareja extranjera se debatía entre comprar una baraja de cartas de Tarot Egipcio y otra de Tarot Gitano, el encargado de la tienda trataba de explicarle las diferencias en un tosco inglés.

Suner se perdió por los pasillos del establecimiento ojeando libros y objetos todos relacionados con la magia, se desentendió por un momento de los clientes y del dueño del local y se concentró en descifrar objetos extraños con nombres esotéricos.

-¡Llegas una hora antes!, le sorprendió una voz muy desagradable pegada a su oído, no se giró, continuó mirando el objeto con forma de bruja que tenía en su mano y replicó en voz muy baja :

- Luna llena.

Se hizo un silencio que se le hizo eterno al político, de pronto escuchó: -Tres días para cerrar el ciclo.

Respiró, se giró y siguió al portador de aquella horrible voz que resultó ser una mujer bastante obesa.

Pasaron por delante del dependiente, que de manera muy convincente pareciera que los ignoraba a postas. Los clientes ya se habían ido y la mujer obesa y el diputado accedieron a la zona de detrás del mostrador y se perdieron a través de una gruesa y oscura cortina hacia la trastienda. El político, antes de desaparecer por la oscura tela volvió a echar un ojo a aquel tipo que los había ignorado de manera exagerada y comprobó atónito cómo el hombre seguía en sus quehaceres sin prestar atención a quienes habían violado la intimidad de su espacio.

La trastienda era oscura y desordenada, llena de estanterías con cientos de objetos de magia y esoterismo. Al fondo, en una esquina, una pequeña puerta daba acceso a una escalera de caracol, comenzaron a descender por aquel tubo oscuro, iluminado por pequeñas luces led situadas en los escalones, le sorprendió al hombre tanta modernidad en aquel espacio tan anticuado que además desprendía un fuerte olor a humedad y a rancio.

El tiempo que transcurrió entre el acceso a la trastienda hasta llegar a una habitación amueblada con un banco de los que existen en los vestuarios, colocado en el centro de la estancia frente a una taquilla de metal, transcurrió en un total silencio. La mujer extrajo una llave de uno de los bolsillos de una especie de delantal que llevaba y con ella, abrió la puerta del armario metálico dejando ver todo su interior, el cual estaba distribuido en dos espacios. En el hueco más pequeño que era el superior y sobre una balda, una máscara de carnero saludaba con la oquedad ocular y hocico hacia el visitante que abriese la puerta. Bajo ella, la túnica roja colgada en una percha, ya, en el suelo, las zapatillas rojas acabadas en borlones dorados que completaban la indumentaria del sacerdote. Una sonrisa interna embriagó al hombre, que comenzó a desnudarse de manera pausada.

Al terminar de vestirse tocó una pequeña campanilla que estaba al fondo de la taquilla, tres movimientos firmes de su muñeca hicieron que el badajo golpease el metal de forma seca y cortante. Aún vibraba el sonido metálico en el aire de la estancia cuando la puerta se abrió, una de las vestales apareció con su toga azul transparente, todavía no ocultaba su bello rostro bajo el recargado maquillaje que lucía en las ceremonias, su cara era fina, de profundos ojos azules y con una melena rubia ondulada que descansaba sobre los firmes hombros. Joven de belleza griega que sin mostrar emoción alguna en su rostro accedió al vestuario portando una bandeja de plata en la que descansaba un cáliz de oro adornado con piedras preciosas, lleno de vino tinto. El político observo a la joven, se regodeó observando los enormes pechos que movían la tela de manera soez, sus aureolas oscuras acabadas en un pezón de tamaño considerable captaron toda la atención del hombre, que sólo logró salir del trance en el que había entrado cuando la chica se giró para irse y perdió de vista aquellas joviales tetas.

Bebió despacio el vino de la copa, sintiendo el calor que le proporcionaba el líquido elemento al bajar por su esófago. Casi una hora después, un fuerte olor a incienso le advirtió que la sesión debía comenzar. Se ajustó en el cinturón la daga preparada para la ceremonia, se colocó la máscara de carnero y observó su figura, gustándose durante algunos segundos y alimentando su ego con el reflejo que le ofrecía el espejo.

En la puerta ya esperaban ataviadas con sus túnicas azules de gasa transparente las dos vestales, la rubia de ojos azules portaba el incienso, a su lado, de figura muy parecida pero morena, otra bella joven que portaba el libro de los muertos, sus maquillajes exagerados las mantenían bellas pero irreconocibles. Se colocó delante de las chicas y comenzó a caminar lentamente por el pasillo hacia una gran sala. Al fondo, atada por los pies al suelo y por las manos a una argolla que colgaba del techo, una mujer embarazada y desnuda trataba de soltarse con movimientos ondulantes de su cuerpo. La boca abierta pero tapada con un pañuelo evitaba que sus gritos y quejas fueran potentes e inteligibles. A través de la máscara veía a duras penas a la joven en la distancia, no fue hasta estar bien cerca de ella cuando reconoció a la víctima, un escalofríos le recorrió la espina dorsal y un nudo se alojó en la garganta.

Suner trató de recuperar la compostura, si ella era la elegida, nada ni nadie podría evitar el trágico desenlace, en su mente, cientos de recuerdos se agolpaban tratando de evitar lo que el destino tenía preparado para ella.

Así, se vio sentado en el porche de la casa de los padres de la joven, un alto cargo del partido. Y cómo la chica se aupaba por sus rodillas y le daba un beso al “Tito Suner”, antes de correr con su minúsculo cuerpo hasta la piscina.

La visualizó graduándose en Derecho, y cómo su padre orgulloso y con lágrimas en las pupilas miraba feliz a los ojos del portador del puñal que recitaba ahora en aquel sótano las palabras que figuraban en el libro de los muertos, para acabar con la vida de la hija y el nieto no nacido.

Recordó el día que la hija de su amigo se casó de blanco inmaculado con el hijo de uno de los empresarios más rico del país y en su mente se cruzaban la sonrisa de aquella preciosa novia feliz con la de la asustada embarazada con la boca amordazada y que estaba a punto de entregar su vida para satisfacer los deseos del maestro Azazet.

Aunque trataba de eliminar aquellas visiones de su mente, le vino el aroma del puro que le ofreció el henchido abuelo del gozo al comunicar a su amigo la buena nueva y que de un varón se trataba, el primogénito de la nueva descendencia aseguraba ufano.

Suner sudaba bajo la máscara, a pesar de que su ropa era de seda y liviana, y no llevar más vestimenta que esa tela, transpiraba tanto que sentía como la túnica se le pegaba a la espalda de manera desagradable. Se situó frente a la rea, observó de nuevo a la hija de su amigo y sus lágrimas corriendo por las mejillas buscando una compasión que no iba a llegar. Levantó el puñal con ambas manos y comenzó la última oración aprendida de memoria de tanto repetirla esperando aquel momento.

Deus Mali, tibi offero hanc gravidam puellam et eius nondum natum, ut reincarnari possis sicut illi. Azazet, mortem suam tibi do pro vita tua”

*”Dios del mal, te ofrezco a esta joven embarazada y su hijo no nato para que en él te reencarnes. Azazet, te entrego su muerte para tu vida”.

En el momento que se hizo el silencio y sus brazos se disponían a bajar con fuerza sobre su victima se pudo oir en la sala.

-¡ALTO!.





Capítulo IX

- Borja cariño, a las doce tengo revisión con el ginecólogo, cuando salga te recojo y almorzamos junto, ¿te apetece?. Le dijo una joven mujer embarazada de unos ocho meses a su marido mientras le servía un café.

- ¡Claro amor!, respondió el hombre mientras untaba mantequilla a la tostada, -Isabel cariño, continuó con la boca llena del primer bocado, -Vete pensando en contratar a alguien que te ayude en casa, no quiero que lo lleves todo tu sola, tenemos dinero para vivir en un palacio con todo el servicio necesario.

-Ya sabes, comenzó a hablar la joven mientras se servía café, que me gusta la intimidad y me relaja hacer las labores de casa, cocinar y cuidar del bebé cuando llegue, además este chalet no es muy grande y ensuciamos poco, con el jardinero nos vale.

El marido sabía de la tozudez de su esposa, y no quería contrariar a la mujer de su vida, la besó en los labios y en la barriga, marchando raudo al trabajo.

La chica recogió la cocina y subió al dormitorio a ducharse, observó en el enorme espejo del vestidor que ocupaba toda una pared los cambios que el embarazo estaba produciendo en su cuerpo, así al observar detenidamente los enormes pechos y cómo sus aureolas se habían oscurecido un poco notó algunos pelos negros salir de ella, le sorprendió el color de aquellos vellos, ya que su cabellera era totalmente rubia y su piel blanca. Cogió unas pinzas y se los quitó, le gustaba cuidarse, estaba totalmente depilada y su barriga era un cambio que aceptaba con agrado aunque no había engordado ni un gramo más de lo que el doctor le había recomendado.

- Vamos Borjita, le dijo al pequeño que se movía en su interior, a la ducha que se nos hace tarde.

Media hora después cogía su BMW y se despedía del jardinero amablemente mientras ponía rumbo a la clínica privada de su ginecólogo. Lo que no sabía ella es que nunca llegaría a esa consulta, dos esquinas antes de llegar al centro la calle estaba cortada, una furgoneta se situó detrás y la dejó encerrada, no podía creer su mala suerte, se bajó a pedir explicaciones y cuando se quiso dar cuenta estaba siendo raptada en plena calle. Unos tipos la introdujeron de manera rauda en la furgoneta a la que se había acercado para pedir que diese marcha atrás. Uno de los hombres que la habían metido en el furgón le arrebató las llaves de su automóvil y se montó en él. Los obreros desaparecieron, la calle se abrió y todo continuó con total normalidad.

-¡pipipipipipipipi!, “Centro médico”, Borja pudo leer por tercera vez en la pantalla que le llamaba con insistencia, recordó entonces que su mujer tenía cita con el doctor y se le encendió las alarmas ya que a su chica le podrían haber detectado algo anómalo. Se disculpó de los presentes en la reunión abandonando la sala para descolgar el auricular.

La cara del hombre fue tornándose de preocupado a extrañado mientras permanecía callado escuchando lo que le decían al otro lado del auricular. Cuando colgó, marcó el número de Isabel, insistió tanto cómo le habían dicho desde el centro médico que habían también ellos hecho, pero era cierto que nadie respondía. Pensó que podría haberle pasado algo en la ducha, así que llamó al jardinero quien le confirmó que su esposa había salido de la casa hacía más de dos horas y que aún no había regresado.

¿Un accidente?, se habrían puesto en contacto con él, ¿no?. Sus manos comenzaban a sudar, se le iban acabando las posibilidades tranquilizadoras de dónde estarían su mujer y su futuro hijo, deseaba que nada malo les hubiera podido pasar. Tan preocupado se hallaba que no dudó en marcar el número del único hombre que sabría qué hacer.

-¿Papá?. Isabel ha desaparecido, temo que la hayan raptado.

Miguel Mercado, un octogenario hombre de negocios no se iba a andar con paños caliente, acudió a su propia agencia de protección, ignorando toda ayuda policial. Los profesionales mercenarios comenzaron a hackear todas las cámaras que hubieran podido seguir los pasos de la víctima y en caso de haber sido raptada, la ubicación de sus raptores.

-Hola Tomás, saludó “el negro” con su voz áspera al entrar en la oficina. Pon un coñac y se lo cargas al jefe, dijo señalando al inspector Espinoza que fuma un cigarrillo mientras bebía una cerveza en su mesa miraba al recién entrado en silencio.

-¿Qué te trae por aquí?, le preguntó Jesús cuando el camarero ya había dejado la copa de coñac frente al recién llegado.

-Una noticia gorda, dijo el hombrecillo, y no sólo por el volumen de ella, sino por lo que es.

Jesús, cansado y sin la paciencia que le caracterizaba tener con ese individuo, le espetó un -”venga escupe”.

Y un gargajo se escapó de la pequeña boca del hombre al suelo. Encaró a Espinoza y sonrió de manera desafiante. Jesús bebió tras haber dado una profunda calada a su cigarrillo, lo apagó en el cenicero, todo esto sin apartar la vista y esperando que el “hijo de Mari” le contase a lo que había venido. Antes de haber soltado el humo tras el trago, “el negro” volvió a hablar.

- Han secuestrado a otra preñada, soltó a bote pronto.

Captó toda la atención del inspector, que respondió: -No tenemos constancia de denuncia.

- Ni la tendréis, le respondió su interlocutor a la vez que vaciaba la copa de un solo trago y levantaba el pequeño brazo demandando la atención del camarero girándose en la silla para obtener contacto visual y saber que Tomás había captado su demanda. Una vez que vio como el hombre cogía la botella de coñac, encaró de nuevo a su amigo.

- Han secuestrado a la nuera embarazada de M.M., Espinoza puso cara de no entender nada, el pequeño hombre esperó a que Tomás rellenara la copa y se alejara, -Miguel Mercader, el empresario. Apostilló, ya sólo con el nombre cualquier ciudadano del país sabría de quien se hablaba, pero el hombrecillo no quiso que el inspector tuviese más dudas. - Y ha contratado a su propio equipo para que la liberen. Acabó dando así toda la información que había venido a dar, vació la copa con de nuevo con un solo sorbo, se bajó de la silla y marchó despidiéndose del Barman.

Estaba aterrada, siempre había oído decir a su marido de la necesidad de tener guardaespaldas y ella como de costumbre se había reído de él, rechazando toda protección, pero ahora se arrepentía tanto de no tener quien le defendiera de aquellos hombres, que temblaba de manera espasmódica. Las manos atadas a unas argollas que colgaban del techo la hacían daño, los dedos entumecidos debido a lo apretado que estaban los nudos de sus muñecas, apenas los sentía. Sus piernas las mantenía abiertas y también atadas por los tobillos, pero las ligaduras no estaban hechas tan fuertes como la de las manos. Le costaba respirar, su boca adormecida dolía, tardó un tiempo en tomar conciencia de su situación, desnuda, atada de pies y manos con la boca amordazada. El silencio era sepulcral, pareciera estar sola en aquel calabozo. Un fuerte olor a incienso inundaba la estancia, de pronto unas figuras hicieron acto de presencia, se puso nerviosa y casi sin fuerzas trató de liberarse de sus cadenas.

Un loco disfrazado con una túnica roja y una careta de cabra la observaba, sintió miedo, dos mujeres de azul le acompañaban, quiso suplicar pero no podía.

Se orinó encima cuando un cuchillo en las manos del loco se situó frente a ella, las lágrimas también corrían por sus mejillas, cerró los ojos cuando presintió que aquella mala bestia iba a acabar con su vida y la de su hijo, pero un grito la sobresaltó.

- ¡ALTO!, gritaron desde la puerta.

-¡ALTO A LA POLICÍA!, volvieron a dar un segundo aviso.

El sacerdote, lejos de amedrentarse ante aquel aviso policial dejó caer sus brazos hacia el pecho de la joven embarazada, tenía la obligación de entregarle al Diablo las vidas de aquellos reos en sacrificio para que volviese a adoptar forma humana.

¡Bang!, ¡Bang!, ¡Bang!. Tres tiros retumbaron en el sótano, una de las balas destrozó la columna vertebral del político disfrazado de rojo haciendo que el cuchillo se le soltase de sus manos y no llegase a cumplir su objetivo. El hombre cayó muerto a los pies de la mujer, la máscara despedida y dejando ver el rostro del asesino.




Capítulo X

Espinoza había acabado con la vida del político, los compañeros no tardaron en llegar y detener a todas las personas que se encontraban en la tienda y sus sótanos. Emilia descolgaba con mucho cuidado a la mujer embarazada y la consolaba mientras esta aterrada no dejaba de mirar la cara del cadáver y repetir entre sollozos

-¡No puede ser!, ¡No puede ser!.

El inspector se sentó en la escalera, encendió un cigarrillo y dejó que el tiempo pasara mientras los agentes iban haciendo su trabajo. El tiempo pareciera pasar a toda velocidad a su alrededor mientras él se movía a ritmo normal, o quizás fuera al revés, y él estuviese ralentizado mientras a su alrededor todo transcurriese con normalidad.

Lo que bien es cierto, es que cuando acabó su cigarrillo, los del Samur ya se habían llevado a la chica, la científica tapado el cadáver y comenzado a tomar muestras y a su lado sentada en silencio estaba su compañera.

-¡Vamos!, ordenó el inspector a su igual mientras se ponía en pie y apagaba la colilla con la puntera del zapato. Al levantar la vista, se topó de bruces con el comisario que bajaba con su habitual cara de despiste.

-¡Vaya!, Gutiérrez y Espinoza, ¿Se puede saber qué ha pasado aquí?, preguntó con los brazos en jarra cómo si de un padre enfadado reprendiendo a sus traviesos hijos se tratara.

Espinoza pasó por su lado ignorando la pose del jefe y sin mirarlo a la cara espetó un

-Léalo mañana en el informe.

El ocaso daba a la ciudad un aspecto triste, apagado. Las luces de las farolas aún no habían sido prendidas, el habitual ruido del tráfico estaba mitigado en la cabeza del policía, en la que aún retumbaban los disparos. Montaron en el ford escort del 92´y Jesús puso rumbo al lugar dónde más cómodo se sentía. Emilia permanecía callada a su vera, observando a aquel cincuentón que la había llevado “al paraíso”, no habían pasado más de diez días desde que se sentó por primera vez en aquel coche y ya notaba el peso de la experiencia en sus espaldas, ¿Cuál no sería la carga que sentiría su compañero después de tantos años?.

Llegaron en silencio a “la oficina”, en el camino hacia la mesa Jesús gruñó tras oír el saludo de su amigo el tabernero,

-Una cerveza y un bocata de tortilla, hoy no he probado bocado y estoy esmayado.

-Lo mismo para mí por favor Tomás, transmitió la mujer que a duras penas seguía los pasos de su compañero.

Una vez servidos, Emilia no pudo esperar más y lanzó a bocajarro las preguntas que la habían estado atormentando toda la tarde:

-Y bien, ¿Porqué no me avisaste para resolver el caso y cómo coño supiste el paradero de la chica y que estaba secuestrada?. Tras soltar la gran duda que la corroía por dentro atacó el bocadillo de tortilla de patatas, estaba riquísimo y el deleite de la comida casi la hace olvidarse de la pregunta, por eso la voz de Espinoza la pilló por sorpresa.

- No te avisé porque no tuve tiempo de hacerlo y luego ya se volvió imprudente el hacerlo, esperé el momento que no tuve dudas de que allí estaba la chica y que algo peligroso podría ocurrir, por eso os llamé por igual al cuerpo de intervención y a ti.

-Hace muchos años, siguió hablando, esta vez perdiendo su mirada en el techo, pareciera como si se hubiese trasladado en el tiempo a dicha época. Yo acababa de ascender a inspector, me quería comer el mundo e investigaba un caso de proxenetismo, la suerte hizo que pudiera liberar a un chico que había sido secuestrado y por desgracia para él, también capado. Al parecer su secuestrador se había enamorado del joven y en un arrebato de locura, supremacismo o vete tu a saber qué, le cortó los testículos.

Tomás apareció con otras dos cervezas frescas, esto hizo que el inspector cortase su relato y despertase de aquel viaje al pasado. Bebió un sorbo largo y volvió a caer en aquella especie de trance.

El chico torturado y secuestrado no era otro que Maurice, cuando lo liberé se sintió en una especie de deuda eterna conmigo. El secuestrador nunca fue apresado. El chico juró y perjuró que el hijo de puta que le había hecho aquello era el político Carlos Suner, pero este tenía una sólida coartada -del todo falsa- y el caso se cerró sin más consecuencias.

Maurice poco a poco se fue convirtiendo en lo que es hoy y el otro día en su despacho, cuando me habló de vernos en el funeral de uno de nosotros o de alguien afín, me estaba informando que habían o iban a secuestrar a otra chica. Cuando nos dejó ver su entrepierna me estaba indicando quien era el hijo de puta que estaba detrás de toda la trama, el mismo que le había hecho aquél desaguisado en sus partes. Esa fue su manera de informarme y saldar su deuda.

Más tarde, “el negro”, aquel enano que me dijo dónde estabas secuestrada, me avisó del rapto de la mujer embarazada de un empresario importante de la ciudad, hijo del más grande hombre del país, ¿Cómo supo aquel pequeño hijo de puta esa noticia?, no tengo ni pajolera idea, pero até cabos, sabía que esa mujer estaba en peligro de muerte, ya que ella sería la víctima que haría que nos viésemos Maurice y yo en el funeral y que el tipo que iba a ejecutarla era el mismo que le había cortado los huevos años antes.

Una nueva pausa, esta vez para encender un cigarrillo, se escuchó una tos reprobadora desde la barra, expulsó el humo al techo del bar y prosiguió.

Marché al congreso, sabía que aquel tipo estaba allí, esperé a que saliera y lo seguí, se sentó a comer y cuando acabó volvió al congreso, sentía que me había equivocado, que Maurice se había equivocado, que aquella chica iba a ser asesinada y no podría salvarla, cuando giró sus pasos y se metió en la tienda frente al congreso llamada “planetario”. Una tienda de productos esotéricos, vaya, todo volvía a tomar color. Esperé casi una hora y cómo no salía de local decidí entrar, al ver que no estaba, mandé los avisos para que os presentaseis lo antes posible.

Mientras el tendero atendía a unos tipos, me colé en la trastienda, allí vi la puerta. El olor a incienso me puso alerta, cuando llegué el loco del Suner tenía el puñal preparado para clavárselo a la pobre chica, di el alto dos veces, lejos de obedecer bajó el arma con la mala intención de acabar lo que empezó, le descerrajé tres tiros con la suerte que uno de ellos lo dejó seco y no pudo cumplir su última voluntad.

Contaba que acababa de matar a un hombre como si no fuese con él, como una historia que había que le pudiera haber pasado a otra persona.

-¿Estás bien?, preguntó la mujer a la vez que alargaba su mano para tocar de manera afectuosa a Espinoza.

-¡Claro!, exclamó el policía, -¿Porqué no iba a estarlo?, han perdido los malos y ganado los buenos. Todo ello lo dijo con un tono de voz invariable, sin ningún tipo de énfasis, plano. Hizo su característica media mueca a modo de sonrisa y acabó con la cerveza de un sorbo.

-¿Vamos?, preguntó a la vez que se ponía de pié y encendía un cigarrilo.

La inspectora Emilia Gutiérrez se quedó sentada, pensativa, sopesando los pro y contras que le podría acarrear seguir a la sombra de aquel individuo sin alma.

Se hallaba meditando y absorta en sus pensamientos cuando escuchó un:

-Esto no lo pongas en mi cuenta, lo paga ella.

- ¡Y una mierda!, se escuchó a si misma soltar en voz alta a la vez que un resorte la levantaba del asiento, cogía su bolso y corría hacia la calle, al pasar al lado de Tomás le grito.

- ¡Esto a la cuenta del inspector!.

Tomás esbozó una sonrisa, sin dejar de secar los vasos miró cómo la mujer daba caza al policía y se perdían juntos calle abajo.



FIN.