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jueves, 27 de febrero de 2020

Abolicionista

-Don Miguel, vengo a presentaros mis respetos y pediros perdón por la alta traición a la que le sometí y por la que mi padre perdió su vida. 
-Además, añadió aquel hombrecillo de apenas treinta años y que no medía más de metro sesenta. -Y además, recalcó bajando la voz y moviendo su gorra de manera temblorosa entre sus dedos; mirando al suelo; incapaz de mantener la mirada al dueño de la casa,- quisiera pedirle que fuese el padrino de mi primogénito y así unir nuestras familias. 
¡Ya es tarde para el arrepentimiento!, aguanté a tu padre hasta que las ánimas lo arrastraron al fondo del canal. ¿Y ahora me preguntas si quiero ser el padrino de tu hijo?, ¿Me ves cara de idiota?. Si buscas a un idiota, toma 3 pesetas y compra un espejo, verás reflejado en él a un estúpido cada vez que lo mires.
-¡María!. Saca a este indeseable de mi casa.
María era un negro zaino de casi dos metros de alto por lo mismo de ancho, acompañaba siempre a su señor, podría decirse que era su sombra. Apenas le costó a aquel gigante coger al hombrecillo con una sola mano por el cuello, elevarlo medio metro del suelo y dirigirse a la salida. El desgraciado pataleaba, agarrado con sus dos manos a los dedos del mulato, se movía como una anguila a punto de perecer por la falta de aire. Cuando pudo por fin respirar, se encontraba rodando por el suelo a varios metros de la entrada de la casa de Don Miguel.

-¡Don Miguel Urbano!, nombraron desde el estrado -¡Presente! gritó un pequeño hombre que bien podría tener treinta o sesenta años. Era indiscutiblemente un tipo peculiar, no sólo en su físico, sino también en su histriónica manera de vestir; de pobladas cejas y a pesar de su baja estatura, fornido. Remataba aquel personaje una cara de bruto que imposibilitaba discernir su edad. Ataviado con levita bordada dorada y negra, bastón y chistera, fue abriéndose paso entre el tumulto hasta llegar a la base dónde el hombre había pronunciado su nombre.
-¡Elija uno! le conminó al recién llegado sin levantar la vista de los papeles y señalando a un grupo de esclavos. 
Sin dudarlo escogió al más grande, fuerte y difícil de doblegar. Al esclavo que nadie querría en su casa si no tuviese un capataz con mano de hierro. Pero lejos de amedrentarse, aquel pequeño hombre con cara de bruto le pagó al catalán una buena suma de dinero y se marchó del mercado llevando al gigante tras él, que de manera dócil se dejaba guiar por aquel extraño personaje. La gente se apartaba a su paso y volvía para mirarlos. Era cuanto menos curioso ver a un hombre que con chistera no llegaba al metro sesenta, llevando de paseo a un gigante con una cadena que se asía al cuello. 
-Salgamos de esta ciudad, estoy deseando llegar a Cádiz le dijo al esclavo y tomaron camino del puerto.
Una vez alejados del bullicio del mercado y del centro, en una de las tabernas del puerto, el hombre blanco comenzó un interrogatorio: -¿Cómo te llamas negro?, le preguntó al esclavo a la vez que le ofrecía una copa y se la escanciaba con vino. El hombre miraba aún con más detenimiento a su nuevo dueño, no había recibido un trato amable desde que fuera arrancado de su poblado por aquellos piratas salvajes que masacraron a toda su familia. -Maglía señor, soltó a la vez que bebía toda la copa de un sorbo...
-Maglía repitió el gaditano con una sonrisa en su boca...-¿Otra copa amigo?.
El esclavo no daba crédito ¿quién era aquel extraño ser?, ¿pretendía emborracharlo para hacerle algún tipo de hechizo?...sin tener aún las respuesta a sus preguntas volvía a tener la copa llena.
-Te preguntarás porqué te he comprado y qué intenciones tengo para ti. Pues te diré querido que sólo tengo un interés, y es que seas mi amigo. ¿Te agrada el trato?...obviamente, no tienes que responderme ahora, entiendo que para llegar a ser amigos, debe pasar un tiempo y ver cómo nos soportamos. Elevó su copa y bebió un largo sorbo.
-No tengo amigos, respondió el hombretón
-¿No,no tienes amigos? balbuceó a la vez que volvía a preguntar la respuesta que le acababan de dar.
-Están todos muertos, aclaró a la vez que bebía otro largo sorbo de vino. Y mi familia con ellos. sentenció.
 Don Miguel miró de nuevo a aquella mole, la compasión iluminaba ahora sus ojos. -Pues si Dios lo dispone, yo seré tu nuevo amigo y tu nueva familia, ya que carezco también de ambos. 
...Continuará.

La Bestia

 Sentado en la única silla que amueblaba la habitación miraba la descascarillada pared. Si, definitivamente aquella pared hacía mucho que no se pintaba. Aquel cubo en el que estaba metido, que en su día debió ser blanco, no transmitía nada. A pesar de no mover su cabeza ni tener visión periférica, sabía que allí dentro no había nada más que él, esa silla y aquellas paredes desgastadas.
 ¡Tic-tac, tic-tac!, el sonido de un reloj sonaba por algún lado.
-¡Silencio!, gritó desde lo más profundo de su ser. Y de forma mágica, el silencio se instaló a su alrededor. Pero no duró mucho tiempo, huyó de inmediato al escuchar un ¡Pom-pom, pom-pom!. ¿Qué diantres era aquello?, "diantres", se sonrió para sí mismo, le encantaba usar palabras que ya nadie utilizaba, le hacía sentirse bien, no podría explicar el porqué de aquella manía, pero no estaba dispuesto a renunciar a algo que le producía placer por muy inexplicable que fuera. El sonido seguía de manera rítmica golpeando su sien. ¡Pom-pom, pom-pom!. ¡Vaya! es mi corazón, adivinó de manera acertada, se relajó y un ¡Fiuuuu! siguió a cada latido, oía cómo la sangre salía disparada por su ventrículo hacia todo su ser... sonrió para si y el silencio volvió a ocupar toda la sala.
-¿Hola? El sonido vibró por las cuatro paredes rebotando y creando un eco que impedía determinar de dónde provenía aquel saludo.

-¡Que llega!¡que llega!, gritaba excitada desde la ventana.
 -Marga, ¡apaga las luces!
 -Mami, enciende las velas. Acostumbrada a mandar, le había preparado la fiesta sorpresa a su padre, que al abrir la puerta de la casa se encontró de sopetón con un grito de:
 -¡Sorpresa!, que le hizo tener un ataque al corazón.

-¿Hola?, volvió a retumbar aquella voz femenina y dulce por las cuatro sucias paredes. Giró su cabeza y vio una ventana de madera, dividida en cuatro y cerrada por pequeños cristales, tras ella una niña preciosa, de largo y lacio pelo rubio, ojos celeste y piel traslucida. Tras unos pequeños labios que rompían la palidez de la niña, unos pequeños dientes que relucían sobre la nívea piel. La niña lo miraba con cara dulce, no expresaba ninguna emoción, transmitía paz.

La distancia que le separaba de la ventana le parecía enorme, así que trató de incorporarse para tener una mejor visión de la pequeña, al elevarse, pudo observar que la niña estaba en un precioso jardín, enorme, al fondo se adivinaban montañas y fértiles valles, por un instante quiso estar junto  la pequeña y trató de levantarse, pero algo le retenía, unas cadenas lo sujetaban a la silla.

-¿Qué hago esposado?, ¿Porqué me tienen en esta maldita sala?, comenzaba a hacerse preguntas que hacía un sólo instante ni se le habían ocurrido.

¡Tic-tac, tic-tac! De nuevo el sonido de aquel reloj, cerró sus ojos y respiró profundamente por la nariz para posteriormente exhalar el aire por la boca. Tras haber acompasado su respiración con el sonido, un ¡Clic! rompió la monotonía haciendo que el reloj dejase de sonar, miró sus manos y las cadenas se habían soltado. Una puerta se había abierto en el decrépito habitáculo.

El hombre se levantó inseguro, desconcertado, lentamente avanzó hacia la puerta, giró el pomo y tiró suavemente, haciendo que a la vez que esta se abría la habitación se plegaba.

-¡Sorpresa!, aquel grito hizo que sintiera una punzada en el pecho, se llevó las manos al corazón y cerró los ojos.

Notó cómo la habitación había desaparecido, abrió los ojos y vio la cara de felicidad de una niña pelirroja de pelo rizado y mejillas llenas de pecas, de unos doce años, tras ella una mujer cercana a los cuarenta le miraba sonriente, era muy atractiva y debía de ser la madre de aquella niña pelirroja ya que parecía un clon en adulto de la pequeña, tras ellas, un matrimonio de avanzada edad aplaudía emocionado y junto a ellos, una hermosa chica morena de unos treinta años que portaba una tarta con al menos cuarenta velas encendidas...

Desorientado recibió los abrazos por igual de la pequeña y la atractiva pelirroja, la  pequeña jalaba de su mano gritando -¡Vamos papi, sopla las velas!.

La chica morena se acercó portando la tarta y sonriendo, sobre la mesa un cuchillo y una paleta para servir porciones, no sabría explicar cómo, se encontró con el arma en la mano y sin pensarlo dos veces, pasó la hoja cortante por delante de la garganta de la mujer morena rebanando el frágil cuello que se abrió en dos dejando escapar un caño de sangre, a la vez que por la tráquea cercenada, emitía un sonido hueco.
 El cuchillo lo tenía empuñado hacia atrás, de forma que el metal al pasarlo por el gaznate de la víctima, pareciera ser una extensión de su antebrazo. Sin dar tiempo a que ninguno de los presentes pudiera reaccionar, clavó la hoja con tal virulencia en el ojo del hombre, que hizo la punta se rompiese al impactar con el hueso parietal. La mujer a su lado gritó al ver cómo su esposo perdía la vida de manera tan violenta, un grito que pronto quedó apagado al recibir el acero lleno de restos de su querido esposo por la misma cavidad por la que emitía el lamento.
Se giró y encaró a las pelirrojas, la madre protegía a su hija, conmocionada por lo que acababa de ver suplicaba entre sollozos por la vida de ambas. No hubo piedad, a pesar de no tener punta, el cuchillo entró en el cuerpo de ambas tantas veces que dejó un amasijo de carne picada, huesos triturados y jirones de ropa ensangrentada.
 Se sentó en una silla, cerró los ojos y a abrirlo se vio de nuevo en aquella habitación cutre. Volvía a vestir el blanco pijama, la ventana había desaparecido, otra vez estaba aislado y encerrado.
-¡Dios mio!¿Qué he hecho?. Dijo el hombre sollozando y viendo aquella masacre. Sin pensarlo dos veces subió como un autómata al piso de arriba, se quitó los cordones de los zapatos, los unió, ató a la barandilla  y se ahorcó aprovechando el hueco de la escalera.
-¡Ring, ring!. El teléfono no para de sonar.
-¡Cariño!, pon otro tono de timbre en el móvil, por favor. Suplicó una chica joven a la vez que metía la cabeza debajo de la almohada.