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viernes, 30 de octubre de 2015

HALLOBLOGWEEN 2015 - ¿LOS ZOMBIES HAN MUERTO?

Un año más, acudo a la cita de mi amiga Teresa Cameselle y su certamen de microrelatos, el título de la entrada lo dice todo, así que no me demoro más y os escribo mi micro-relato.




                                                                        ORIGEN                                                                            


 -¿Abuelo, que son los Zombies?, preguntó el pequeño Jonás, mientras leía un cuento tumbado en la alfombra, a su anciano abuelo.
El barbudo hombre daba caladas a una pipa sin tabaco, y se mecía frente a la chimenea en una mecedora tan vieja como él, se demoró en contestar.
-Hace mucho, mucho tiempo, comenzó a hablar el vejestorio, arrastrando su mirada a esos años atrás. A las personas que contraían una enfermedad llamada lepra, las confinaban en una isla abandonada. Allí estaban condenados a morir, pero lejos de eso, comenzaron a comerse unos a otros para sobrevivir. Pero lo que sobrevivió en ellos fue una nueva enfermedad que los convirtió en unos seres a los que llamaron muertos vivientes.
 La puerta se abrió de golpe, una joven entró aterrada, hombre y niño miraron a la muchacha que acababa de violentar su hogar.
Un grito salió de la adolescente garganta, abuelo y nieto se dirigieron hacia la chica, la cena acababa de ser servida.


                                                                                                                                                                   

jueves, 29 de octubre de 2015

El Rajado

Capítulo I

 -¡Es imposible que podamos sortear el arrecife!, informó la veterana Simona segunda de abordo a la Capitana Mariela.
 Mariela, sin dejar de mirar al arrecife, que se aproximaba a gran velocidad, dijo en una voz tenue como el atardecer y con una seguridad que si fuesen plomo las habría llevado al fondo del mar por el tonelaje que pesaban.
 -¡Pasaremos!. Acto seguido, y poniendo el registro de su voz por encima de la tormenta gritó a todas sus marineras.
- ¡A estribor!, ¡Todas a estribor!. Las mujeres, curtidas en el mar, y acostumbradas a acatar las ordenes de su jefa sin rechistar, se lanzaron en tropel hacia el lado del barco, haciendo que este se inclinase hacia esa banda con tal virulencia, que el cabello de las que lo llevaban suelto, se mojaban con el salado mar.
 Cuando el barco rasgó con su quilla las rocas del islote mayor, y pasó entre Los Alijos, nadie daba crédito. Muchas pensaron que se ahogarían allí, en medio del océano, partido su barco al embestir a aquellos islotes colocados en medio del mar por los Diablos para llevarse el alma de quien se atreviese a navegar por los mares.
 Un segundo más y el barco zozobraría, Mariela, consciente de ello, volvió a gritar dejando sus pulmones vacíos.
 - ¡A sus puestos!, ¡Izad la Mayor!.
 "El Rajado", surcaba el mar nuevamente, escapando de la tormenta.

 -¡No podemos permitir que un grupo de mujeres saqueen los barcos del Rey!, el hombre que pronunciaba estas palabras, vestía una desgastada túnica confeccionada con tela de saco.
 - Ni los grupos de hombres, dijo un hombre vestido con ricas telas que presidía la mesa. -Los barcos del Rey son sagrados. Dijo con suficiencia.
  Una furibunda mirada salió de los ojos del clérigo, que a sabiendas de que quien le había corregido no era otro más que el comendador, hijo del hermano del Rey y máxima autoridad en la zona, se mordió la lengua y musitó un:
 - Por supuesto señor, dejando claro que el único hombre sentado en la sala era el que mayor rango y poder poseía.
- No tenemos barcos ni hombres suficientes para cubrir toda la costa señor. El que ahora hablaba no era otro que Don Francisco de las Altas Cumbres,  jefe de todas las milicias ubicadas en el Nuevo Mundo.
- Ofreced recompensa, dijo el sobrino del Rey  con la suficiencia de quien tiene una idea genial y con ella se acabarán los problemas. Por cada pirata de bajo rango, ofreceremos 100 gramos de oro, por cada oficial, un Kilogramo, por cada Capitán, 10 Kilogramos de oro, y por cada Barco pirata entregado en condiciones a la corona, se le otorgará un título nobiliario y 50 Kilos de Oro.
 -¿Sabe usted cuantos piratas falsos van a ser entregados a cambio de ese oro?, se atrevió a decir el jefe de la milicia.
 La prudencia no era precisamente una virtud de la que pudiera presumir este hombre, que si no hubiese estado bien protegido por su apellido y una fortuna, no tanto económica como la otorgada por el azar, su cabeza hubiese rodado hacía mucho.
- Pues si usted no es capaz de hacer su trabajo, que lo hagan otros, que seguro lo realizarán con mayor efectividad. Sentenció molesto el comendador.



lunes, 26 de octubre de 2015

El doctor Terminal

 Horacio era un tipo anodino, su vida transcurría entre la mesa colocada de cara a la pared, en la esquina más sombría de una oficina bancaria.
 Llegaba siempre el primero al banco y se iba el último, así se ahorraba tener que hablar con nadie. Solo se comunicaba lo sucinto para sobrevivir.
 Odiaba los puentes, las vacaciones, todo aquello que perturbara su rutina. Por eso, aquella mañana de Octubre que se despertó con un fuerte dolor de estómago, nadie acudió a socorrerle.
 Tuvo la inmensa suerte que era un Lunes cualquiera de su triste vida, y que su no asistencia al trabajo escamó a su superior que llamó repetidamente a su casa.
 Un simple
 -¡Me encuentro mal!, ¡Ayuda!.
 Bastó para que Don Federico activase el protocolo de salvamento, y una ambulancia se personase en la vivienda de Horacio. Ante la imposibilidad de entrar, llamaron a la policía, estos a los bomberos, y así, en la calle Avenida del espíritu santo número 64, se montó tal guirigai, que Horacio casi se muere de la vergüenza antes que del dolor.
 - Tiene usted una enfermad de las llamadas "raras", dijo el doctor sin mirarle a los ojos, atento a los papeles que sujetaba con ambas manos.
 Horacio lo miraba desde la cama, entubado e inmóvil.
- Su vida se limitará desde ahora a beber agua y comer verduras, nada de grasas, nada de alcohol, nada de hidratos de carbono, nada de legumbres, nada de sal, nada de azúcar, nada de nada.
 La primera mirada que le dirigió el doctor "Terminal" por encima de sus lentes hizo que Horacio se empequeñeciera.
-¿Ha entendido usted?, si ingiere algo de esto, no durará ni dos días.
 No esperó ni a que el paciente le contestase, giró sus talones de forma marcial, y salió de su habitación.
 El silencio volvió a apoderarse de la estancia, solo roto por la respiración artificial conectada a su compañero de habitación. La última cama estaba vacía.
 Creyó que su fin era aquel, cuando escuchó a una de las enfermeras dirigirse a otra en voz baja, pensando que dormía.
 -Pobre, le ha tocado el doctor "Terminal"
 -¿Doctor "Terminal"?, preguntó inocentemente su compañera.
 -¡Cómo se nota que eres nueva!, le contestó en forma de reproche,
 -Le llamamos así porque es el último medico que tienen los pacientes...ninguno sobrepasa la semana.
No pudo ver la cara de susto y pena que puso la sanitaria, pero pudo sentirla tras sus párpados sellados.
Cinco días después, un enjuto Horacio recibía el alta. El único placer que tenía en su vida, que era la cocina y el buen comer, también le habían sido arrebatados.
 Aquella noche no podía dormir, una semana desde su ingreso en el hospital....como pasaba el tiempo. El doctor "Terminal" había acertado en su pronóstico, con lo cual Horacio era la excepción que confirmaba la regla.
 Sus pensamientos iban y venían, ¡Qué desperdicio de vida!, cuando podía no hice, ahora que no puedo quiero hacer....Así con estos reproches le sobrevino la modorra y cayó en los brazos de Morfeo.
 La mañana era soleada, estupenda, la antítesis del interior de Horacio. El desayuno, compuesto de un vaso de agua y una col hervida se le quedaron mirando.
 Allí estaba Horacio, vestido con la ropa que le caía por el cuerpo como el pellejo sobrante del gordo que fue mirando y siendo observado por la col y el vaso de agua.
Arrastró la silla y salió de la casa sin cerrar tan siquiera la puerta. En el primer bar que encontró entró y se atiborró de dulces, panes, embutidos, café,....
Dos horas más tarde se enfrentaba a una paella para cuatro, un surtido de pescados fritos, una tabla de queso, dos botellas de vino de la Ribera del Duero y varias jarras de cervezas.
La noche pensó que debería hacer la cena más ligera, y tan solo comió dos pizzas familiares.