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viernes, 21 de julio de 2017

La grieta

 La grieta en la pared es larga y fina, se ensancha un poco en el centro, quebrando su rectitud como si de un rayo perdido se tratase. Cada noche, cuando me meto en la cama y me arropo, es lo último que veo antes de apagar la luz. A veces, sueño que es la puerta hacia un mundo desconocido, otras veces, me imagino atravesando un valle de altas montañas, donde el único paso es esa pequeña grieta.
 Ayer la sonrisa vertical de la pared había desaparecido, en su lugar habían puesto una argamasa plástica, expandida sobre la nívea pared, una mancha deforme, amarillenta y abrupta.
 Anoche soñé que me sellaban los morros, quería gritar, decir al mundo todo lo que sabía, pero mi boca estaba sellada, taponada por una pellada cerosa que desfiguraba mis labios.

Ha pasado un mes, al fin puedo dormir, descubrí una nueva grieta en mi habitación, es cálida, húmeda y permite que una parte de mi penetre en su interior. No entiendo cómo he podido vivir tanto tiempo sin ella. Sueño noche y día con ella, y no veo que llegue nunca el momento de estar en sus entrañas. Vivo con el miedo de llegar a casa y que la hayan tapiado.

Ayer cumplí cinco años, me han regalado una tortuga, dicen que será mi amiga para siempre, quiero enseñarla a hablar y leer. La solté en mi habitación y se escondió en la grieta. Creo que será una buena compañera. Anoche soñé que hablábamos protegidos por la grieta.

Es curioso lo que me pasa, porque ando escribiendo este diario para discernir la vigilia del sueño. Pero ya no sé que es verdad o imaginación.


Apéndice:

-¿Y usted cree que puede oírnos?

-No lo sabemos a ciencia cierta, pero estamos seguro que su voz le reconfortará.

-¿Saldrá de esta doctor?

-No está ya en nuestra mano, dependerá de su fortaleza física y mental, la caída por la falla fue tremenda, tiene una grieta en el cráneo, no sabemos hasta qué punto le ha afectado al cerebro.
 -Debe usted tener confianza y ser fuerte por los tres. Dijo el doctor a la vez que depositaba suavemente la mano en la barriga de la mujer embarazada.

Instintivamente la joven se tocó la barriga y le habló a su embrión. -No te preocupes, verás como papa sale de esta.



jueves, 20 de julio de 2017

Fotos del tiempo.

  Cuando era niña, me fascinaban las historias que los adultos contaban de manera sesgada. Recuerdo cómo se miraban entre ellos y con pocas palabras hablaban de algún suceso acontecido, con la gravedad suficiente, para que nosotros los púberes estuviésemos al margen. Me sentaba en el suelo, en una posición cercana para oír y apartada para poder ver los gestos sin molestar. Haciendo que jugaba con mis muñecas, ponía toda la atención en esos movimientos faciales furtivos unidos a palabras sueltas, para luego en mi desbordante imaginación, tejer las historias que se habían filtrado.
  La tía Matilde era mi comodín, considerada por todos como una mujer distraída pero en el más literal de los sentidos. Siempre quise poder navegar en su mente, me la imaginaba como un lugar anegado donde de vez en cuando aparecía un barco o una isla y entonces la tía Matilde conectaba con la civilización y el mundo que la rodeaba, mostrando una lucidez increíble, pero cuando tanta urbanidad la azoraban, embarcaba de nuevo en su nao y partía hacia el inmenso mar de su mente. Para mantenerla al día o preguntarle algún dato sobre los asuntos a encubrir, debían ser más explicitas. Entonces era cuando brotaba más información para aclararme las historias, que iba uniendo como un puzle.
 De esta manera fue como me enteré que mi primo Adolfito era adoptado, y que el color tan oscuro de su piel se debía a que era negro, y no moreno de naturaleza.
 Que a mi tía Antonia, la había abandonado el novio en el altar, y que eso había supuesto una vergüenza de tal calibre que se metió a monja y que aunque nos la pusieran como ejemplo de la llamada de Dios, lo único que hizo fue huir en vez de enfrentarse a sus padres y vecinos. A mí me molestaba mucho esa actitud servil que había adoptado, porque como niña, ahora mujer, no entendía porqué éramos diferentes las mujeres de los hombres. Y lo peor, auspiciado por las mismas féminas de las casas.
 Hoy tengo cuarenta y cinco años, he recorrido medio mundo y tengo tantas historias o más en mi haber que las que pudieran tener acumuladas las mujeres de mi familia. ¡Hay si la tía Paquita o la tía Pepa viviesen!, ¡Cuanto podrían disfrutar cotilleando sobre mi!.
 Dos matrimonios rotos a mis espaldas, un precioso niño de seis años que me acompaña en mis viajes y al que le oculto las historias más aberrantes de mi vida, cuatro libros publicados y miles de fotografías y artículos escritos para la revista que me paga.