Tras su viaje, regresó cargado de dolores. Ningún médico determinaba la causa de esas dolencias, pero se sentía como si le hubiesen pasado por encima, no un tropel de caballos, sino de elefantes, aunque había días que eran rinocerontes...era esos días, cuando aprovechaba para comunicarse con el exterior.
A las pocas semanas, comenzó a notar como el dolor remitía en su cuerpo para ir alojándose en su cabeza. Un dolor insoportable, día y noche le iba taladrando su cerebro. Sufría lo indecible para abrir los ojos.
Le apetecía desenroscarse la cabeza e ir a correr, nadar, que su cuerpo disfrutase del astro rey, se quemase con los rayos ultravioletas, se curase las llagas internas y externas empapándose de la lluvia ácida.
Un ukelele comenzó a sonar en la habitación de al lado. Mitigaba el dolor, dejó que su cuerpo permaneciera tumbado y se elevó, no llevaba nada consigo, etéreo como el viento disfrutaba del momento....se sentía feliz.
Alguien había dejado la ventana abierta, para que el frescor aliviase el malestar y limpiase el ambiente cargado. Recordó como se abría la puerta de la casa, un grito ahogado, una mano extendida y la corriente lo sacó de la habitación para perderse en el exterior.
A veces, cuando un soplo de aire me da en el rostro siento como si él llegase y me abrazara, le explicaba tumbada en el diván a la psiquiatra.
En el jardín azul había flores diferentes a todas. En el jardín azul habia aromas por nadie nunca sentidas. En el jardín azul habia sonrisas que jamás terminaban. En el jardín azul habia poemas que en su luz se elevaban. En el jardín azul habia un tesoro; estaba el fin del dolor. En el jardín azul estabas tú... estabas tú, y me amabas. (Germán Alexis Gilio)
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sábado, 27 de septiembre de 2014
sábado, 20 de septiembre de 2014
Lluvias de Otoño
Hoy es uno de esos días que tu corazón anda anegado por las lluvias de Otoño. Los amaneceres son tardíos, tristes, oscuros. Las ventanas amanecen llorando, resbalan las lágrimas por los fríos cristales y eso, eso contagia mi corazón.
Las tardes ya no son eternas, la oscuridad avanza a pasos agigantados por las esquinas y pronto te topas de bruces contra ella, y eso, eso contagia mi corazón.
Hoy lloro por dentro y por fuera, sufro la metamorfosis para aguantar el largo invierno. Noto el dolor y la tristeza anuda todos mis sueños.
Hoy vi una paloma muerta, una niña lloró porque perdió su trompo por una alcantarilla abierta, una novia miraba con tristeza como se despedía su novio, vestido de militar hacia un destino incierto.
Hoy el Otoño llega a mi vida, y eso, eso contagia mi corazón.
Las tardes ya no son eternas, la oscuridad avanza a pasos agigantados por las esquinas y pronto te topas de bruces contra ella, y eso, eso contagia mi corazón.
Hoy lloro por dentro y por fuera, sufro la metamorfosis para aguantar el largo invierno. Noto el dolor y la tristeza anuda todos mis sueños.
Hoy vi una paloma muerta, una niña lloró porque perdió su trompo por una alcantarilla abierta, una novia miraba con tristeza como se despedía su novio, vestido de militar hacia un destino incierto.
Hoy el Otoño llega a mi vida, y eso, eso contagia mi corazón.
lunes, 15 de septiembre de 2014
Angustia
Sus ojos
miraban con inusitado interés mi boca, me sentía completamente a su
merced. Cuando nuestras miradas se cruzaban, notaba un escalofrío
que recorría todo mi cuerpo. Inclinada sobre mi, sus pechos casi
rozaban los míos. A cada segundo que pasaba mis labios se iban
secando, hacía rato que había dejado de tragar. Una sonrisa se
dibujó en su rostro y me dijo con voz profesional: “puede
enjuagarse usted la boca”.
jueves, 11 de septiembre de 2014
Relato Concurso Nómadas de RNE
4 de Septiembre de 2,014
Aún no ha amanecido. El guía de la expedición da órdenes concretas y directas a los porteadores; los turistas estamos apiñados esperando ansiosos, y con el nervio propio de ir a lo desconocido, que nos sirvan el desayuno: Un café amargo y un trozo de pan.
Primera parada; llevamos tres horas andando entre la selva. Dos turistas se han quedado rezagados y nada sabemos de ellos. Un alemán se ha erigido como portavoz del grupo y anda hablando con el guía exigiendo explicaciones. Los pies me arden y los mosquitos están haciendo estragos con nuestros cuerpos.
Las doce de la mañana, segunda parada, la aprovechamos para almorzar; llevamos siete horas caminando. Ya nadie dice nada, ya nadie protesta; las miradas están perdidas, ninguno esperábamos tanta dureza. Oigo el sonido de unas cataratas; la naturaleza es bella, aún agotado, puedo disfrutar de aromas y paisajes novedosos para mis sentidos.
La jornada ha sido extenuante. Apenas puedo ver, y mucho menos escribir con el traqueteo del helicóptero, pero no quiero dejar pasar el día sin poner todo lo ocurrido en mi diario. Estoy deseando darme una ducha y caer rendido en mi cama pensando que todo fue un mal sueño.
Tras una escasa comida, nos pusimos en marcha por un angosto sendero. Con el ánimos por los suelos, escuché a alguien sollozar. En esos duros momentos, mente y cuerpo van por separado. ¡Estamos tan cansados...! El ritmo no decrece en ningún momento. Ascendemos hasta lo más alto. A nuestra izquierda queda una de las imágenes que a todos, pese a las vicisitudes vividas, nos dejó maravillados.
Un río se abría paso majestuoso a través de una apelmazada vegetación, su anchura era inmensa. Una densa masa de agua se deslizaba pausadamente hasta caer por una pendiente vertical de unos cien metros, el estruendo que la catarata provocaba, era ensordecedor incluso allá arriba.
El ruido y las impresionantes vistas nos impidieron captar lo que a la postre sería el final de aquella aventura.
En todo el día apenas habíamos visto los rayos del sol, pero ahora caminábamos por una meseta donde solo había arbustos y el astro rey nos golpeaba inclemente. Los hombres que nos llevaban, cogían las hojas de unas plantas y las masticaban incansablemente. Me di cuenta que aquello era coca, cogí algunas y se lo di a comer a una joven a la vez que me introducía algunas en la boca. El cansancio y desánimo desaparecieron al momento.
Con gestos, nos indicaron que debíamos seguir; sequé las lágrimas de la chica a la que ayudaba, y me pude fijar en los bellos ojos verdes que miraban asustados de uno a otro lado. Sus níveos dientes tiritaban más del miedo y cansancio que de frío. La abracé y continuamos la marcha.
Fue en ese momento cuando aparecieron docenas de soldados uniformados que dispararon hacia nosotros sin conmiseración. Los hombres que nos habían raptado, fueron cayendo uno a uno hasta que cesaron las ráfagas.
Aún no ha amanecido. El guía de la expedición da órdenes concretas y directas a los porteadores; los turistas estamos apiñados esperando ansiosos, y con el nervio propio de ir a lo desconocido, que nos sirvan el desayuno: Un café amargo y un trozo de pan.
Primera parada; llevamos tres horas andando entre la selva. Dos turistas se han quedado rezagados y nada sabemos de ellos. Un alemán se ha erigido como portavoz del grupo y anda hablando con el guía exigiendo explicaciones. Los pies me arden y los mosquitos están haciendo estragos con nuestros cuerpos.
Las doce de la mañana, segunda parada, la aprovechamos para almorzar; llevamos siete horas caminando. Ya nadie dice nada, ya nadie protesta; las miradas están perdidas, ninguno esperábamos tanta dureza. Oigo el sonido de unas cataratas; la naturaleza es bella, aún agotado, puedo disfrutar de aromas y paisajes novedosos para mis sentidos.
La jornada ha sido extenuante. Apenas puedo ver, y mucho menos escribir con el traqueteo del helicóptero, pero no quiero dejar pasar el día sin poner todo lo ocurrido en mi diario. Estoy deseando darme una ducha y caer rendido en mi cama pensando que todo fue un mal sueño.
Tras una escasa comida, nos pusimos en marcha por un angosto sendero. Con el ánimos por los suelos, escuché a alguien sollozar. En esos duros momentos, mente y cuerpo van por separado. ¡Estamos tan cansados...! El ritmo no decrece en ningún momento. Ascendemos hasta lo más alto. A nuestra izquierda queda una de las imágenes que a todos, pese a las vicisitudes vividas, nos dejó maravillados.
Un río se abría paso majestuoso a través de una apelmazada vegetación, su anchura era inmensa. Una densa masa de agua se deslizaba pausadamente hasta caer por una pendiente vertical de unos cien metros, el estruendo que la catarata provocaba, era ensordecedor incluso allá arriba.
El ruido y las impresionantes vistas nos impidieron captar lo que a la postre sería el final de aquella aventura.
En todo el día apenas habíamos visto los rayos del sol, pero ahora caminábamos por una meseta donde solo había arbustos y el astro rey nos golpeaba inclemente. Los hombres que nos llevaban, cogían las hojas de unas plantas y las masticaban incansablemente. Me di cuenta que aquello era coca, cogí algunas y se lo di a comer a una joven a la vez que me introducía algunas en la boca. El cansancio y desánimo desaparecieron al momento.
Con gestos, nos indicaron que debíamos seguir; sequé las lágrimas de la chica a la que ayudaba, y me pude fijar en los bellos ojos verdes que miraban asustados de uno a otro lado. Sus níveos dientes tiritaban más del miedo y cansancio que de frío. La abracé y continuamos la marcha.
Fue en ese momento cuando aparecieron docenas de soldados uniformados que dispararon hacia nosotros sin conmiseración. Los hombres que nos habían raptado, fueron cayendo uno a uno hasta que cesaron las ráfagas.
viernes, 5 de septiembre de 2014
Asesinatos
La mañana transcurría como todas las de aquel verano. Ya habían
pasado casi cuatro horas desde el amanecer y el sol entraba a
raudales por entre las rendijas de la persiana que antaño había
imitado la madera.
Con
el cuerpo sudoroso, atravesó la estancia salteando los montones de
ropa, acumulados durante semanas, y sin que nadie se encargara de
llevarlos a su natural procesado, cubo de ropa sucia, lavadora,
tendido, recogida, planchado y guardado.
Desnuda
como estaba entró en la ducha y dejó que el agua helada recorriera
su cuerpo, produciendo un escalofrío por toda ella, que si no fuera
por su estado etílico, nadie aguantaría. Sus pezones endurecieron y
su cabeza comenzó a dibujar a duras penas la noche anterior. El agua
limpiaba las zonas más borrosas de su mente, y comenzó a encajar
las piezas desordenadas.
Un
golpe seco rompió todos sus pensamientos, un reguero de sangre
comenzó a inundar toda la bañera, el cuerpo desplomado perdía la
vida sin llegar a entender el porqué de aquella situación.
- Maldita sea, gruñó desde la cama. Joder, joder, joder. Vociferaba a la vez que colgaba el teléfono con una ira inusitada.
- Maldita gota, volvió a maldecir, esta vez con cara de dolor aguantando estoicamente un brote de dolor.
-Cariño,
dijo una voz dulce a su espalda, no te sofoques, el médico te
aconsejó descanso.
- ¿Pero sabes lo que acaba de pasar?, seguía gritando, y sin tiempo a que su mujer pudiera responder, siguió chillando. ¡Han asesinado a una chica!.
Ante
la cara de incredulidad de su mujer, este siguió con el mismo tono
de voz -¡Que tendré que llevar el caso desde casa sin poder tener
agilidad de movimiento!.
Una
risotada silenció la habitación. -Perdona cariño, dijo casi sin
aguantar la risa, ¡pero si hace cinco años que estás jubilado!.
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