Bajo las palmeras de
aquella playa caribeña, Elena había conseguido al fin olvidar todas
sus preocupaciones y responsabilidades; Notaba la suave brisa del mar
acariciar su bronceada piel,
a treinta centímetros bajo ella, la
blanca y fina arena le hacían sentir un reconfortante placer de bien
estar. El sonido suave del mar aturdía sus sentidos, cerró los ojos
e inspiró profundamente para saborear aquel momento. De pronto, casi
al final de su inspiración, se coló en su nariz un fuerte olor a
podredumbre, se incorporó bruscamente a la vez que abría los ojos
para localizar la fuente que emanaba aquella peste. Un ensordecedor
ruido de martillo neumático atravesando el asfalto hasta las
alcantarillas, le provocó instantáneamente un enorme dolor de
cabeza que acabó por despertarla.
Para Elena.
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