La noche hacía
rato que se había ido, mi amigo Marcelo y yo volvíamos cansados a
casa. Sentados en el vacío vagón de metro, esperábamos impacientes
llegar a nuestra estación.
La próxima era la
nuestra, el tren comenzó a disminuir la marcha, pudimos ver que en
el andén, cientos de personas se agolpaban. Sus miradas fijas en
ningún punto delataban que hacía tiempo aquellas almas andaban
inertes. No dábamos rédito al dantesco espectáculo al que
asistíamos como espectadores de primera fila; el tren detuvo su
marcha. El miedo se apoderó de nuestros enjutos cuerpos, en segundos
las puertas se abrirían y aquella muchedumbre entraría en tropel.
Un silbido hizo que nuestros vellos se erizasen, un instante
después,el acceso quedó franqueado y aquellos seres alienados
entraron sin prestar atención a nuestros jóvenes cuerpos. Como
pudimos nos deslizamos al exterior.
Afortunadamente,
escapamos una vez más de la rutinaria vida de los habitantes de la
ciudad.
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