Todos
los sentidos los tenía a flor de piel; el olor a mar inundaba sus
fosas nasales; el ruido de las olas la alejaban de la ciudad; el
sabor a sal la invitaban al baño; el suave tacto de la brisa sobre
su desnuda piel hacía que cada poro cobrase vida propia.
Abrió
los ojos para cerciorarse que, tras tantos meses aislada, aquello era
real. Cuando vio las cicatrices de sus inexistentes pechos una mueca
se dibujó en su cara. Sonrió y corrió desnuda hacia el mar, feliz
por volver a sentirse libre.
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