La
barba, más blanca que negra poblaba la cetrina cara, dos semanas
tumbado en el sofá, sin asearse, sin apenas comer de manera decente,
bebiendo y ahogándose en su pena, le daban un aspecto deplorable.
Poco
a poco se fue distanciando de las personas que lo apreciaban, se dejó
atrapar por el vino y la soledad, un capullo que hacía que la
crisálida se aislara del mundo que lo rodeaba.
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