No me pude creer lo
que veía, un maniquí casi nuevo tirado junto a un contenedor de
basura. No me lo pensé dos veces, cogí aquella maravilla y y lo
llevé conmigo.
En el autobús
viajábamos de pie, al final del autocar, junto a un grupo de señoras
que cargaban con sus bolsas del mercado llena de frutas, verduras,
embutidos,….cosas mundanas necesarias para vivir, y que
desgraciadamente yo tenía también que hacer a menudo, pero hoy yo
llevaba mi maniquí casi nuevo, aún desnudo, con esos ojos que
miraban al infinito, esos ojos que me miraron desde el contenedor
pidiendo auxilio, suplicando que lo rescatara y llevara a casa
conmigo. No me negué, desde que cruzamos miradas estamos
predestinados el uno para el otro, él ordena y yo ejecuto.
Cuando llegamos a
casa lo lave, vestí, compré una peluca rubia, y lo peiné, retoqué
con pintura algún que otro desconchón que lucía su cuerpo, y lo
senté en el butacón que presidía la casa frente a la gran ventana
que daba a la avenida.
Tres días estuvo
allí sentado, pensativo, agradecido por el trato que le había
dispensado, al cuarto día estaba yo en la cocina preparando algo de
cenar cuando oí como me llamaban. Al principio no reconocí su voz,
no sabía quien me llamaba por mi nombre, pero cuando me di cuenta
que era él quien requería mi presencia un escalofrío recorrió mi
espalda hasta la nuca. Esa sensación de mil hormigas subiendo a toda
velocidad por la columna hasta llegar al bulbo raquídeo… odio esa
sensación.
Lo dejé todo a
medio hacer y acudí al salón, el maniquí seguía mirando la
ventana. Es absurdo, ¿cómo puede hablarme un maniquí?, pensé. Me
giré para volver a mis quehaceres y de nuevo su voz. El timbre que
tenía era como si me hablase con una lata puesta en la boca. Al
dirigirse a mi, lo primero que hizo fue hacerme una pregunta, pero no
una al estilo de: -Hola Mario, ¿Cómo estás?, o ¿Que tal el día
hoy?, o ¿Te resulta extraño que te hable un maniquí?. Nada de eso,
su primera pregunta fue: -¿Por qué?.
-¿Por qué?, Esa
era la pregunta más absurda que me habían formulado y era obvio que
un maniquí fuese el responsable de esa pregunta. ¿A qué diantres
se refería con ese “por qué”?.
No volvió a hablar
en toda la noche, cené, vi una película y me acosté. El maniquí
permaneció, como no podía ser de otra manera, sentado en el
butacón, frente a la cristalera que daba a la avenida.
A las cuatro de la
mañana me desperté sobresaltado, notaba la mirada de alguien a los
pies de mi cama, estaba seguro que era el maniquí, encendí la luz
de la mesita de noche y allí no había nadie. ¿Habría sido todo un
sueño?, ¿Me estaría volviendo loco?. Ya no pude volver a conciliar
el sueño, a las seis sonó el despertador que esta vez no cumplió
su misión, ya que no había nadie a quien despertar, dejé que
sonase Radio KFM y me metí en la ducha.
Todo el tiempo tuve
esa incómoda sensación de no estar solo y ser continuamente
observado.
-No me encontraba
bien, mi cabeza hervía y no precisamente de fiebre. El no haber
descansado bien, la experiencia de que me hablaba un muñeco, las
obligaciones de estar en el trabajo y tener un jefe y unos compañeros
desagradables; todo eso me estaba haciendo perder el control. Me
estaba convirtiendo sin saberlo en un ser voluble, una máquina
obediente y a expensas de un regidor.
-¡Ya está bien
Mario!, la dulce voz de María me sacó de mi ensimismamiento.
Apoyada sobre mi mesa, dejaba ver un escote de piel canela muy
apetecible, su sonrisa albugínea iluminaba aquel rostro moreno sobre
el que caían unos rebeldes rizos negros.
-Me tienes que dar
ya esos informes- siguió hablando María .-ya no puedo demorar más
la entrega- continuó hablando poniendo una carita de cordero
degollado que debía usar mucho, ya que conocía el poder devastador
que ejercía sobre los hombres. Era una preciosa chica a la que pocos
se habrían resistido a sus encantos.
-Aquí los tienes,
le dije dándole unos cuantos folios escritos a doble espacio. Los
miró por encima y se giró a la vez que me guiñaba un ojo. Se
marchó contoneándo su precioso y redondo culo embutido en aquella
falda de tubo hasta las rodillas que la obligaban a andar a pasitos
cortos.
-¿Por qué?, y
¿por qué, no?. Una nube ocultó todo en mi mente y una sonrisa
maléfica acudió a mi. El resto del día todos me ignoraron, esa
sonrisa en mi cara al parecer no le gustaba a nadie salvo a mí.
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