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martes, 1 de septiembre de 2015

Juan Amorós y el Extraño caso de las alcaparras

  La mañana empezaba a la una de la tarde, nadie en su sano juicio se levantaría antes. Siempre dije que quien quisiera ver un amanecer que no se acostase hasta verlo. ¿Qué coño era eso de levantarse para contemplar un amanecer?, con lo bien que se veía junto a una mujer tras haber estado toda la noche en los bares.
 Miré mi cartera de piel de Ubrique, vacía. Ya me gustaría tenerla llena de verdes como la nevera de un vegano. Tenía que ponerme a buscar pasta, los euros no vendrían a llamarme a la puerta. ¿O si?.
 Sonó el telefóno, me sorprendía que aún tuviese línea, ya que llevaba meses sin pagarla. -¿Diga?.
-Sí, soy Juan Amorós, ¿con quien hablo?.
-¿Intrascendente?, la cabeza aún no estaba del todo despejada, la cogorza del día anterior me pasaba factura, y no ayudaba a estar despejado los dos días que llevaba sin comer.
-Muy bien, si, tomo nota, dentro de una hora en "La esquina Dorada". Conocía bien el restaurante, de medio-alto postín, quien me llamaba no era un cualquiera. Me asearía e iría a ver quien era el misterioso hablante, que quería de mí y de paso llenaría el buche que falta me hacía.
Me duché con agua fría, me afeité con la primera cuchilla que encontré, propinándome algunos cortes en la cara, cogí una camisa y un pantalón limpios, una chaqueta y salí de casa con la sana intención de al menos llenar el estómago.
 Antes de salir, cogí el revolver, la navaja, el móvil, las gafas de sol, la cartera y mi reloj de pulsera. No salía sin ellos de casa.
 -¡Coño, las llaves!...casi las olvido dentro. Al salir me topé con María, una soltera de treinta años de muy ben ver y que a veces me había beneficiado. La salude y noté como me miró de arriba abajo con cara lasciva. Le sonreí y le pedí un cigarro, a la vez que  me disculpaba de ir de esta guisa, excusándome y explicando que iba a una entrevista de trabajo. Una vez conseguido el pitillo, salí corriendo escalera abajo maldiciendo mi nombre por ser tan tonto de ir dando explicaciones sin que me la pidieran.
Al llegar a la calle, le pedí fuego a un chico que pasaba con un porro en la mano. Malditos jóvenes dije, todo el día enganchados a esta mierda.
 Llegué al bar y me senté en la barra, eran pasadas las dos, me pedí un whisky.
-Espero que el de la llamada no me falle, porque a ver si no quien va a pagar esta copa. Pensé mientras le daba un buen sorbo.
 Aún no había dejado el vaso en la barra, cuando una voz femenina me interpeló:
 -¿Don Juan Amorós?...




El Viaje

El golpe había sido tremendo, las cabezas rodaban sobre el anden dejando un reguero viscoso rojo desde la base del cuerpo hasta donde la fuerza centrífuga desplazaba ambas extremidades que entrechocaban y salpicaban más sangre. Los cascos eran los perfectos envoltorios que protegían los inservibles bustos.
Los decapitados cuerpos aún movían brazos y piernas, como una gallina sin cabeza que corre hasta morir desangrada, los monos negros que los envolvían apenas dejaban ver el color primigenio, el rojo lo envolvía todo.
Feliz cumpleaños, rezaba el paquete que sobresalía de la moto enganchada a un quita miedo....