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lunes, 26 de octubre de 2009

Capítulo III, Organización

Cap. I "El legajo"
Cap.II "Rumbo, Nueva España"

Se hacía de noche, con las emociones del día y la lectura, no me había percatado que la tarde se extinguía languidamente por el horizonte. Recogí con mucho cuidado todos los papeles que había en el arcón y descubrí liada en una vieja manta una pieza de madera simulando un barco, en él se podía leer Blas de Lezo y Olavarrieta, era la primera vez que oía ese nombre, pero ya nunca más lo olvidaré.
Recogí todo y me marché al hostal donde estaba alojado. Por el camino, no podía dejar de imaginarme a mi antepasado recorriendo aquellas calles en busca de alimentos y aventuras. Ya no veía con los mismos ojos que de niño aquella pequeña isla. El descubrimiento y lectura de aquellos papeles me estaban haciendo ver la ciudad con otros ojos. Desemboqué en la fachada de Nuestra señora de la Asunción, estuve tentado de entrar para ver el cuadro de la batalla de la defensa de la Gomera contra el pirata inglés Windham, pero a esas horas ya estaba todo cerrado.
Llegué al hostal, la señora me saludó con la afabilidad que tienen los habitantes de estas islas y que debido a mi estancia tantos años fuera ya había olvidado. Sonreí y me dirigí a mi habitación.
Una vez me sentí protegido entre las cuatro paredes, deposité con sumo cuidado todos los manuscritos sobre la cama, desenvolví la figura nuevamente y admiré aquella talla seguramente hecha por mi antepasado.
Comencé a ordenar por capítulos aquella biografía y contemplé horrorizado que partes eran ilegibles, la tinta había perforado el papel y era del todo imposible de entender. A pesar de ello, me dispuse a honrar a mi antepasado Gabriel Guzmán conociendo su vida.

jueves, 22 de octubre de 2009

http://eljardinazul.blogspot.com/

http://eljardinazul.blogspot.com/

El Jardín Azul cumple 20 meses, con más de 12.000 visitas de más de 100 pueblos o ciudades diferentes de 20 países.
Con más de 80 artículos de opinión y de 50 relatos o micro relatos.
Gracias por haber sido uno de mis visitantes y conseguir hacer del Jardín Azul un rincón donde poder refugiarme a gusto.

Marcha atrás.

Las 8:36 ¡Dios que tarde es!, a las 9:00 tengo que llegar a la cita para conseguir el trabajo.
Dos meses en paro y necesito trabajar, la gran depresión está acabando con todos, y me sale esta oportunidad y me quedo dormido...
Puse el reloj a las 7:30 y no ha sonado, ¿O lo habré apagado sin darme cuenta?, que tarde es, una ducha rápida y salgo pitando...
las 8:14, creo que tendré tiempo de desayunar algo en el camino, me da tiempo de tapar la cama... las 8:12 !ummm¡ , creo que antes de tapar la cama eran las 8:14, que raro...
Me quedo mirando los números digitales del reloj, el color verde resalta sobre el fondo negro, de pronto saltan los números y en un abrir y cerrar de ojos el dos se convierte en un uno.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Amanecer

La monotonía hacía de su vida una costumbre, el reloj sonaba cada mañana a las 7:30, oía las mismas noticias una y otra vez, corrupción, paro, suicidios, asesinatos, ... nada que le alterase ya en lo más mínimo. Se vestía a oscuras, la misma ropa del día anterior que tras lavarla a mano la había dejado secarse junto al radiador, se aseaba en el baño, encendiendo la pequeña luz que descansaba en su casquillo sobre el espejo.
Cuando las campanas del reloj del Ayuntamiento daban las 8, Marcial se encontraba como cada día bajando las escaleras del edificio. A oscuras, sin encender las luces de las escaleras, se deslizaba Marcial silenciosamente, peldaño a peldaño hasta salir a la calle.
Allí en el exterior, las calles grises desprendían un brillo melancólico al reflejarse en el agua caída la noche anterior la triste luz que desprendían las farolas. El frío del amanecer hacía que Marcial como cada día se apretujase en el interior de su ropa que perdía poco a poco el calor recibido en la noche.
Dos calles más abajo se oía el murmullo de la ciudad en ebullición, allí, Marcial se unía al grupo de zombies que como autómatas se dirigían a sus rincones donde pasarían el día. Nadie protestaba, nadie sonreía, nadie saludaba.

viernes, 9 de octubre de 2009

La Patatera II

Ya en la calle, nos deslizamos las dos andando a paso ligero por la acera, adelantábamos a todos los peatones y aún mi amiga me metía prisa. Yo todavía andaba con el corazón acelerado y el pecho encogido, el destino que tanto habíamos planeado no era de mi agrado y eso que yo había sido la que le había insistido a Eva para que fuéramos a la patatera, pero a la hora de la verdad, me estaba cagando en el tanga, por cierto, dichoso tanguita de hilo que me está matando...
Me planté en medio de la acera y Eva que me jalaba del brazo dio media vuelta en redondo , con cara de sorprendida y despreciando todas las fuerzas de la gravedad sus pechos bailaron dentro de la estrecha camisa pareciendo que romperían aquella opresión.
- ¿Que te pasa ahora Sonia?, ¿Porqué te detienes?
-¿Estas segura de lo que vamos a hacer?
Nuevamente resaltaban aquellos ojitos de Eva, que ahora, en la calle, con la luz del sol hacía que sus pupilas verdes deslumbraran aún más, me miraba con cara de paciencia, incredulidad, temple,...
- Vamos niña, me dijo con esa voz dulce que le salía de muy adentro, no tengas miedo, estaremos junta en todo momento.
La miré, sonreí y seguimos andando.
Así, de la mano, fue como llegamos a la puerta de aquella mujer.
Nada en el exterior hacía prever que pudiera pasar algo malo, los niños jugaban en la calle, era un barrio tranquilo de casas adosadas, la de la patatera estaba protegida por una valla de metal que no dejaba ver mucho del interior.
Riiiinnnggg, Eva se dejó caer en el timbre y este sonó en toda la calle. Miré a Eva con cara de asesina y esta me lanzó una tímida mirada.
No habían pasado ni quince segundos cuando le dije a Eva.
- Aquí no hay nadie, vámonos y venimos otro día.
- Espera chiquilla, me replicó Eva dando esos saltitos tan característicos e intentando mirar por encima de la puerta.

miércoles, 7 de octubre de 2009

La patatera

Toda la mañana había estado temiendo que llegara la hora de la comida, el reloj, colgado en la pared del fondo iba avanzando inexorable segundo a segundo. Cada vez que levantaba la mirada del escritorio, se topaba con las manecillas que, en su lento avance, no daban tregua y acrecentaba su nerviosismo.

Las dos, toda la oficina recogía en silencio sus papeles e iban enfilando el pasillo hasta el ascensor, allí, una figura se movía impaciente, agarrada a un montón de papeles daba saltitos y sonreía tratando de descubrirme entre la maraña de gentes.

Era Eva, mi mejor amiga, de apenas un metro cincuenta, usaba tacones que la elevaban a no menos de metro sesenta del suelo. Minifalda azul, camisa celeste, que en su abotonadura superior, luchaba por no romperse en mil pedazos dejando que, aquella talla noventaycinco de pecho pendiese libremente entre las solapas de su chaqueta, conjuntada del mismo azul a la falda.

Su pelo rizado en mil volutas estaba recogido en un moño alto ,obsesión que tenía con la estatura, y brillaba en un pelirrojo natural que era la envidia de muchas peliteñidas del edificio.

Allí, mi amiga la pecosa me hacía señas, botaba de alegría y sonreía enseñando aquellos pequeñitos dientes, poniendo esa cara de pícara que a muchos hombres les hacía temblar las rodillas. A mí me temblaba ya todo el cuerpo.