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martes, 31 de mayo de 2016

Dragón

 La noche había dura, muy dura. Drogas, sexo, alcohol. Los mil euros que había cobrado habían desaparecido de su bolsillo en un solo día, invirtió el capital en placeres efímeros que solo se reflejarían ahondando la decrepitud de su cuerpo y en su debilitada memoria.
 La casa en la que vivía, embargada por las deudas, había conocido tiempo mejores, ahora, paredes vacías, donde la pintura que quedaba no era más que un reflejo de lo que en otro día fue. Una butaca, un catre y una televisión en blanco y negro depositada en el suelo, que hacía las veces de mesa, para apoyar un cenicero al que no se le veía el fondo desde hacía años.
 Una caja oscura y vacía era su morada, su mundo exterior era un reflejo de su interior. Aquel día había sido épico, la garganta le quemaba por el exceso de alcohol, tabaco y cocaína. Se levantó del sofá y se dejó caer en la cama, mientras caía sobre el mugriento colchón, se daba cuenta que aquella había sido una mala idea, mientras su cuerpo se inclinaba y adoptaba la posición horizontal, de su estómago brotaban los jugos gástricos quemando todo resto de debilitada piel, subía proporcionalmente a la misma velocidad que el cuerpo caía. Intentó estabilizarse en el aire, pero la maldita gravedad hacía cumplir su ley, era una justicia implacable. Las sudadas sábanas estaban tan próximas a su cara como el vómito de ácido a su boca. Rebotó sobre el colchón, pero el fuego salió de su boca sin control, esparciendo el corrosivo líquido mezclado con sangre por todos lados. Cuando su cara volvió a posarse sobre las ya húmedas sábanas, la quemazón había acabado y pudo dormir el sueño eterno de los dragones.