Buscar este blog

sábado, 25 de febrero de 2017

Maniquí

 No me pude creer lo que veía, un maniquí casi nuevo tirado junto a un contenedor de basura. No me lo pensé dos veces, cogí aquella maravilla y y lo llevé conmigo.
En el autobús viajábamos de pie, al final del autocar, junto a un grupo de señoras que cargaban con sus bolsas del mercado llena de frutas, verduras, embutidos,….cosas mundanas necesarias para vivir, y que desgraciadamente yo tenía también que hacer a menudo, pero hoy yo llevaba mi maniquí casi nuevo, aún desnudo, con esos ojos que miraban al infinito, esos ojos que me miraron desde el contenedor pidiendo auxilio, suplicando que lo rescatara y llevara a casa conmigo. No me negué, desde que cruzamos miradas estamos predestinados el uno para el otro, él ordena y yo ejecuto.
Cuando llegamos a casa lo lave, vestí, compré una peluca rubia, y lo peiné, retoqué con pintura algún que otro desconchón que lucía su cuerpo, y lo senté en el butacón que presidía la casa frente a la gran ventana que daba a la avenida.
Tres días estuvo allí sentado, pensativo, agradecido por el trato que le había dispensado, al cuarto día estaba yo en la cocina preparando algo de cenar cuando oí como me llamaban. Al principio no reconocí su voz, no sabía quien me llamaba por mi nombre, pero cuando me di cuenta que era él quien requería mi presencia un escalofrío recorrió mi espalda hasta la nuca. Esa sensación de mil hormigas subiendo a toda velocidad por la columna hasta llegar al bulbo raquídeo… odio esa sensación.
Lo dejé todo a medio hacer y acudí al salón, el maniquí seguía mirando la ventana. Es absurdo, ¿cómo puede hablarme un maniquí?, pensé. Me giré para volver a mis quehaceres y de nuevo su voz. El timbre que tenía era como si me hablase con una lata puesta en la boca. Al dirigirse a mi, lo primero que hizo fue hacerme una pregunta, pero no una al estilo de: -Hola Mario, ¿Cómo estás?, o ¿Que tal el día hoy?, o ¿Te resulta extraño que te hable un maniquí?. Nada de eso, su primera pregunta fue: -¿Por qué?.
-¿Por qué?, Esa era la pregunta más absurda que me habían formulado y era obvio que un maniquí fuese el responsable de esa pregunta. ¿A qué diantres se refería con ese “por qué”?.
No volvió a hablar en toda la noche, cené, vi una película y me acosté. El maniquí permaneció, como no podía ser de otra manera, sentado en el butacón, frente a la cristalera que daba a la avenida.
A las cuatro de la mañana me desperté sobresaltado, notaba la mirada de alguien a los pies de mi cama, estaba seguro que era el maniquí, encendí la luz de la mesita de noche y allí no había nadie. ¿Habría sido todo un sueño?, ¿Me estaría volviendo loco?. Ya no pude volver a conciliar el sueño, a las seis sonó el despertador que esta vez no cumplió su misión, ya que no había nadie a quien despertar, dejé que sonase Radio KFM y me metí en la ducha.
Todo el tiempo tuve esa incómoda sensación de no estar solo y ser continuamente observado.
-No me encontraba bien, mi cabeza hervía y no precisamente de fiebre. El no haber descansado bien, la experiencia de que me hablaba un muñeco, las obligaciones de estar en el trabajo y tener un jefe y unos compañeros desagradables; todo eso me estaba haciendo perder el control. Me estaba convirtiendo sin saberlo en un ser voluble, una máquina obediente y a expensas de un regidor.
-¡Ya está bien Mario!, la dulce voz de María me sacó de mi ensimismamiento. Apoyada sobre mi mesa, dejaba ver un escote de piel canela muy apetecible, su sonrisa albugínea iluminaba aquel rostro moreno sobre el que caían unos rebeldes rizos negros.
-Me tienes que dar ya esos informes- siguió hablando María .-ya no puedo demorar más la entrega- continuó hablando poniendo una carita de cordero degollado que debía usar mucho, ya que conocía el poder devastador que ejercía sobre los hombres. Era una preciosa chica a la que pocos se habrían resistido a sus encantos.
-Aquí los tienes, le dije dándole unos cuantos folios escritos a doble espacio. Los miró por encima y se giró a la vez que me guiñaba un ojo. Se marchó contoneándo su precioso y redondo culo embutido en aquella falda de tubo hasta las rodillas que la obligaban a andar a pasitos cortos.

-¿Por qué?, y ¿por qué, no?. Una nube ocultó todo en mi mente y una sonrisa maléfica acudió a mi. El resto del día todos me ignoraron, esa sonrisa en mi cara al parecer no le gustaba a nadie salvo a mí.

jueves, 23 de febrero de 2017

El tiempo escondido

Juan Manuel, Juanma para los amigos y vecinos del pueblo, no era un hombre avezado en inteligencia, es más, casi no era hombre. Su vida había transcurrido anodina en la vieja casa que sus padres tenían a las afueras del pueblo.
 Bajando la cuesta se llegaba a su vivienda; de piedra maciza y tejado de toscas tejas cubiertas de rastrojos, era también ese, el final del camino. Subiendo por la empinada vía de tierra, se accedía al resto del pueblo, que se alojaba en su totalidad a este lado de la ladera. El único acceso que se tenía al mismo, estaba por la otra cara. Esta particularidad de estar situado en el lado opuesto de la montaña, hacia que nadie se diera cuenta del mismo hasta que prácticamente ya estaba en su interior.
 Juanma era muy querido por todos, nadie jamás le afeó su condición, y él no se sentía ni diferente ni extraño entre sus vecinos. En la casa más cercana vivía doña Tula, la más anciana del lugar, cuentan que tenía ciento cincuenta años. Aunque Juanma lo desconocía, ya que nunca había visto a la señora Tula soplar unas velas. A decir verdad, nunca había visto a nadie soplar velas ni sabía lo que era un cumpleaños ni una fiesta para celebrar el día del nacimiento de uno. En el pueblo, se regían por costumbres, casi todas adoptadas de los animales y jamás habían visto a un toro, ni una cabra, ni una gallina, ratón, perro o pez, celebrar el día de su nacimiento.
 Juanma medía algo más de un metro, de escaso pelo, su bizquera era tan pronunciada que apenas podía nadie fijarse en que carecía de dientes, su nariz parecía que se la habían arrojado desde lejos, quedando pegado en la cara un pegote deforme entre los estrábicos ojos condenados a mirarla. Sus robustos brazos llenos de un pelo negro que escaecía en su cabeza, colgaban inertes junto al fornido cuerpo, y se remataban en unos dedos gruesos y peludos.
 Por encima de la casa de doña Tula, vivían don José y doña Angustias, matrimonio sin hijos y residentes en el pueblo desde su nacimiento. Frente a ellos, en la casa más alta, don Frasquito, el más listo de todos los habitantes, se había apoderado de la casa del párroco, que los había dejado hacía tanto que ya nadie se acordaba de él, a excepción de Juan. Este vecino nunca quiso que se le pusiera el don delante, decía que su único don era ver el futuro. De vez en cuando, cuando se cruzaba con don Frasquito, y le decía:
-¡Ya verás, ya verás!, En cuanto el párroco se canse de estar con Dios, baja y te quita la casa. Te lo digo porque lo vi en sueños... Y se iba como si nada hubiera pasado.
 Cuando el párroco murió, vino un automóvil y se llevó el cuerpo, los vecinos preguntaron a donde iban, y el conductor dijo:
- Me lo llevo a la ciudad, el párroco se va con Dios.
 Y ya nunca más se les volvió a ver, ni a él ni al conductor del coche.
 La primera casa habitada estaba ocupada por doña Mencía, hacía un pan exquisito, y a Juanma le encantaba atravesar todo el pueblo hasta su casa para ayudarla a amasar el pan y hornearlo. Siempre se llevaba a casa una hogaza.
¡Cumbrescondida!, el pueblo de nueve habitantes que cambió los designios del mundo, y que ha quedado olvidado en la historia.

viernes, 17 de febrero de 2017

Miedo

 Me he quedado seco, no hace mucho, las ideas fluían en mi cabeza y conformaban mundos paralelos donde era tan feliz como lo pueda ser en este terrenal.
De un tiempo a esta parte, mi mundo imaginario está congelado. Apenas logro esbozar un inicio, una página de mi “imagilandia” o tierra de la imaginación. Y al cabo de unos segundos desaparece, se seca como la gota de agua sobre la sartén caliente. Se evaporan esos sueños para topar de bruces con un realidad de la cual nada quiero saber.
Mi realidad es como la de todos, anodina si no tienes algo a lo que agarrarte. Las mentes menos pre-claras, se adhieren a equipos de fútbol o partidos políticos, anexionados como si la vida le fuese en ello para acabar con su rival. Tienen almas de soldados rasos, masas ingentes espoleadas por un motivo en común, una bandera que pueda representar cualquier cosa, todo lo que ella defienda les parecerá bien.
Otras mentes más avanzadas intentan disfrutar moviendo los hilos y se regocijan de su capacidad de moldear los pensamientos ajenos. Son los peligrosos de verdad.
Unos pocos, nos conformamos con crear mundos imaginarios, algunos lo plasman en lienzos, otros en robot o maquinarias increíbles, otros pocos vomitamos letras en papel o pantallas de ordenador que brillan como luciérnagas en la noche.
Trato de leer, pero un libro me atiborra de nuevos inicios, corro hacia el papel en blanco que parpadea en la pantalla esperando ver algo impreso, y antes de llegar al ordenador, toda idea se pierde.
Mi cuerpo físico está cansado, el psicológico, que siempre se ha valido de ello para explorar y aventurar nuevas historia, está sentado junto al cuerpo natural en el sofá, viendo sin ver, comiendo sin comer, saturando todo con borbotones de anodina existencia.
Las dos de la mañana, deambulo por la casa como alma errante, tengo ganas de escribir, estoy creativo, me siento bien. Me acuesto y duermo feliz, mañana he de madrugar. Soy un cobarde por no atreverme a esforzarme por lo que quiero, sufro, lo paso mal, siento que mi mundo feliz se apaga.

Un nuevo día, ya avanza el año, miro hacia la pantalla del ordenador y el folio está en blanco, mañana es el día de los enamorados, unos años atrás, por estas fechas ya tenía escrito más de dos docena de relatos. El pozo sigue seco.

miércoles, 15 de febrero de 2017

“Laboradicto”



Encerrado en una habitación acolchada, atado e inmóvil sobre la cama, no dejaba de pensar en aquellas tardes en el lago junto a su familia; paseando y dando de comer a los cisnes de la mano de sus pequeñas.
Escuchó pasos, se puso en guardia y detuvo la mente en aquella imagen idílica. No quiso romper lo único que le daba felicidad para regresar a la dura realidad.

-Bloqueo mental con tendencia parricida,-sentenció el psiquiatra mirando al juez y al alguacil de la prisión- causado por exceso de trabajo y nada de ocio