Capitulo
I
Sonó
el teléfono móvil que permanecía cargando su batería en la mesa
de noche, sacó a duras penas su brazo y descolgó con destreza a
pesar de la hora y de sus dedos regordetes, lo hizo en un movimiento
imposible del mismo sobre la pantalla.
-¿Diga?,
preguntó con la voz aguardentosa que le caracterizaba allá por
donde fuera. Se enderezó con esfuerzo sobre la almohada emitiendo
gruñidos a la vez que escuchaba, cogió un cigarrillo de la mesa de
noche y prendió fuego.
-Está
bien, dijo dejando escapar el humo por su boca, en veinte minutos
estoy allí.
Cuatro
coches de policía nacional acordonaban la zona, antes, dos
patrulleros locales trataban de hacer que el tráfico se desviara
para no coger por la calle que estaba cortada, el Inspector Jesús
Espinoza no tuvo que enseñar ninguna identificación, era bastante
conocido en la ciudad.
Dejó
su Ford Escort gris del 92 mal aparcado sobre la acera, apagó el
cigarrillo y bajó del auto. La fama que le precedía hacía que los
agentes uniformados se cuadraran y saludasen a su paso, el policía
de paisano los ignoraba a la vez que encendía otro Chester.
El
sol aún no había hecho presencia, pero su luz ya iluminaba los
primeros tejados de la urbanización.
-Buenos
días, saludó el policía a los presentes en la habitación.
Un
agente sacaba fotos, vestido con mono entero blanco y guantes,
trataba de coger de todos los ángulos a un hombre de unos cuarenta
años, desnudo y que colgaba ahorcado de un perno del techo. Atado de
manos y pies, su muerte se presumía agónica y duradera. Debajo de
su inerte cuerpo y mojada por la orina que el esfínter del hombre
había dejado salir, yacía inerte una chica de unos veinte años,
embarazada de al menos veinte semanas, también desnuda y sin
síntomas de violencia. Pareciera dormida, pero la lengua fuera de la
boca cual toro apuntillado, rompía la posibilidad de hacerla
despertar.
-Parece
un crimen de género machista, sonó la voz de una mujer a la espalda
de Espinoza. El cincuentón dejó escapar el aire de sus pulmones en
bloque, haciendo que sus cuerdas vocales vibrasen gravemente
emitiendo un sonido extraño, que bien podría ser un inicio de risa;
una queja o una tos. Se giró y pudo ver a una jovencita de pelo
negro largo lacio, recogido en un moño, gafas enormes de vista de
pasta negra protegiendo unos ojos marrones, nariz pequeña, labios
carnosos, piel morena, no llegaría al metro sesenta, además usaba
calzado deportivo con pantalón de vestir, chaqueta a juego y blusa
fina blanca. Sobre su antebrazo una carpeta dónde no paraba de tomar
anotaciones.
Espinoza
sacudía el cigarro en su mano, que hacía las veces de cenicero.
-¿Y
usted es?, preguntó con su voz cavernosa.
-Inspectora
Gutiérrez, Emilia Gutiérrez, dijo mirando al hombre a los ojos
tratando de que su voz no temblara ante aquella institución. La
comisura de los labios no aguantaron la tensión de la mirada de
aquel hombre bajito, pelo rizado , ojos saltones y cara de no tener
amigos y comenzaron a moverse de forma indisciplinada de arriba abajo
en un tic enervante.
-Bien,
dijo el hombre, entonces este será su caso ¿Verdad señorita
Gutiérrez?, expresó de manera molesta a la vez que le da la espalda
a la mujer. La policía miraba al hombre sin saber qué decir, antes
incluso de que su mente terminara de procesar lo que estaba pasando,
una voz salió a su rescate.
-Veo
que ya se conocen, perfecto, Inspector Espinoza, ella es la
Inspectora Gutiérrez; tu compañera. Espero que le enseñes todo lo
bueno de nuestro oficio y que ella te quite los vicios que has
adquirido con los años, jejejee (rió de manera socarrona, sabiendo
de la imposibilidad de que eso ocurriese). - ¿Qué tenemos aquí?,
¿Otro crimen pasional?, -la mirada inquisitiva de la agente hizo que
el jefe se diera cuenta que no había sido políticamente correcto.
-perdón, no acabo de acostumbrarme a esta nueva terminología
política, ¿Crimen de género?, ¿Crimen machista?...el silencio se
apoderó de la sala.
La
joven inspectora quiso tomar la palabra y explicar su teoría.
-Creo
que efectivamente, se trata de un crimen machista señor comisario,
el hombre mató a la mujer y luego se suicidó.
Espinoza
giró su cabeza, miró al comisario jefe, a la mujer y dijo: -¿En
serio?. Y se esposó pies y manos para morir lentamente para expiar
su culpa…, Sin decir nada más y mostrando su enfado salió de la
casa arrojando la colilla al suelo y sacudiéndose las cenizas de la
mano.
-¿Cómo
hemos llegado a este nivel de estupidez?, murmuraba entre dientes. El
sol comenzaba a evaporar el rocío de la noche, montó en su ford y
se largó a “la oficina”.
-Buenos
días jefe, saludó el camarero y dueño del bar “la oficina”,
-¿Lo de siempre?, preguntó mientras cogía una copa de coñac de
debajo del mostrador. Jesús cruzó el bar y se sentó en la última
mesa, junto a los aseos, encendió un cigarrillo y esperó a que
Tomás le trajese el sol y sombra.
-Un
día de esto me meten una multa por dejarte fumar en el bar, decía
mientras soltaba la copa y se volvía a prepararle el café con
tostadas.
-Mientras
iba hacia el lado del mostrador que estaba abierto entró una joven
por la puerta, Tomás saludó con su alegría natural, -¡Buenos días
señorita!. La joven cruzó el bar y se sentó en la mesa de Jesús.
-El
comisario me ha dicho dónde te podría encontrar, dijo la mujer sin
esperar invitación. Un cola-cao frío le indicó a Tomás mientras
este traía la comanda del inspector.
-¿Cual
es su teoría? quiso saber la mujer.
Jesús,
con barba de varios días, aún negra aunque por algunas zonas se
atrevía a aparecer alguna cana, rompió con sus dedos regordetes el
sobre de azúcar sobre el café solo; giró con la cucharilla el
líquido negro y miró atentamente a su nueva compañera. Era bella.
Un
nuevo cigarrillo apareció en la mano del hombre, esta vez apagado,
jugaba con él moviéndolo entre sus dedos de manera habilidosa. De
pronto se lo llevó a la oreja y lo dejo allí colocado. Emilia no
podía dejar de mirar aquel hipnótico Chester en la oreja de su
compañero. Jesús, sabedor de que había situado a la mujer en el
lugar que deseaba, comenzó a hablar.
-A
ver Emilia, le hablaba a la mujer de forma condescendiente a la vez
que sorbía el café. Estoy convencido que el crimen es un asesinato
doble. ¿La causa?, debemos buscarla. Sabemos que esa pareja no tenía
relación aparente, lo que no me cabe duda es que en esa habitación
había más personas, y que aquello o era un juego sexual que se les
escapó de las manos, o algún tipo de rito macabro. Lo primero al
parecer es lo más evidente, ya que no hay rastros de tortura.
Tomás
depositó el cola-cao en la mesa.
-¿Una
tostadita?, le dijo con su marcado acento andaluz.
-No
gracias le respondió la madrileña.
-El
desayuno es la comida más importante del día, habló el detective a
la vez que daba bocados exagerados al bocadillo de jamón serrano.
Con los carrillos llenos interrogó a su nueva compañera.
-Está
bien, una con mantequilla, le pidió al camarero que sonreía no se
sabía porqué.
-¿Divorciada
o separada?...soltó a bocajarro, la mujer dejó de beber por el nudo
que se le acababa de hacer en la garganta.
-¿Perdona?,
preguntó tratando de ganar tiempo ante la indiscreción de su
compañero. -Puedo estar casada, con novio o viuda, ¿no crees?.
Jesús no dejaba de comer el bocadillo como si fuera lo único sólido
que comía en días, quizás fuera lo único sólido que comía en
días, y con los carrillos siempre llenos de pan con jamón, explicó
porqué separada o divorciada.
-Mira
muchacha, el dedo anular aún tiene la marca del anillo que has
llevado por tiempo, si fueras viuda o casada, aún lo llevarías por
recuerdo o señal de tu compromiso, soltera no tendrías marca y ya
sólo me queda saber si eres divorciada o separada, que en ambos
casos me da lo mismo, saber que no tienes a nadie en casa que te
moleste o espere facilitará nuestro trabajo.
La
mujer se llevó el cola-cao a los labios tratando de evitar
responder, la marca del chocolate le había dibujado un fino y
simpático bigote. Jesús aprovechó para echar un ojo a su nueva
compañera. La joven debía rondar los treinta y cinco años, su piel
era canela y el pelo largo negro y lacio se mantenía sujeto de forma
increíble en un roete con un solo palo; el cuello era largo y fino;
mandíbula cuadrada; boca con dientes perfectamente alineados y
blancos- seguro que de niña habría tenido puesto esos aparatos
metálicos-; sus ojos marrones y rasgados le daban carácter; la
suavidad al rostro se la daba una pequeña nariz. Menuda en cuerpo,
de pequeños pechos y culo perfecto, vestía con pantalón blanco y
camisa azul. Demasiado pija para su gusto, aunque a su edad,
cualquier compañía le era grata y ya había abandonado la época de
perseguir mujeres orondas de pechos enormes en los que refugiarse en
las frías noches de invierno. Las nuevas generaciones iban a
gimnasios y estaban más musculadas que lo hubiera podido estar él
nunca...había aprendido a saborear la nueva especie.
Se
levantó de forma abrupta, a la vez que le espetaba un -¡Vamos,
tenemos trabajo!. Sacó veinte euros del bolsillo y lo arrojó sobre
la mesa. Emilia lo siguió, no sin antes recoger con una mano su
bolso y chaqueta y con la otra el trozo de pan que estaba a medias…
-¿A
dónde vamos?, preguntó con la boca aguantando la media tostada
mientras trataba de ponerse la chaqueta sin que el bolso se le cayese
al suelo.
-Espinoza
hizo caso omiso, montó en el coche a la vez que le preguntaba.
-¿Conmigo
o en el tuyo?. La mujer no se lo pensó dos veces, se montó en el
asiento del copiloto y sin que le hubiese dado tiempo a abrocharse el
cinturón, Jesús ya había metido la directa.
El
policía conducía cómo si estuviera en una carrera, la chica menuda
se golpeaba en el asiento con un lado y el otro por el efecto que la
fuerza centrífuga ejercía sobre el auto. Su pelo acabó alborotado.
¿Destino al que habían llegado?. -El barrio Rojo- . El barrio con
más prostitutas y casas de alterne por metro cuadrado de todo el
país. Espinoza parecía moverse bien por aquel ambiente, Emilia no
se separaba de su compañero y andaba alerta por si tenía que meter
la mano en el bolso para hacer uso de su reglamentaria.
Capítulo
II
A
pesar de estar ya el sol bastante alto, en aquel barrio parecía que
ni siquiera la luz brillante del Astro Rey se atreviera a
deambular por él. La oscuridad y sordidez de las calles iba en
consonancia con la de sus transeúntes.
La
Inspectora Gutiérrez no perdía ojo de su compañero, que se movía
como pez en el agua por entre aquellos callejones en
los que era fácil tropezar con algún gato o rata. A saber qué
animales se movían por aquel negro suelo.
Casi
diez minutos tardaron en llegar, frente a ellos una
puerta blanca. Sobre
ella, un cartel que decía: “El Paraíso”. Colocada
en el centro del portón una vidriera en la que se
distinguía bastante bien el dibujo de un jarrón lleno de lilas. A
Emilia aquella puerta le pareció la salida del infierno para
entrar, como su nombre tan bien indicaba, en
el cielo, pero cuan equivocada estaba la mujer.
Jesús
arrojó el Chester al piso, se giró antes de subir los tres
escalones que separaban la puerta del suelo para advertir a su
compañera.
-
Te recomiendo que te quedes fuera, pero si decides entrar, lo que
ocurra de puertas para dentro no es de nuestra incumbencia, no quiero
que te entre un ataque de nervios, te vuelvas histérica o
montes un número. Porque si lo haces, seré yo mismo quien te
meta un tiro en tu bonita cara. Tan serio le dijo esto último que
Emilia notó cómo le temblaron las piernas y un pequeño hilo de
orina se le escapaba mojando más que sus bragas. Apretó la
pelvis y se
contuvo, aunque sabía que ya era tarde y que su pantalón
blanco la delataría. Movió afirmativamente la cabeza, no se atrevía
a hablar no fuera a perder la concentración para poder aguantar
el pis y un reguero amarillento decorase el suelo.
-Quiero
oír tu preciosa voz y que te comprometas, ¿Entras o te quedas?.
-Sacando
fuerzas de flaqueza la chica con un tono impropio a su estado de
ánimo, dijo:
-¡Entro!.
-No
se yo, murmuró entre dientes el policía. Subió los tres escalones
y pulsó un timbre incrustado en la misma puerta. Emilia se
sorprendió de no haberse dado cuenta que allí estaba aquel botón,
y más le sorprendió que no se escuchase ningún sonido en el
interior. A los pocos segundos la puerta se abrió, tras ella
apareció un hombre
de dos metros de alto por uno de ancho, era
impresionante, Además, la forma en la que
iba vestido ayudaba bastante más a crear esa
imagen impactante. Traje
blanco, zapatos blanco, chaleco blanco, camisa blanca,
calcetines blancos, cinturón blanco, excepto el color de su
piel, que era negra como el carbón, todo lo demás era de un
blanco inmaculado.
Jesús
accedió al interior con una naturalidad pasmosa, Emilia le
siguió aguantando la respiración tras aspirar hondo por
la nariz. Pero se
encontró con que la montaña nevada
le impedía el paso. Por un segundo pensó que hasta allí había
llegado su acceso al reino de los cielos, tres escalones que la
elevaron del pegajoso suelo del callejón a pisar el impoluto
parquét. En
su fuero interno le jodía estar tan cerca, para quedarse en la misma
entrada a lo que de manera tan curiosa y para ella acertada recibía
el nombre de: “El
Paraíso”.
En
el mismo momento que iba a girarse y darse por vencida, notó
por primera vez la
mano de su compañero sobre ella, tocaba su hombro, era una
mano fuerte,
dura, pero a la vez se posaba con la delicadeza de una mariposa sobre
su hombro. Estaba convencida que Espinoza había notado toda la
tensión acumulada en su menudo cuerpo. La otra mano del inspector se
deslizó dentro de su bolso y sacó la pistola entregándola al
portero.
-¡Pero!...quiso
protestar. Uno de los dedos de su compañero se le posó
en los labios.
Notó la presión en la boca,
ni fuerte ni débil, segura. Un dedo grueso, seco, áspero, con
fuerte olor a tabaco que hizo que incomprensiblemente un hormigueo
recorriese su columna vertebral.
Despojada
de su arma, se sentía indefensa,
desnuda, a merced del destino, de un destino que se
auguraba inseguro y
que pronto descubriría.
Espinoza
se adentró en un laberinto de pasillos
estrechos, oscuros, llenos de personajes de lo más variopinto… a
duras penas podía seguir a su compañero entre aquella gente y
aquella estrechez.
No
supo cómo llegaron a una pequeña habitación vacía, no tendría
más de dos metros por dos metros. Las paredes eran de ladrillos, sin
enfoscar, pintados de negro, una bombilla colgaba del techo, apenas
daba luz al centro de la habitación. Emilia se acercó tanto a Jesús
que podía oler el desodorante que usaba mezclado con el aroma del
humo de los
cigarrillos. ¿Dónde coño estaban?, ¿Qué hacían allí?, ¿Qué
tenía aquello que ver con la investigación que acababan de
iniciar?. Las preguntas se agolpaban en su mente y querían cobrar
vida y salir de ella para
que alguien le diese las respuestas correctas. Absorta en sus
cábalas, no se percató que de una de las paredes aparecía un
hombre de tez blanca pero también
vestido de traje de chaqueta
esta vez
de color
negro, no era tan fornido como el portero, pero del metro noventa no
bajaría y el ancho de sus espaldas bien podrían alcanzar los
cien centímetros.
Saludó
a Espinoza con un apretón de manos, el inspector correspondió y
siguió al indivíduo
que desaparecía por la pared, vaya sorpresa al acercarse. ¡Era un
trampantojo!, había dos paredes superpuestas y un hueco entre ellas,
solo que tan bien hecho que parecía una sola.
Emilia
siguió a los hombres, estaba convencida que si perdía de vista al
inspector le costaría salir de aquel laberinto de pasillos con
puertas. Tras el hueco oculto llegaron a una sala llena de monitores,
habría unos cincuenta. Todos a color y con alta resolución, emitían
señales en directo de lo que ocurría en las habitaciones.
-Espera,
¿Ese no es el alcalde?. Se dijo a sí misma mientras prestaba
atención a una de las pantallas donde un hombre vestido
con traje de chaqueta -(¿En esa ciudad los trajes de chaqueta eran
el uniforme oficial?-Llegó a pensar)
bebía una copa, de pronto comenzó a desnudarse lentamente mientras
otra persona enfundada de pies a cabeza en cuero negro esperaba de
pie golpeándose una de las manos con una especie de porra también
al parecer de látex negro. La imagen se perdió, uno de aquellos
guardaespaldas con
chaqueta también de color
negro se interpuso entre ella y los monitores. Levantó la cabeza
para
mirar a los ojos al muro de carne y
el inexpresivo empleado le hizo un gesto con la cabeza para que
siguiera a Espinoza.
Emilia
comenzó a desesperar, no paraba de ir de un lado a otro por pasillos
oscuros, percibiendo olores que jamás pudo pensar que existieran,
unos detestables y otros agradables, pero todos muy intensos. Cuando
su paciencia llegaba al límite llegaron a su destino. Una sala
blanca amplia, que contrastaba con tanta oscuridad. Sería por eso
que le pareció que estaba bien iluminada, decorada únicamente con
algunos cuadros. Presidía la habitación una mesa enorme, detrás de
ella una mujer escribía en unos papeles, al acercarse comprobó que
no era una mujer, más bien parecía un travesti, aunque pronto
descubriría que era un ser no binario.
Maurice,
así se llamaba quien dirigía todo aquello se levantó y saludó a
Jesús con dos besos.
-¿Qué
te trae a mi humilde morada querido amigo?, preguntó a sabiendas que
aquello de humilde tenía bien poco.
Jesús
sonrió, con esa expresión que no se sabe si es de alegría o porque
te va a descerrajar un disparo.
-Negocios,
dijo de forma lacónica.
-Josué,
trae algo de beber a nuestros invitados, dijo Maurice mientras tocaba
las palmas y las dejaba boca arriba incitando premura.
-Jack
Daniel con hielo para nuestro amigo y para la jovencita... ¿Qué
desea tomar?. Continuó hablando mirando con descaro y desprecio a la
policía.
-Nada,
estoy de...la mirada fulminante de su compañero se cruzó en ese
momento con la suya e hizo que detuviese sus palabras en seco...Una
Coca-Cola Zero, por favor. Acabó diciendo la policía.
No
tardaron mucho en tener cada uno su bebida, la mujer esperaba de pie,
Jesús sentado en la mesa frente a quien dirigía todo aquello.
-Maurice,
esta noche se ha cometido un crimen sexual salvaje en la Calle
Esparraguera, a las afueras de la ciudad, en esos bonitos adosados y
chalets de clase media. Comenzó hablando de manera muy directa el
policía que se
detenía y daba un sorbo a su bebida, para luego continuar.
-
La cosa pinta mal, parece que es algo gordo y ya sabemos todos que si
hay algún tipo de meneo de nivel en esta ciudad y no pasa por tus
manos o no te llega la información, entonces es que no
existe.
Maurice
sonreía por el halago a la vez que también daba un sorbo a su
bebida.
Emilia
observaba todo desde la retaguardia, la situación también le dejaba
la boca seca y bebía el refresco frío que le acababan de servir.
-No
es cosa mía, comenzó a decir el no binario, ya sabes que si existe
algún tipo de perversión que quieras cumplir, este es el lugar.
Nunca nos hemos negada a nada, y ya sabes que nada es nada. Pero todo
lo que hacemos es entre estas paredes, y si se nos va de las manos,
no transciende más allá de los límites del barrio. Eso que dices
más bien es un juego de pijos que no saben lo que hacen. Y realmente
desconozco los detalles, aunque ya sabía de los hechos. Pero aún
así, no te quepa la menor de las dudas que pondré las orejas en
todas las esquinas para enterarme de quien está detrás de todo lo
que está ocurriendo. No quiero que me salga competencia
descontrolada. Al decir esto elevó su vaso e hizo una especie de
brindis al aire incitando a sus invitados a que hicieran lo mismo,
para luego acabarla de un trago. Antes de depositar el vaso sobre la
mesa, Emilia caía al suelo. Una mirada de odio salió de los ojos de
Espinoza antes de perder él también la consciencia.
Capítulo
III
Como
cada mañana, María lo primero que hacía era mirar el móvil. Tres
mensajes en el whatsapp, uno de su madre y dos de grupos de amigas.
Los leyó por encima y le contestó a su madre: “Todo ok, mañana
revisión ginecológica, voy con Carmen, ya te cuento”.
Puso
la cafetera y se marchó al cuarto de baño a darse una ducha. Se
quitó la enorme camiseta que hacía las veces de pijama, recogió su
largo y lacio pelo rubio y se colocó un ridículo gorro de plástico
transparente para que no se mojara el cabello. Se
quedó mirando su enorme barriga; ya de casi seis
meses, podía notar cómo Julia se movía en su interior y daba
pataditas. María acariciaba su vientre y transmitía a su bebé
amor. Estaba deseando que llegase el momento de tenerla en sus
brazos.
Se
miró en el espejo, a sus 22 años parecía más joven, su cara se
había hinchado un poco, pero aún mantenía las líneas marcadas de
sus facciones. Los brazos seguían estando musculados; sus pechos
habían ganado varias tallas y luchaban con la elasticidad y
firmeza que
da la juventud contra la fuerza de la gravedad; sus aureolas habías
ennegrecido bastante y su pezón engordado; aún así, se sentía
bella y poderosa. Pronto sus pechos comenzaría a crear el
alimento de su bebe. La barriga era bastante grande, pero en su
cuerpo atlético quedaba muy bonita, se giró y vio el perfil tan
hermoso que reflejaba el espejo. Con agilidad se volvió y de un
salto se metió en la ducha.
En
veinte minutos se había duchado, arreglado y ya estaba sentada
desayunando. Desde que estaba embaraza se había acostumbrado a esa
primera comida y ya era imposible que pasara sin ella. Un tazón de
leche con cereales, un pan tostado con aguacate y jamón y un zumo de
naranjas. Así había sido durante todos los días desde hacía
meses.
Cogió
los libros de la universidad y se marchó a clase. Tuvo que esperar
poco al autobús que iba bastante lleno, un niño disfrazado de
drácula al ver que estaba embarazada e inducido por su madre le
cedió el asiento. Seguramente iría a la fiesta de fin de curso,
ella iba a acabar a lo justo su segundo año de carrera, el próximo
vería cómo compaginaría los libros con el bebé. Sonrió al chaval
y le dio las
gracias.
Tuvo
un recuerdo momentáneo al ver al pequeño vampiro, su mente se
trasladó a Noviembre del año anterior, a la fiesta de difuntos. De
cómo había bebido en la fiesta universitaria para coger valor y
declarar su amor a Miguel Sánchez, el malagueño que nunca se había
fijado en ella y que de manera educada la rechazó. Acabó haciendo
una orgía en los jardines traseros con varios dráculas, que
estuvieron practicando sexo sin condón con ella que iba vestida de
vampiresa buscona. A la mañana siguiente no recordaba casi nada,
sólo que le dolía el cuerpo y la vergüenza que había pasado al
ser rechazada por su compañero. Al faltar le la primera regla la
achacó a la tensión y el estrés de los exámenes de Diciembre,
pero cuando en Enero no le llegó el período y se hizo la prueba, el
mundo se le vino a los pies. A pesar de que todos le pidieron que
abortase, ella no quiso. Apechugó y decidió afrontar su nueva
situación dando todo el amor que llevaba a su bebé.
La
mañana era calurosa, el autobús a pesar de llevar el aire
acondicionado no lograba mitigar el sofoco que emitía la
aglomeración de gentes, los olores que emitían los pasajeros le
provocaba a María nauseas, que decidió hacer las dos últimas
paradas a pie. De todas formas, la ginecóloga le había recomendado
andar.
Cuando
fue a cruzar la calle, un hombre que la doblaba en edad se le acercó,
vestía con zapatillas de deporte, pantalones vaqueros y camiseta
blanca. María tras la sorpresa inicial, escuchó al hombre mientras
trataba de contener la risa, ya que sus pelos al parecer hacía
tiempo que no veían un peine.
-Perdone
señorita, comenzó el hombre. Me llamo Raúl, y aunque le parezca
extraño, le voy a adivinar el sexo de su bebé. ¡Es un varón!.
María
que todo aquello le parecía divertido, no quiso desilusionar a aquel
visionario de pacotilla.
-Muy
bien ¿Cómo lo ha sabido?, le preguntó de manera socarrona.
-
Es un Don natural que tengo, dijo el extraño, y se marchó de manera
apresurada.
A
María aquello la dejó pensativa, pero pronto pasó de eso para
centrarse en que llegaba tarde a clase, locos había tantos en
aquella ciudad…
Miró
a un lado, al otro y cruzó por el paso de peatones, a doscientos
metros veía a su amiga Carmen esperándola para entrar juntas en
clase. Una furgoneta negra se cruzó en su camino. Paró junto a
ella, se abrió la puerta lateral del vehículo y dos hombres la
empujaron a dentro. Antes de introducirla en el vehículo, le
pusieron un pañuelo impregnado en un fuerte líquido sobre la boca y
nariz que la aturdieron y en segundos todo se fundió en negro.
Carmen
miró su reloj, oteó el horizonte buscando a su amiga, ni rastro de
la rubia. Cogió su móvil y le envió un mensaje diciéndole que
entraba en clase, que si se encontraba bien. Cuando la furgoneta
negra pasó por delante de la puerta de la facultad, Carmen subía
los escalones apresurada para no llegar tarde a clase.
A
María le dolía mucho la cabeza, estaba aturdida, desorientada,
dolorida, a pesar de su lamentable estado supo que estaba desnuda.
Antes de abrir los ojos, los otros sentidos trataron de ubicarla. El
olfato, el más desarrollado durante su embarazo captó un fuerte
olor a incienso. El silencio era absoluto y aunque sus manos y
piernas estaban entumecidas, comprobó que estaba esposada.
Cuando
abrió sus ojos, prefirió no haberlo hecho, frente a ella tres
figuras horribles la observaban. En el centro, lo que parecía un
hombre con una máscara de carnero, una túnica roja que lo cubría
desde el cuello al suelo caía formando unos pliegues rectos hasta el
suelo. A ambos lados de la figura alta, otras dos. Féminas que
dejaban notar tras la translucida tela sus enormes pechos. Mucho más
bajas que la figura central y vestidas con el mismo tipo de paño pero
de color azul. Sin máscaras pero muy maquilladas, tanto que
apenas reflejaban su verdadero rostro. En sus manos sostenían; una
un libro abierto y la otra un cofre del que salía ese fuerte olor a
incienso.
-Por
favor, balbuceó María, no nos hagan daño a mi hija y a mi. Sus
enormes y verdes ojos estaban inyectados en sangre y notaron el
frescor de las lágrimas recorrer sus
mejillas.
Las
tres figuras se miraron y desaparecieron de la habitación. María se
quedó a solas llorando. Estaba en una especie de sótano, unos
ventanales altos dejaban entrar la luz que mal iluminaba la sala
llena de columnas, por detrás de una de ella habían desaparecido
las figuras.
No
sabe cuanto tiempo pudo pasar, pero cuando regresaron ya no venían
solos. El hombre que la había abordado en la calle precedía la
comitiva. Seguía despeinado, pero ahora venía desnudo y con las
manos atadas. Ya no le producía risa el aspecto del hombre, más
bien sintió compasión por el estado que había llegado.
-Rubia,
comenzó a hablar mientras un hilo de sangre corría desde sus
labios, me dijiste que estabas embarazada de un varón.
La
chica no dejaba de mirar al hombre, de la compasión pasó al
desprecio en un instante y con una serenidad que incluso la
sorprendió a ella misma le dijo:
-¡No!,
tú me dijiste que era un varón, y yo por no contrariarte ,ya que me
pareciste un pobre hombre te seguí la corriente. Pero ahora me doy
cuenta que no eres un pobre hombre, eres un hijo de puta y te maldigo
y maldigo el momento que te cruzaste en mi vida. Escupió con
desprecio hacia el desgraciado,
cayendo la saliva a los pies del prisionero.
El
tipo vestido de rojo y cabeza de carnero se situó entre ambos
prisioneros y propinó un fuerte puñetazo en el estómago del
despeinado a la vez que lo llamaba inútil. Una vez en el suelo,
doblado de dolor e inmóvil, le ató las piernas. Mientras hacía
esta operación, las mujeres vestidas de azul se dirigieron hacia
María, quitaron las esposas de pies y manos y comenzaron a
consolarla, a pedir perdón y disculpas mientras acariciaban a la
mujer. María volvió a sentirse aturdida por la situación y no dudó
en beber el tazón con agua que le ofrecía una de las mujeres. La
garganta le quemaba y agradeció aquel fresco líquido que aplacó el
fuego de su gaznate.
Las
mujeres tumbaron a la chica en el suelo, que se dejaba hacer ya que
de nuevo había perdido toda voluntad. Desde allí pudo observar cómo
el carnero cogía una soga y la pasaba por un perno colgado al techo
para luego pasar un nudo por el cuello del reo. Comenzó a tirar y el
despeinado se elevó del suelo con una facilidad impresionante.
María
se arrastró hacia los pies del infeliz, trataba a pesar de todo de
socorrer al hombre que se movía convulsionando ante la falta de
oxígeno en su cuerpo, pero estaba agotada y cerró los ojos para
dormir un poco antes de seguir su misión de salvamento. El veneno
hizo su efecto dejando a la embarazada inerte a los pies del
ahorcado.
El
hombre comenzaba a ponerse rojo, la sangre no circulaba por la
presión que le propinaba la cuerda sobre el cuello. El aire ya no
pasaba a sus pulmones y el pecho comenzó a doler. Poco a poco dejó
de sentir cómo los ojos querían salirse de sus cuencas, su cuerpo
aún convulsionaba en estertores que le trataban de librar de aquella
trampa mortal. Los esfínter se relajaron y la orina comenzó a caer
por su pierna hasta el cuerpo desnudo de la embarazada que yacía a
sus pies.
Capítulo
IV
Heartbreak
Hotel sonaba de fondo, el inspector despertó con un enorme dolor de
cabeza, a duras penas recordaba lo que había pasado. Abrió el cajón
de su mesa de noche y tomó algunas pastillas. Elvis sonaba de manera
machacona, no sabía de dónde venía la música. Seguía con la
misma ropa de la noche anterior. Miró su reloj, las nueve y media de
la mañana. Se levantó de la cama y en la puerta, clavada con una
chincheta una tarjeta.
“Casa
Juan” podía leerse en ella y una dirección. Elvis había dejado
el Hotel y ahora pedía que lo amaran tiernamente. Salió de la
habitación y allí, sentado en su sillón bebiendo una taza de café,
mirando el móvil embelesado desde donde salía la música estaba “el
negro”.
“El
negro” era un hombre enjuto, de poca estatura y con la piel morena,
tanto que podría bien confundirse con un aborigen centroafricano.
Pero su madre, puta de profesión juraba y perjuraba no haber tenido
relación nunca con un hombre de raza negra. A saber “la Mari” a
quien había dejado pasar a sus entrañas.
-¿Qué
haces aquí?, preguntó el detective a la vez que le quitaba el café
y daba un largo sorbo.
-El
pequeño hombre levantó por fin la mirada del celular, y con una voz
impropia a su endeblez, por la gravedad del tono y la seguridad con
la que salía de su boca, le dijo: -Jefe, anoche me llamaron para que
te recogiera y trajera a casa, llevo toda la noche velando tus
sueños.
-¿Y
la inspectora Emilia Gutiérrez?, preguntó recordando por momentos
su estancia en el local de Maurice, “El Paraiso”.
-Estaba
usted solo, jefe. Le respondió el subordinado volviendo a prestar
más atención al terminal que tenía en su mano que a todo lo que le
rodeaba.
-Mierda,
se dijo Espinoza a la vez que buscaba su móvil y llamaba a la
comisaría para que localizaran urgentemente a su compañera.
Quince
minutos más tarde, ya estaba el inspector montado en su ford,
cigarro en boca y aseado. Entre los dedos de la mano que sujetaba el
volante, la tarjeta de “casa Juan”, a la que se dirigía con
premura.
A
las afuera de la ciudad, una venta de carretera con habitaciones,
sobre el tejado y de manera ostentosa un cartel en el que rezaba
“casa Juan”, otrora con iluminación, pero la decadencia que
mostraba el letrero indicaba que aquella casa había tenido mejores
tiempos. Los nuevos cinturones de circunvalación que bordeaban a la
ciudad habían hecho mucho daño a pequeños establecimientos que
fueron descanso de camioneros o viajeros itinerantes.
Bajó
del coche, sus botas de punta pisaban la grava haciendo el
característico sonido del roce de las piedras bajo la presión del
cuero. Era lo único que podía oírse en aquel solitario paraje.
El
portón
principal estaba cerrado,
comenzó
a bordear la estancia y encontró un acceso
lateral. Lanzó el chester al suelo y desenfundó su P226. La puerta
daba acceso directo a una especie de salón, debía de ser el
recibidor
del hotel, un pasillo coronado con un arco del que colgaba un cartel
con números indicaba
las habitaciones. Analizó
rápidamente la situación, estableció mentalmente las prioridades y
comenzó a inspeccionar el local. No tardó en hallar lo que buscaba.
En
una cama encontró a su compañera, atada. Sus brazos al cabecero del
camastro, los tobillos esposados a los pies del catre. Estaba desnuda
y su boca tapada con cinta americana. Jesús quedó petrificado al
ver a su compañera en ese estado. Se acercó a socorrer a la
inspectora cuando la mujer abrió de par en par aquellos enormes ojos
color miel. Jesús le sonrió, y a pesar de tener la voz
aguardentosa, trató de suavizarla otorgando tranquilidad a la mujer,
que lejos de calmarse abría cada vez más y más sus preciosos ojos
y emitía sonidos guturales.
El
reflejo en aquel cristalino color marrón fue lo suficientemente
nítido para que Jesús pudiera esquivar el golpe lateral y mortal,
se tendió sobre el cuerpo desnudo de la mujer y notó el calor que
desprendía. Sin tiempo a deleitarse se giró y descerrajó dos tiros
sobre el tipo que volvía al ataque con el palo de beisbol, ahora de
manera frontal.
Jesus
inspeccionó el cadáver, era un hombre de unos cincuenta años,
pareciera ser de algún país del este, sospecha que confirmó al ver
sus documentos sacados de la cartera. En el registro también
encontró las llaves de las esposas que retenían a la inspectora
Gutiérrez.
-Tranquila
le dijo a la mujer mientras movía entre sus dedos regordetes las
minúsculas llaves simulando un sonajero. -Voy a quitarte este
tapabocas, te dolerá un poco, con un movimiento certero arrancó la
tira pegajosa. Algo sobresalía de los labios de la mujer, Espinoza
comenzó a tirar de la tela y resultó ser el tanga de la mujer. Un
escalofrío recorrió el cuerpo del policía. Aquella joven allí
atada, desnuda y él con el tanga en la mano, caliente y húmedo de
la saliva. Sin pensarlo abrió las esposas que retenían las manos de
la mujer y antes que se pudiera dar cuenta la joven se abalanzó
sobre el cuello del hombre sollozando. Espinoza aguantó estoico
abrazando con una sola mano a la mujer, mientras con la otra se
clavaba los dedos en la pierna para evitar la tentación de
aprovecharse de la desvalida chica. Le entregó las llaves para que
fuera ella misma quien se liberase de las esposas que tenía en sus
tobillos mientras la tapaba con uno de los cobertores que cubría la
cama.
Llamó
a comisaría y en quince minutos una ambulancia estaba atendiendo a
la mujer y un enjambre de uniformados acordonaban el establecimiento
buscando pruebas y liberando a varias mujeres que estaban prisioneras
formando parte de una red de trata de blancas.
Una
hora después Jesús Espinoza estaba en su “oficina”, con un
legendario cola frente a él, su cuerpo estaba en aquel bar, pero su
mente no paraba de recordar a su compañera, vislumbraba aquella
morena, de piel canela atada. Su pequeño cuerpo atlético en reposo,
la piel sin una sola marca, los minúsculos
pechos erguidos, desafiando a la gravedad, una aureola negra algo
mayor que una moneda de dos euros se elevaban hasta ser coronadas con
un pequeño pezón que hacía que la garganta del detective se
secara, Un sorbo al cubata y de nuevo su mente recorría aquel
estómago sin un ápice de grasa curvado hasta un pequeño ombligo,
su mente se recreaba en aquel monte de venus, el pubis recortado en
un rectángulo perfecto, que acababa en unos pequeños labios
vaginales carnosos, la postura de sus piernas entreabiertas dejaban
aflorar un pequeño botón rosa capaz de activar todos los sentidos
de aquella mujer. Sus piernas eran fuertes, deportivas, musculadas y
sus pequeños pies morenos estaban rematados con una laca de uñas
negras que desconcertaba al hombre.
En
la “oficina” estuvo Espinoza hasta que el alcohol aturdió tanto
su mente que logró difuminar aquellas placenteras visiones.
Capítulo
V
Aún
no habían dado las doce de la mañana cuando Espinoza llegó a la
comisaría. Ya había dado cuenta de un café solo y varios
cigarrillos, junto algunas aspirinas para el tremendo dolor de cabeza
que el exceso de la noche anterior le provocaba. Se sorprendió al
ver a su compañera frente al ordenador tecleando sin apenas apartar
la vista del monitor, creía que estaría algunos días de baja,
verla en el trabajo le gustó, además, su mente volvió a recrear el
cuerpo desnudo de la chica, pero un breve pero intenso dolor punzante
en la cabeza le sacó de tan grato recuerdo.
-¿Estás
bien?, preguntó con su voz grave a la compañera, tratando de no
dejar
entrever la
enorme resaca que le acompañaba. La mujer dejó de golpear las
letras del teclado, lo miró con lo que el policía intuyó como una
mirada de desprecio
y siguió tecleando sin contestar a su compañero. Espinoza bordeó
la mesa y por encima del hombro de ella comenzó a leer el informe
que redactaba. Sin mediar palabras desenchufó el ordenador de la
comisaria.
-¿Qué
coño haces?, gritó la mujer con tal virulencia que toda la sala
quedó en silencio mirando a la pareja. Espinoza ni se inmutó, se
inclinó hacia delante apoyando sus brazos en la mesa, adoptando una
postura de poder y sin levantar un ápice su voz dijo:
-Lo
que ocurre en el Paraiso, se queda en el Paraiso.
-¡Y
una mierda!, contestó
la mujer tratando
de contener el
tono de
su voz,
me secuestraron y trataron
de comerciar con mi cuerpo
en una trata de blancas. Masculló
las palabras rezumando
odio y asco.
-A
esa puta o puto de Maurice lo meto entre rejas. Acabó diciendo más
despechada que amenazante.
Espinoza
movía su cabeza negando, luego volvió
a hablar de manera pausada, tranquila, echando
su cuerpo hacia detrás para que la mujer no creyera que su actitud
era amenazante; pero sus palabras fluyeron con la suficiente firmeza
para que no
hubiese error en el entendimiento de lo
que quería transmitir.
-No
vas a hacer una puta mierda, Maurice te ha enseñado quien manda en
la ciudad, y es ella. Si lo hubiera querido, estarías muerta o
haciendo de puta en cualquier sótano. Por su local aparecen jueces,
políticos, periodistas y toda clase de hombres y mujeres que desean
ver cumplidas sus fantasías más abyectas. Y Maurice hace que todas
-”todas” lo dijo despacio, remarcando la amplitud de la palabra y
su enorme significado-, se cumplan. ¿Crees que con ese imperio que
tiene montado es tan torpe de no tener sus espaldas a cubierto?, si
así lo crees, eres más inocente o tonta de lo que aparentas.
Además, Maurice dejó todos los cabos bien atados, y en esta
aventura hemos ganado todos.
La
mujer miró con cara de asombro al inspector, ¿Mira que atreverse a
decir que todos habían ganado, cuando ella no había ganado nada en
absoluto?.
-¿Qué
hemos ganado?, ¿Qué he ganado yo?. Inquirió, esta vez con la voz
igual de tensa pero en un tono cordial.
-Has
ganado muchas cosas, continuó Espinoza con su voz grave que sonaba
envolvente, el tono que salía de las cuerdas vocales de aquel hombre
caían sobre ella y sentía cómo la protegían igual que un edredón
los días de frío. ¿Cómo tener miedo o dudas cuando él andaba
cerca?, llegó a pensar la mujer mientras sus ojos adquirían un tono
de admiración..
-En
primer lugar, has ganado conocer el poder de Maurice, ese
conocimiento te puede salvar la vida o saber, llegado el caso, que no
es de tu propiedad.
-
En
segundo lugar, has ganado el llegar a una ciudad de novata y
desmantelar una de las redes de prostitución mayor del país, cierto
es que esos rumanos debían
haber
tocado, y
mucho,
los huevos o los ovarios o lo que tenga Maurice ahí abajo. Y
eso
nos ha beneficiado. Está
claro que antes de mancharse las manos nos
los ha entregado para dar un escarmiento a quien sabe quien, y
así que sepamos nosotros que le debemos una.
-
Y en tercer lugar, te has ganado mi respeto y admiración. Eso último
no lo esperaba la mujer y notó cómo un rubor le subía a la cara y
una calor extraña embargaba su ser.
-¡Enhorabuena
inspectores!, gritó el jefe de los policías interrumpiendo la
conversación a la vez que hacía un eslalon moviéndose de manera
acelerada entre las mesas mal colocadas por la sala, intentando en un
vano intento, crear oficinas independientes. Debajo de su bigote
rubio parecía salir un atisbo de sonrisa, pero a saber… Al estar
cerca de ambos policías continuó hablando.
-Habéis
descubierto y desmantelado una de las tramas de tratas de blancas
europeas mayor que se conocían, hemos detenido a Igor “carnicero”
Volkov, y todo gracias a ustedes. El tipo estaba ufano, feliz por el
trabajo de sus inspectores.
-¿Cómo
se le ocurrió inspectora infiltrarse en la red y descubrir el
pastel?. Nos ha dejado a todos boquiabiertos por su valor y arrojo
siendo tan joven, los jefes están muy contentos con su trabajo.
Quieren promoverla para recibir algún tipo de medalla. Aún no había
acabado de hablar cuando miró a la cara a Espinoza, el inspector lo
miraba cómo quien observa a un animal hacer una gracia o pirueta. El
jefe se sintió incomodo, cerró su boca y sin despedirse se giró
hacia su despacho.
Los
compañeros cruzaron entonces sus miradas. La mujer había perdido
todo interés por continuar con el informe, sus facciones se habían
relajado y entendía perfectamente que las reglas que durante toda su
vida había seguido en su trabajo no valían. Sonrió de manera
amigable al inspector Espinoza, sabía que junto a ese hombre
aprendería lo suficiente para desenvolverse sola en la jungla
exterior y mientras lo cobijase aquella sombra, estaría
relativamente a salvo.
Jesús
mantenía su rictus impasible, no sonrió, mantuvo la misma expresión
que unos instantes antes habían espantado a su jefe. El tiempo se
detuvo. De pronto, cómo si un resorte lo sacara
de su inmovilidad,
se sacó el paquete de tabacos del bolsillo. Con
un golpe seco en la mesa extrajo un cigarrillo se lo llevó a la boca
y con él entre los labios le dijo a su compañera:
-¡Venga
vamos!, tenemos trabajo, hay una investigación de doble asesinato
pendiente y nadie nos va a resolver este caso.
Hablaba
a la vez que recogía su chaqueta de cuero de encima de la mesa y
emprendía la marcha hacia la salida. Emilia se apresuró a recoger
sus pertenencias, bolso, chaqueta y pistola que guardaba en el cajón
de su mesa de despacho. Corrió tras el hombre que sin ser para nada
su estereotipo masculino comenzaba a horadar todo lo que ella creía
saber sobre la vida, la supervivencia y llegó a preguntarse ¿el
amor?.
Cuando
alcanzó al hombre, este sin ni tan siquiera mirarla volvió a
inquirir;
-¿Vas
en tu coche o en el mío?.
La
mujer no le contestó, Espinoza sonrió para sí mismo y encendió su
cigarrillo.
Capitulo
VI
-¿Vamos
a la oficina?, quiso saber la mujer mientras se abrochaba el cinturón
de seguridad.
Espinoza
estaba absorto en sus pensamientos, trataba de esclarecer el caso que
tenían asignado, pero una imagen recurrente nublaba su
clarividencia, y ese pensamiento no era otro que el del cuerpo
desnudo de su compañera atada en la cama.
Emilia
resignada a obedecer sin preguntar, o al menos, sin recibir
contestación de aquel hombre, más parecido a un cromañon que a un
sapiens, decidió encender la radio del coche. Instintivamente empujó
la cinta del radio casete que sobresalía un poco, tocaba más por
curiosidad que por conocimiento, ya que jamás había usado ese
formato. ¿Cómo es que este hombre aún utilizaba ese tipo de
soporte musical?. Un click analógico hizo que instintivamente
retirase su mano y de pronto comenzó Sabina a sonar, en realidad era
una voz de mujer la que comenzaba la canción, Chavela hablaba por
los altavoces del coche y antes que el jienense pudiera ser escuchado
cantando su “Noche de Bodas”, Jesús apagó la música.
-¿Qué
pasa?, quiso saber la mujer. -No me hablas, no me dejas escuchar
música. -¡Creí que eramos un equipo!. Se quejó apartando la vista
del conductor y perdiendo su mirada en la carretera.
-No
es momento de escuchar esta canción, habló por primera vez el
inspector.
A
Emilia se le activó una alarma. ¿Un punto débil en su compañero?,
¿Qué tenía que esconder con esa canción?, al parecer le hacía
daño. ¿Existía un lado sensible en aquel hombre que parecía
inquebrantable?.
-¡Perdón!,
dijo casi sin darse cuenta mientras todas esas preguntas se le
agolpaban en su cabeza.
Sonrió
Espinoza con una mueca de su cara, pareciera que le leyese la mente,
-Seguro
que no has comido nada en horas, se aventuró a decir el hombre.
Conozco un pequeño bar por aquí que nos harán unos bocadillos de
tortilla que harán que veamos el mundo de otra manera.
-¡Buenas!,
saludó de manera educada pero lacónica el inspector a la vez que
abría la puerta de cristal del establecimiento y daba paso a su
compañera de manera cortés. Al acceder al local la inspectora, se
escuchó desde la barra.
-
¡Buenas tardes inspectora!, ¿Lo de siempre?.
-Buenas
tardes Manuel, no, hoy vengo acompañada, nos pones dos bocatas de
tortilla, una cerveza y una botella de agua. Dijo la mujer mientras
cruzaba el local y se apostaba en una mesa, sentándose mirando hacia
la puerta. Espinoza estaba
desconcertado, por primera vez se veía desplazado en un ambiente que
dominaba a la perfección desde los dieciséis años. ¡Los Bares!.
Se sentó junto a la compañera, odiaba sentarse de espaldas a las
puertas de los bares y el menor de los males era estar de perfil.
-Parece
que no soy el único habitual de este tipo de antros, dijo a la vez
que sacaba un cigarrillo del paquete y comenzaba a juguetear con él
entre los dedos.
-Perdone
Señor, en el local no se puede fumar. Interrumpió Manuel a la vez
que dejaba en la mesa una cerveza y una botella de agua con un vaso
mirando a los ojos al inspector, queriendo infringir en su mirada una
pose autoritaria, que quedó desarmada cuando se cruzó con la fría,
dura y áspera mirada de Espinoza. La mujer que estaba pendiente se
dio cuenta y trató de tranquilizar al hombre.
-No
te preocupes Manuel, es compañero y sabe que no se puede ni se debe
fumar en los locales. El hombre se retiró aliviado por las palabras
de su clienta habitual.
Espinoza
tenía razón en su deducción, su compañera se zampó el bocadillo
en cuatro enormes bocados, un hilo de mayonesa quedó en la comisura
de los labios de la mujer, e instintivamente el hombre le limpió los
restos con su dedo índice y se lo llevó a su boca. A la mujer le
recorrió un escalofrío por su columna. ¿A qué ha venido eso?,
pensó. Cogió la servilleta y se limpió. Sin tiempo a más
reacciones, se bebió el agua, no se atrevía a cruzar la mirada con
el hombre que comía despacio su bocadillo, No
sabía cómo tomarse
lo que le
acababa
de hacer.
¿Y
ahora qué?, se atrevió a romper el silencio, planteando una
situación que bien podría llevar a equívoco. Tal y cómo iba
diciendo la frase notaba cómo un calor le encendía las mejillas, no
fuera aquel hombre a mal interpretar sus palabras.
-Ahora
nada, zanjó Espinoza, necesitamos descansar para tener la mente
lúcida y desenredar este entuerto. La mujer se mantuvo en silencio,
observando cómo aquel hombre maduro daba pequeños bocados a su
bocadillo y bebía cervezas, una tras otras.
Apenas
estuvieron veinte minutos en el bar, salieron dirección al coche y
al estar cerca del auto, Espinoza rompió el silencio.
-¡Sube!,
te llevo a casa.
-Vivó
ahí, dijo la mujer moviendo su cabeza y señalando el portal de un
edificio que estaba frente al coche. -Te invito a un café. Se
sorprendió la mujer al escuchar sus propias palabras.
Espinoza
la miró de arriba abajo, sabía que ella no tomaba café y que no
era una de las mejores ideas pero ¡Qué diablos!, a ver hasta dónde
llegaba aquella mosquita muerta.
El
ascensor se abrió en la tercera planta, las lenguas estaban
entremezcladas, ella notaba el sabor áspero de los cigarrillos y la
cerveza, él el dulzor del pan y la tortilla. No se separaban y tan
sólo prestaron atención a lo que les rodeaba cuando la puerta
volvía a cerrarse. Espinoza la detuvo con el pie. Pareció la señal
para despegarse, ella buscó rápidamente las llaves en su bolso y él
la siguió pasando su mano por la pequeña cintura y notando los
músculos de su abdomen.
Traspasaron
el umbral fundidos en un nuevo beso, pero ahora las manos se afanaban
en desnudar a su oponente, los dedos gordos de Espinoza se movían
lentos y torpes, tratando de desabrochar la camisa de la mujer, que
en un ímpetu ardiente, empujó al hombre contra la pared apartándola
de ella, con un movimiento violento arrancó todos los botones de su
camisa dejando al aire unos pequeños pechos acabados en una negra
aureola rematada con un pequeño pezón oscuro. Jesús no se pudo
reprimir y se lanzó a saborear aquella trufa negra que se ofrecía
ante él. La mujer se retorcía de placer al notar lo cálidos y
húmedos labios del hombre succionando, mordiendo, pellizcando con
los dientes y labios su pezón, dando a entender al inspector que
acababa de encontrar una de las zonas erógenas de ella. La chica
saltó sobre el hombre que sin soltarla devoraba con ansias su
cuello, su boca, sus pechos. El ímpetu que demostraba venía
espoleado por tantas horas de ensueño recordando el cuerpo desnudo
atado a la cama. Tal y cómo se había subido, se bajó, y comenzó a
correr por el estrecho pasillo, mirando al hombre, sonriendo y
despojándose de toda ropa. Cuando Espinoza llegó a la habitación,
encontró a su compañera de pie, desnuda y se dejó hacer. La joven
le quitó la camisa, desabrochó pantalones y bajó calzoncillos, en
la misma cara de la chica la verga saltó como un resorte,
-¡Vaya!...dijo la mujer contemplando al hombre y sobre todo su
miembro viril. -¿Y esto?, preguntó con malicia.
Espinoza
versado en mil batallas, le respondió: -Esto adquiere el tamaño que
le proporciona quien sepa usarla.
La
chica no lo dudó, y con una sonrisa se introdujo el falo en su boca.
Espinoza notaba la calidez y
humedad del
aliento
alrededor de su miembro, agarraba de la cabeza a la chica que
acompasaba el movimiento a la mano del hombre. Poco le duró la
alegría al inspector, con lo tranquila que parecía Emilia, en el
sexo era todo un torbellino, lo quería todo y para ¡ya!. Se
separó del hombre dejando su pene lleno de saliva.
Jesús la cogió de la muñeca, ella lo miró desconcertada y de
un empujón, la
chica menuda
cayó de espaldas sobre la cama, comenzó a reí por la sorpresa
inicial, pero de la risa pasó en segundos a gemidos de placer al
notar cómo su compañero se dedicaba a comerle el coño. Su barba de
varios días le producía dolor y gusto
en la entrepierna, la lengua humedecía el clítoris a la vez que
jugaba con él, haciendo que su cuerpo sufriera
espasmos de placer, un grito sonó en la habitación al notar cómo
dos de los dedos gruesos de Jesús se introducían en ella tocando su
punto G. Chorreaba cómo hacía tiempo que no lo hacía. Antes de
darse cuenta notó el cuerpo de su compañero sobre ella penetrándola
suavemente, adquiriendo cada vez un ritmo más intenso. Una nueva
oleada de placer le recorrió la espina dorsal. De
un movimiento la giró y la puso a cuatro patas, la imagen de aquel
culo bamboleándose a cada embestida volvía loco al hombre, que
agarrado a los pelos de la mujer a forma de crines de yegua lo
estaban llevando al orgasmo. Espinoza,
sin saber si ella tomaba anticonceptivos, y
en un momento de lucidez
prefirió no arriesgar sacando su pene y eyaculando sobre la
espalda de aquella diosa morena que le acababa de llevar al paraíso.
Fue
en ese mismo instante, al sentirse en el “paraíso” cuando se dio
cuenta.
Capítulo
VII
Casi
sin darse cuenta, con las piernas aún temblando, Emilia se vio
sentada en
el coche junto
al hombre que le acababa de propiciar varios orgasmos. Iban de nuevo
al Paraíso, pero ese lúgubre antro no merecía tan precioso
nombre. ¡Cuán
equivocada se hallaba el momento
que le pareció maravilloso!
Jesús
miraba atento la carretera, había mucho tráfico y debía estar
centrado en lo que hacía, la velocidad y con su manera de conducir
tan temeraria
necesitaba tener todos los
sentidos alerta.
La
inspectora observó
como las
rudas manos del
hombre agarraban
con firmeza el volante, su
mente la
volvió a llevar
horas antes; su cuerpo se estremeció al recordar lo que sintió en
el ascensor cuando
esas manos agarraron
su culo y la elevaron
hasta quedar encajadas las pelvis de
los amantes;
sus piernas se asieron al hombre
mientras sus
bocas
con sabor a cerveza, tortilla y tabaco se fundían
en un apasionado beso,
las lenguas comenzaron
un baile rítmico que prometía más
acción en otras zonas del cuerpo, esto
hizo que el hombre endureciera su miembro viril y la mujer comenzara
a mojar el tanga que se le había encajado entre los labios de su
vulva al adoptar tan inusual postura.
El
sonido del claxon junto a un giro brusco e inesperado
del vehículo debido a un volantazo
la devolvieron a la realidad, sacándola de su ensoñación. Un
coche se
incorporó
sin
indicar la maniobra desde
la calzada
y casi lo embisten
los
policías,
sólo por la pericia del inspector al volante pudo evitar el
accidente. Miró el
perfil del
hombre,
serio,
hierático,
concentrado. De
nuevo su mente la transportó
al pasado, esta vez al
portal de su edificio, cuando esperaban que llegase el ascensor. El
cosquilleo entre las piernas volvió
a calentar su vulva,
se
humedeció al igual cómo lo hizo cuando
miró a Jesús
a los ojos en
su edificio,
recreó sentada en el auto la tensión de su cuerpo, cómo el olor a
colonia masculina le devolvía
a ese momento en el que sin pensarlo besó en los labios a Espinosa.
Luego,
las cosas fueron sucediéndose una tras otra, sin tiempo a calcular
las consecuencias.
Él
la correspondió agarrando con fuerza su cintura y arrastrándola
hasta su espacio, en ese momento se dejó llevar, su cuerpo ya no era
suyo, no le pertenecía, aquel hombre la poseería porque ella había
dejado que todo su ser
se rindiera al placer.
Espinoza
aparcó en el mismo lugar que lo había dejado estacionado días
antes.
-¡Vamos!,
le dijo con su voz aguardentosa a la vez que se apeaba del coche y
encendía un cigarrillo. La potente voz masculina la sacó de
nuevamente de sus eróticos sueños y se apresuró a bajar del ford,
no sin antes mirar de soslayo el asiento por si sus ardientes
pensamientos habían dejado huella en la tapicería. Cerró la puerta
y cruzó la carretera trotando hasta alcanzar al hombre que ya se
adentraba en aquel callejón lúgubre.
El
lugar
ya no
le pareció tan tétrico, ni la llegada al Paraíso tan maravillosa.
Tras proceder a la entrega de armas a aquel hombretón de la puerta,
notó cómo una sonrisa malévola se dibujaba en el rostro del
portero, Cuando la enorme mano rozó la suya al depositar la pistola,
un escalofríos le estremeció el cuerpo, en
ese momento supo
que aquel tipo era quien la había transportado hasta el puti-club de
carretera y desnudado. Sintió
un enorme asco por aquel ser vestido de blanco inmaculado que
de buen seguro habría abusado de ella mientras estuvo inconsciente.
El
local tampoco
le pareció
ni tan grande ni tan decadente,
iba reconociendo puertas y pasillos, los personajes que pululaban
entre ellos sólo eran meros figurantes de aquel antro que parecía
tener vida por sí solo.
No
tardaron en llegar a la habitación de los monitores, la sorprendió
de nuevo ver al alcalde en una de las pantallas, -¿Pero este hombre
nunca está en el Ayuntamiento? pensó. Normal que la ciudad se
descomponga-. Esta vez estaba vestido con ropa de colegiala, ver
aquel señor mayor vestido de muchacha, con una camisa blanca tres
tallas más pequeña, abrochada sólo en su parte intermedia. Dejando
escapar por los faldones de abajo una prominente barriga peluda y por
la parte alta del pecho se desparramaban
descontroladas matas de pelo canoso en abundancia, todo el que le
faltaba en su cabeza se le
desperdigaba
por el pecho, hombros,
espalda y barriga al
edil. Una falda tableada era toda vestimenta que poseía en su parte
inferior, dejando al aire unas canillas que más que piernas parecían
patas de pollo, amarillentas y llenas de varices. La mujer no miraba
con descaro, tratando que esta vez no se dieran cuenta que observaba
de soslayo. Cuando aquel representante de la ciudad se puso a cuatro
patas y levantó la faldita para dejar ver un caído y arrugado culo
blanco, la mujer deseó que alguien se hubiera puesto entre sus ojos
y la imagen, pero nadie vino al rescate y pudo ver cómo un gigante
de color negro que de buen seguro padecía macrofalosomía se dirigía
hacia el calvo con cara de lividinoso y le penetraba el ano peludo
con su gran falo provocando
en el regidor de la ciudad un empalamiento digno del conde Vlad III
de Valaquia.
La
mano de Jesús sobre su hombro la devolvió a la realidad, accedieron
al despacho de Maurice, que esta vez había cambiado su enorme mesa
por una chaise longe de color rosa fucsia.
Con
total naturalidad aquel híbrido esnifaba cocaína recostada en el
sofá, mientras su querido Josué sostenía un cristal con la droga a
la altura de la nariz de quien mandaba realmente en toda la ciudad.
-¿De
nuevo en mi casa inspector?, dijo sin ni tan siquiera mirar a la
pareja e ignorando completamente a la mujer.
Jesús
no habló, se limitó a tocar las palmas de modo pausado, aplaudiendo
algo que a Emilia se le escapaba totalmente.
-Estamos
en paz señor Espinoza, espero que la próxima vez que nos veamos sea
en el funeral de alguno de nosotros o algún ser querido. Sentenció
Maurice girándose en el sofá hasta quedar boca arriba con sus
rodilla flexionadas, dejando que la bata verde manzana se abriera en
sus partes de manera abrupta enseñando su entrepierna totalmente
depilada, de la que colgaba un pequeño falo sin testículos. Aquella
visión dejó conmocionada a la mujer.
-¡Vamos!,
dijo Jesús a la vez que cogía a su compañera del brazo y la
arrastraba a la calle.
-¿Qué
ha pasado?, quiso saber la mujer.
Espinoza
encendió un cigarrillo de manera pausada, arrancó el coche, metió
primera y comenzó a circular. Emilia sabía del proceder de su
compañero, tenía consciencia de la dificultad que tenía aquel
hombre de dar explicaciones y la necesidad de tener tiempo, un
cigarrillo, paz y un volante entre sus manos para sentirse seguro y
poder expresarse de manera correcta. Aquella mujer había realizado
la pregunta, sabía que sería contestada y esperó pacientemente.
Al
tercer cigarrillo y casi diez minutos después de haber formulado la
pregunta, Espinoza comenzó a relatar:
-
Hace años salvé a Maurice de un secuestro, estuvo agradecida mucho
tiempo porque se sentía en la obligación de devolverme el favor, y
acaba de saldar su deuda. Aspiró profundamente una calada de su
cigarrillo. Expulsó el humo y continuó hablando.
-
Ha sido lista, muy lista, ha matado dos pájaros de un tiro. Por un
lado se ha quitado la competencia de encima, quienes te raptaron y
quisieron traficar contigo son una banda del Este que hacían
peligrar el negocio de Maurice, al yo encontrarte y desarticular la
banda y detener y eliminar a los proxenetas, no tuvo que hacerlo
ella, limpio y eficaz.
-Pero,
protestó la mujer, -¡Fue ella quien nos drogó y entregó a la banda
rival, no le debes una mierda y ella te debe su vida!.
Espinoza
sonrió, miró con condescendencia a su amante y le dijo, -nos ha
resuelto el caso del asesinato.
-¿Cómo?,
quiso saber la mujer. -¿Esos proxenetas fueron los asesinos de la
chica embarazada y del hombre?.
Espinoza
dio una última calada a su cigarrillo, soltó el aire con un suspiro
a la vez que apagaba la colilla en el cenicero abarrotado del coche y
tras un lacónico -¡No!. Se dirigió a “la oficina”.
Capitulo
VIII
El
diputado Suner salía del hemiciclo cuando recibió un mensaje en su
móvil, del contacto <gata>: “ Luna llena; tres días para
cerrar el ciclo; todo preparado; a las 18:00 h planetario” pudo
leer.
Salió del congreso, miró su reloj y todavía no eran ni las dos,
tenía cuatro horas por delante que llenar, se dirigió hacia uno de
los bares que estaban cercanos al edificio y se sentó en la barra a
tomar algunas cervezas acompañadas de tapas mientras trataba de
ordenar todos los planes futuros en su cabeza.
Terminó
su café antes de que dieran las cinco, volvió
a mirar
su reloj y
le contrarió lo lenta que pasaban las horas,
pagó la cuenta y encaminó sus pasos hacia el Congreso, frente al
mismo había una tienda de magia de
nombre “planetario”
y decidió entrar, una pareja extranjera se debatía entre comprar
una baraja de cartas de Tarot Egipcio y otra de Tarot Gitano, el
encargado de la tienda trataba de explicarle las diferencias en un
tosco inglés.
Suner
se perdió por los pasillos del establecimiento ojeando libros y
objetos todos relacionados con la magia, se desentendió por un
momento de los clientes y del dueño del local y
se concentró en descifrar objetos extraños con nombres esotéricos.
-¡Llegas
una hora antes!, le sorprendió una voz muy desagradable pegada a su
oído, no se giró, continuó mirando el objeto con forma de bruja
que tenía en su mano y replicó en voz muy baja :
-
Luna llena.
Se
hizo un silencio que se le hizo eterno al político, de pronto
escuchó: -Tres días para cerrar el ciclo.
Respiró, se giró y siguió al portador de aquella horrible voz que
resultó ser una mujer bastante obesa.
Pasaron
por delante del dependiente, que de manera muy
convincente pareciera que los
ignoraba a postas.
Los
clientes ya se habían ido y
la mujer obesa y el diputado
accedieron
a la zona de
detrás del mostrador y se perdieron a
través de una gruesa y oscura cortina hacia
la trastienda. El político, antes
de desaparecer por la oscura tela
volvió a echar un ojo a aquel tipo que los había ignorado de manera
exagerada y comprobó
atónito
cómo el
hombre seguía
en sus quehaceres sin prestar atención a quienes habían violado la
intimidad de su espacio.
La
trastienda era oscura y desordenada, llena de estanterías con
cientos de objetos de magia y esoterismo. Al fondo, en una esquina,
una pequeña puerta daba acceso a una escalera de caracol, comenzaron
a descender por aquel tubo oscuro, iluminado por pequeñas luces led
situadas en los escalones, le sorprendió al hombre tanta modernidad
en aquel espacio tan anticuado que además desprendía un fuerte olor
a humedad y a rancio.
El
tiempo que transcurrió entre el acceso a la trastienda hasta llegar
a una habitación amueblada con un banco de los que existen en los
vestuarios, colocado en el centro de la estancia frente a una
taquilla de metal, transcurrió en un total silencio. La mujer
extrajo una llave de uno de los bolsillos de una especie de delantal
que llevaba y con ella, abrió la puerta del armario metálico
dejando ver todo su interior, el cual estaba distribuido en dos
espacios. En el hueco más pequeño que era el superior y sobre una
balda, una máscara de carnero saludaba con la oquedad ocular y
hocico hacia el visitante que abriese la puerta. Bajo ella, la túnica
roja colgada en una percha, ya, en el suelo, las zapatillas rojas
acabadas en borlones dorados que completaban la indumentaria del
sacerdote. Una sonrisa interna embriagó al hombre, que comenzó a
desnudarse de manera pausada.
Al
terminar de vestirse tocó una pequeña campanilla que estaba al
fondo de la taquilla, tres movimientos firmes de su muñeca hicieron
que el badajo golpease el metal de forma seca y cortante. Aún
vibraba el sonido metálico en el aire de la estancia cuando la
puerta se abrió, una de las vestales apareció con su toga azul
transparente, todavía no ocultaba su bello rostro bajo el recargado
maquillaje que lucía en las ceremonias, su cara era fina, de
profundos ojos azules y con una melena rubia ondulada que descansaba
sobre los
firmes
hombros. Joven
de belleza griega que sin mostrar emoción alguna en su rostro
accedió al vestuario portando
una bandeja de plata en la que descansaba un cáliz de oro adornado
con piedras preciosas, lleno de vino tinto. El político observo a la
joven, se regodeó observando los enormes pechos que movían la tela
de manera soez, sus aureolas oscuras acabadas en un pezón de tamaño
considerable captaron toda la atención del hombre, que sólo logró
salir del trance en el que había entrado cuando la chica
se giró para irse y perdió de vista aquellas joviales tetas.
Bebió
despacio el vino de la copa, sintiendo el calor que le proporcionaba
el líquido elemento al bajar por su esófago. Casi
una hora después, un
fuerte olor a incienso le advirtió que la sesión debía comenzar.
Se
ajustó en el cinturón la daga preparada para la ceremonia, se
colocó
la
máscara de carnero y observó su
figura, gustándose
durante
algunos
segundos
y
alimentando su ego con el reflejo que le ofrecía
el espejo.
En
la puerta ya esperaban ataviadas con sus túnicas azules de gasa
transparente las dos vestales, la rubia de ojos azules portaba el
incienso, a su lado, de figura muy parecida pero morena, otra bella
joven que
portaba
el libro de los muertos, sus maquillajes exagerados las mantenían
bellas pero irreconocibles. Se colocó delante de las
chicas
y comenzó a caminar lentamente por el pasillo hacia una gran sala.
Al
fondo, atada por
los
pies al suelo y por
las manos
a una argolla que colgaba del techo, una mujer embarazada y desnuda
trataba de soltarse con movimientos ondulantes de su cuerpo. La boca
abierta pero tapada con un pañuelo evitaba que sus gritos y
quejas fueran
potentes e
inteligibles.
A través de la máscara veía a duras penas a la joven en
la distancia,
no fue hasta estar bien cerca de ella cuando reconoció a la víctima,
un escalofríos le recorrió la espina dorsal y un nudo se alojó en
la garganta.
Suner
trató de recuperar la compostura, si ella era la elegida, nada ni
nadie podría evitar el trágico desenlace, en su mente, cientos de
recuerdos se agolpaban tratando de evitar lo que el destino tenía
preparado para ella.
Así,
se vio sentado en el porche de la casa de los padres de la joven, un
alto cargo del partido. Y
cómo la chica se aupaba
por
sus
rodillas
y le daba un beso al “Tito Suner”, antes de correr con su
minúsculo cuerpo hasta la piscina.
La
visualizó graduándose
en Derecho, y cómo su padre orgulloso y con lágrimas en las
pupilas
miraba feliz
a
los ojos del
portador del puñal que recitaba ahora en aquel sótano las palabras
que figuraban en el libro de los muertos, para
acabar con la vida de la hija y el nieto no
nacido.
Recordó
el día que la
hija de su amigo se
casó de blanco inmaculado con el hijo de uno de los empresarios más
rico del país y en su mente se cruzaban
la sonrisa de aquella preciosa novia feliz
con
la de la
asustada embarazada con la
boca amordazada y que estaba a punto de entregar su vida para
satisfacer los deseos del
maestro Azazet.
Aunque
trataba de eliminar aquellas visiones de su mente, le
vino el aroma del puro que le ofreció el henchido
abuelo del
gozo al comunicar a su amigo la buena nueva y que de un varón se
trataba, el primogénito de la nueva descendencia aseguraba
ufano.
Suner
sudaba bajo la máscara,
a
pesar de que su
ropa
era de seda y liviana, y no llevar más vestimenta
que esa tela, transpiraba
tanto que sentía como la túnica
se le pegaba a la espalda de manera desagradable. Se situó frente a
la rea, observó de nuevo a la hija de su amigo y
sus lágrimas corriendo por las mejillas buscando
una compasión que no iba a llegar.
Levantó
el puñal con ambas manos y comenzó la última oración aprendida de
memoria
de tanto repetirla esperando aquel
momento.
“
Deus
Mali, tibi offero hanc gravidam puellam et eius nondum natum, ut
reincarnari possis sicut illi. Azazet, mortem suam tibi do pro vita
tua”
*”Dios
del mal, te ofrezco a esta joven embarazada y su hijo no nato para
que en él te reencarnes. Azazet, te entrego su muerte para tu vida”.
En
el momento que se hizo el silencio y sus brazos se disponían a bajar
con fuerza sobre su victima se pudo oir en la sala.
-¡ALTO!.
Capítulo
IX
-
Borja
cariño, a las doce tengo revisión con el ginecólogo, cuando salga
te recojo y almorzamos junto, ¿te apetece?. Le dijo una joven mujer
embarazada de unos ocho meses a su marido mientras le servía un
café.
-
¡Claro amor!, respondió el hombre mientras untaba mantequilla a la
tostada, -Isabel cariño, continuó con la boca llena del primer
bocado, -Vete pensando en contratar a alguien que te ayude en casa,
no quiero que lo lleves todo tu sola, tenemos dinero para vivir en un
palacio con todo el servicio necesario.
-Ya
sabes, comenzó a hablar la joven mientras se servía café, que me
gusta la intimidad y me relaja hacer las labores de casa, cocinar y
cuidar del bebé cuando llegue, además este chalet no es muy grande
y ensuciamos poco, con el jardinero nos vale.
El
marido sabía de la tozudez de su esposa, y no quería contrariar a
la mujer de su vida, la besó en los labios y en la barriga,
marchando raudo al trabajo.
La
chica recogió la cocina y subió al dormitorio a ducharse, observó
en el enorme espejo del vestidor que ocupaba toda una pared los
cambios que el embarazo estaba produciendo en su cuerpo, así al
observar detenidamente los enormes pechos y cómo sus aureolas se
habían oscurecido un poco notó algunos pelos negros salir de ella,
le sorprendió el color de aquellos vellos, ya que su cabellera era
totalmente rubia y su piel blanca. Cogió unas pinzas y se los quitó,
le gustaba cuidarse, estaba totalmente depilada y su barriga era un
cambio que aceptaba con agrado aunque no había engordado ni un gramo
más de lo que el doctor le había recomendado.
-
Vamos Borjita, le dijo al pequeño que se movía en su interior, a la
ducha que se nos hace tarde.
Media
hora después cogía su BMW y se despedía del jardinero amablemente
mientras ponía rumbo a la clínica privada de su ginecólogo. Lo que
no sabía ella es que nunca llegaría a esa consulta, dos esquinas
antes de llegar al centro la calle estaba cortada, una furgoneta se
situó detrás y la dejó encerrada, no podía creer su mala suerte,
se bajó a pedir explicaciones y cuando se quiso dar cuenta estaba
siendo raptada en plena calle. Unos tipos la introdujeron de manera
rauda en la furgoneta a la que se había acercado para pedir que
diese marcha atrás. Uno de los hombres que la habían metido en el
furgón le arrebató las llaves de su automóvil y se montó en él.
Los obreros desaparecieron, la calle se abrió y todo continuó con
total normalidad.
-¡pipipipipipipipi!,
“Centro médico”, Borja pudo leer por tercera vez en la pantalla
que le llamaba con insistencia, recordó entonces que su mujer tenía
cita con el doctor y se le encendió las alarmas ya que a su chica le
podrían haber detectado algo anómalo. Se disculpó de los presentes
en la reunión abandonando la sala para descolgar el auricular.
La
cara del hombre fue tornándose de preocupado a extrañado mientras
permanecía callado escuchando lo que le decían al otro lado del
auricular. Cuando colgó, marcó el número de Isabel, insistió
tanto cómo le habían dicho desde el centro médico que habían
también ellos hecho, pero era cierto que nadie respondía. Pensó
que podría haberle pasado algo en la ducha, así que llamó al
jardinero quien le confirmó que su esposa había salido de la casa
hacía más de dos horas y que aún no había regresado.
¿Un
accidente?, se habrían puesto en contacto con él, ¿no?. Sus manos
comenzaban a sudar, se le iban acabando las posibilidades
tranquilizadoras de dónde estarían su mujer y su futuro hijo,
deseaba que nada malo les hubiera podido pasar. Tan preocupado se
hallaba que no dudó en marcar el número del único hombre que
sabría qué hacer.
-¿Papá?.
Isabel ha desaparecido, temo que la hayan raptado.
Miguel
Mercado, un octogenario hombre de negocios no se iba a andar con
paños caliente, acudió a su propia agencia de protección,
ignorando toda ayuda policial. Los profesionales mercenarios
comenzaron a hackear todas las cámaras que hubieran podido seguir
los pasos de la víctima y en caso de haber sido raptada, la
ubicación de sus raptores.
-Hola
Tomás, saludó “el negro” con su voz áspera al entrar en la
oficina. Pon un coñac y se lo cargas al jefe, dijo señalando al
inspector Espinoza que fuma un cigarrillo mientras bebía una cerveza
en su mesa miraba al recién entrado en silencio.
-¿Qué
te trae por aquí?, le preguntó Jesús cuando el camarero ya había
dejado la copa de coñac frente al recién llegado.
-Una
noticia gorda, dijo el hombrecillo, y no sólo por el volumen de
ella, sino por lo que es.
Jesús,
cansado y sin la paciencia que le caracterizaba tener con ese
individuo, le espetó un -”venga escupe”.
Y
un gargajo se escapó de la pequeña boca del hombre al suelo. Encaró
a Espinoza y sonrió de manera desafiante. Jesús bebió tras haber
dado una profunda calada a su cigarrillo, lo apagó en el cenicero,
todo esto sin apartar la vista y esperando que el “hijo de Mari”
le contase a lo que había venido. Antes de haber soltado el humo
tras el trago, “el negro” volvió a hablar.
-
Han secuestrado a otra preñada, soltó a bote pronto.
Captó
toda la atención del inspector, que respondió: -No tenemos
constancia de denuncia.
-
Ni la tendréis, le respondió su interlocutor a la vez que vaciaba
la copa de un solo trago y levantaba el pequeño brazo demandando la
atención del camarero girándose en la silla para obtener contacto
visual y saber que Tomás había captado su demanda. Una vez que vio
como el hombre cogía la botella de coñac, encaró de nuevo a su
amigo.
-
Han secuestrado a la nuera embarazada de M.M., Espinoza puso cara de
no entender nada, el pequeño hombre esperó a que Tomás rellenara
la copa y se alejara, -Miguel Mercader, el empresario. Apostilló, ya
sólo con el nombre cualquier ciudadano del país sabría de quien se
hablaba, pero el hombrecillo no quiso que el inspector tuviese más
dudas. - Y ha contratado a su propio equipo para que la liberen.
Acabó dando así toda la información que había venido a dar, vació la copa con de nuevo con un solo sorbo, se bajó de la silla y marchó
despidiéndose del Barman.
Estaba
aterrada, siempre había oído decir a su marido de la necesidad de
tener guardaespaldas y ella como de costumbre se había reído de él,
rechazando toda protección, pero ahora se arrepentía tanto de no
tener quien le defendiera de aquellos hombres, que temblaba de manera
espasmódica. Las manos atadas a unas argollas que colgaban del techo
la hacían daño, los dedos entumecidos debido a lo apretado que
estaban los nudos de sus muñecas, apenas los sentía. Sus piernas las mantenía abiertas y también atadas por los tobillos, pero las ligaduras no estaban hechas tan fuertes como la de las manos. Le
costaba respirar, su boca adormecida dolía, tardó un tiempo en
tomar conciencia de su situación, desnuda, atada de pies y manos con la boca
amordazada. El silencio era sepulcral, pareciera estar sola
en aquel calabozo. Un fuerte olor a incienso inundaba la estancia, de
pronto unas figuras hicieron acto de presencia, se puso nerviosa y
casi sin fuerzas trató de liberarse de sus cadenas.
Un
loco disfrazado con una túnica roja y una careta de cabra la
observaba, sintió miedo, dos mujeres de azul le acompañaban, quiso
suplicar pero no podía.
Se
orinó encima cuando un cuchillo en las manos del loco se situó
frente a ella, las lágrimas también corrían por sus mejillas,
cerró los ojos cuando presintió que aquella mala bestia iba a
acabar con su vida y la de su hijo, pero un grito la sobresaltó.
-
¡ALTO!, gritaron desde la puerta.
-¡ALTO A LA POLICÍA!, volvieron a dar un segundo aviso.
El
sacerdote, lejos de amedrentarse ante aquel aviso policial dejó caer
sus brazos hacia el pecho de la joven embarazada, tenía la
obligación de entregarle al Diablo las vidas de aquellos reos en
sacrificio para que volviese a adoptar forma humana.
¡Bang!,
¡Bang!, ¡Bang!. Tres tiros retumbaron en el sótano, una de las
balas destrozó la columna vertebral del político disfrazado de rojo
haciendo que el cuchillo se le soltase de sus manos y no llegase a
cumplir su objetivo. El hombre cayó muerto a los pies de la mujer,
la máscara despedida y dejando ver el rostro del asesino.
Capítulo
X
Espinoza
había acabado con la vida del político, los compañeros no tardaron
en llegar y detener a todas las personas que se encontraban en la
tienda y sus sótanos. Emilia descolgaba con mucho cuidado a la mujer
embarazada y la consolaba mientras esta aterrada no dejaba de mirar
la cara del cadáver y repetir entre sollozos
-¡No
puede ser!, ¡No puede ser!.
El
inspector se sentó en la escalera, encendió un cigarrillo y dejó
que el tiempo pasara mientras los agentes iban haciendo su trabajo.
El tiempo pareciera pasar a toda velocidad a su alrededor mientras él
se movía a ritmo normal, o quizás fuera al revés, y él estuviese
ralentizado mientras a su alrededor todo transcurriese con
normalidad.
Lo
que bien es cierto, es que cuando acabó su cigarrillo, los del Samur
ya se habían llevado a la chica, la científica tapado el cadáver y
comenzado a tomar muestras y a su lado sentada en silencio estaba su
compañera.
-¡Vamos!,
ordenó el inspector a su igual mientras se ponía en pie y apagaba
la colilla con la puntera del zapato. Al levantar la vista, se topó
de bruces con el comisario que bajaba con su habitual cara de
despiste.
-¡Vaya!,
Gutiérrez y Espinoza, ¿Se puede saber qué ha pasado aquí?,
preguntó con los brazos en jarra cómo si de un padre enfadado
reprendiendo a sus traviesos hijos se tratara.
Espinoza
pasó por su lado ignorando la pose del jefe y sin mirarlo a la cara
espetó un
-Léalo mañana en el informe.
El
ocaso daba a la ciudad un aspecto triste, apagado. Las luces de las
farolas aún no habían sido prendidas, el habitual ruido del tráfico
estaba mitigado en la cabeza del policía, en la que aún retumbaban
los disparos. Montaron en el ford escort del 92´y Jesús
puso rumbo al lugar dónde más cómodo se sentía. Emilia permanecía
callada a su vera, observando a aquel cincuentón que la había
llevado “al paraíso”, no habían pasado más de diez días desde
que se sentó por primera vez en aquel coche y ya notaba el peso de
la experiencia en sus espaldas, ¿Cuál
no sería la carga que
sentiría su compañero después de tantos años?.
Llegaron
en silencio a “la oficina”, en el camino hacia la mesa Jesús
gruñó tras oír el saludo de su amigo el tabernero,
-Una
cerveza y un bocata de tortilla, hoy no he probado bocado y estoy
esmayado.
-Lo
mismo para mí por favor Tomás, transmitió la mujer que a duras
penas seguía los pasos de su compañero.
Una
vez servidos, Emilia no pudo esperar más y lanzó a bocajarro las
preguntas que la habían estado atormentando toda la tarde:
-Y bien, ¿Porqué no me avisaste para resolver el caso y cómo coño
supiste el paradero de la chica y que estaba secuestrada?. Tras
soltar la gran duda que la corroía por dentro atacó el bocadillo de
tortilla de patatas, estaba riquísimo y el deleite de la comida casi
la hace olvidarse de la pregunta, por eso la voz de Espinoza la pilló
por sorpresa.
-
No te avisé porque no tuve tiempo de hacerlo y luego ya se volvió
imprudente el hacerlo, esperé el momento que no tuve dudas de que
allí estaba la chica y que algo peligroso podría ocurrir, por eso
os llamé por igual al cuerpo de intervención y a ti.
-Hace
muchos años, siguió hablando, esta vez perdiendo su mirada en el
techo, pareciera como si se hubiese trasladado en el tiempo a dicha
época. Yo acababa de ascender a inspector, me quería comer el mundo
e investigaba un caso de proxenetismo, la suerte hizo que pudiera
liberar a un chico que había sido secuestrado y por desgracia para
él, también capado. Al parecer su secuestrador se había enamorado
del joven y en un arrebato de locura, supremacismo o vete tu a saber
qué, le cortó los testículos.
Tomás
apareció con otras dos cervezas frescas, esto hizo que el inspector
cortase su relato y despertase de aquel viaje al pasado. Bebió un
sorbo largo y volvió a caer en aquella especie de trance.
El
chico torturado y secuestrado no era otro que Maurice, cuando lo
liberé se sintió en una especie de deuda eterna conmigo. El
secuestrador nunca fue apresado. El chico juró y perjuró que el
hijo de puta que le había hecho aquello era el político Carlos
Suner, pero este tenía una sólida coartada -del todo falsa- y el
caso se cerró sin más consecuencias.
Maurice
poco a poco se fue convirtiendo en lo que es hoy y el otro día en su
despacho, cuando me habló de vernos en el funeral de uno de nosotros
o de alguien afín, me estaba informando que habían o iban a
secuestrar a otra chica. Cuando nos dejó ver su entrepierna me
estaba indicando quien era el hijo de puta que estaba detrás de toda
la trama, el mismo que le había hecho aquél desaguisado en sus
partes. Esa fue su manera de informarme y saldar su deuda.
Más
tarde, “el negro”, aquel enano que me dijo dónde estabas
secuestrada, me avisó del rapto de la mujer embarazada de un
empresario importante de la ciudad, hijo del más grande hombre del
país, ¿Cómo supo aquel pequeño hijo de puta esa noticia?, no
tengo ni pajolera idea, pero até cabos, sabía que esa mujer estaba
en peligro de muerte, ya que ella sería la víctima que haría que
nos viésemos Maurice y yo en el funeral y que el tipo que iba a
ejecutarla era el mismo que le había cortado los huevos años antes.
Una
nueva pausa, esta vez para encender un cigarrillo, se escuchó una
tos reprobadora desde la barra, expulsó el humo al techo del bar y
prosiguió.
Marché
al congreso, sabía que aquel tipo estaba allí, esperé a que
saliera y lo seguí, se sentó a comer y cuando acabó
volvió al congreso, sentía que me había equivocado, que Maurice se
había equivocado, que aquella chica iba a ser asesinada y no podría
salvarla, cuando giró
sus pasos y se
metió en la tienda frente al congreso llamada “planetario”. Una
tienda de productos esotéricos, vaya, todo volvía a tomar color.
Esperé casi una hora y cómo no salía de local decidí entrar, al
ver que no estaba, mandé los avisos para que os presentaseis lo
antes posible.
Mientras
el tendero atendía a unos tipos, me colé en la trastienda, allí vi
la puerta. El
olor a incienso me puso alerta, cuando llegué el loco del Suner
tenía el puñal preparado para clavárselo a la pobre chica, di el
alto dos veces, lejos de obedecer bajó el arma con la mala intención
de acabar lo que empezó, le descerrajé tres tiros con la suerte que
uno de ellos lo dejó seco y no pudo cumplir su última voluntad.
Contaba
que acababa de matar a un hombre como si no fuese con él, como una
historia que había que le pudiera haber pasado a otra persona.
-¿Estás
bien?, preguntó la mujer a la vez que alargaba su mano para tocar de
manera afectuosa a Espinoza.
-¡Claro!,
exclamó el policía, -¿Porqué no iba a estarlo?, han perdido los
malos y ganado los buenos. Todo ello lo dijo con un tono de voz
invariable, sin ningún tipo de énfasis, plano. Hizo su
característica media mueca a modo de sonrisa y acabó con la cerveza
de un sorbo.
-¿Vamos?,
preguntó a la vez que se ponía de pié y encendía un cigarrilo.
La
inspectora Emilia Gutiérrez se quedó sentada, pensativa, sopesando
los pro y contras que le podría acarrear seguir a la sombra de aquel
individuo sin alma.
Se
hallaba meditando y absorta en sus pensamientos cuando escuchó un:
-Esto
no lo pongas en mi cuenta, lo paga ella.
-
¡Y una mierda!, se escuchó a si misma soltar en voz alta a la vez
que un resorte la levantaba del asiento, cogía su bolso y corría
hacia la calle, al pasar al lado de Tomás le grito.
-
¡Esto a la cuenta del inspector!.
Tomás
esbozó una sonrisa, sin dejar de secar los vasos miró cómo la
mujer daba caza al policía y se perdían juntos calle abajo.
FIN.