Buscar este blog

lunes, 26 de octubre de 2015

El doctor Terminal

 Horacio era un tipo anodino, su vida transcurría entre la mesa colocada de cara a la pared, en la esquina más sombría de una oficina bancaria.
 Llegaba siempre el primero al banco y se iba el último, así se ahorraba tener que hablar con nadie. Solo se comunicaba lo sucinto para sobrevivir.
 Odiaba los puentes, las vacaciones, todo aquello que perturbara su rutina. Por eso, aquella mañana de Octubre que se despertó con un fuerte dolor de estómago, nadie acudió a socorrerle.
 Tuvo la inmensa suerte que era un Lunes cualquiera de su triste vida, y que su no asistencia al trabajo escamó a su superior que llamó repetidamente a su casa.
 Un simple
 -¡Me encuentro mal!, ¡Ayuda!.
 Bastó para que Don Federico activase el protocolo de salvamento, y una ambulancia se personase en la vivienda de Horacio. Ante la imposibilidad de entrar, llamaron a la policía, estos a los bomberos, y así, en la calle Avenida del espíritu santo número 64, se montó tal guirigai, que Horacio casi se muere de la vergüenza antes que del dolor.
 - Tiene usted una enfermad de las llamadas "raras", dijo el doctor sin mirarle a los ojos, atento a los papeles que sujetaba con ambas manos.
 Horacio lo miraba desde la cama, entubado e inmóvil.
- Su vida se limitará desde ahora a beber agua y comer verduras, nada de grasas, nada de alcohol, nada de hidratos de carbono, nada de legumbres, nada de sal, nada de azúcar, nada de nada.
 La primera mirada que le dirigió el doctor "Terminal" por encima de sus lentes hizo que Horacio se empequeñeciera.
-¿Ha entendido usted?, si ingiere algo de esto, no durará ni dos días.
 No esperó ni a que el paciente le contestase, giró sus talones de forma marcial, y salió de su habitación.
 El silencio volvió a apoderarse de la estancia, solo roto por la respiración artificial conectada a su compañero de habitación. La última cama estaba vacía.
 Creyó que su fin era aquel, cuando escuchó a una de las enfermeras dirigirse a otra en voz baja, pensando que dormía.
 -Pobre, le ha tocado el doctor "Terminal"
 -¿Doctor "Terminal"?, preguntó inocentemente su compañera.
 -¡Cómo se nota que eres nueva!, le contestó en forma de reproche,
 -Le llamamos así porque es el último medico que tienen los pacientes...ninguno sobrepasa la semana.
No pudo ver la cara de susto y pena que puso la sanitaria, pero pudo sentirla tras sus párpados sellados.
Cinco días después, un enjuto Horacio recibía el alta. El único placer que tenía en su vida, que era la cocina y el buen comer, también le habían sido arrebatados.
 Aquella noche no podía dormir, una semana desde su ingreso en el hospital....como pasaba el tiempo. El doctor "Terminal" había acertado en su pronóstico, con lo cual Horacio era la excepción que confirmaba la regla.
 Sus pensamientos iban y venían, ¡Qué desperdicio de vida!, cuando podía no hice, ahora que no puedo quiero hacer....Así con estos reproches le sobrevino la modorra y cayó en los brazos de Morfeo.
 La mañana era soleada, estupenda, la antítesis del interior de Horacio. El desayuno, compuesto de un vaso de agua y una col hervida se le quedaron mirando.
 Allí estaba Horacio, vestido con la ropa que le caía por el cuerpo como el pellejo sobrante del gordo que fue mirando y siendo observado por la col y el vaso de agua.
Arrastró la silla y salió de la casa sin cerrar tan siquiera la puerta. En el primer bar que encontró entró y se atiborró de dulces, panes, embutidos, café,....
Dos horas más tarde se enfrentaba a una paella para cuatro, un surtido de pescados fritos, una tabla de queso, dos botellas de vino de la Ribera del Duero y varias jarras de cervezas.
La noche pensó que debería hacer la cena más ligera, y tan solo comió dos pizzas familiares.



No hay comentarios:

Publicar un comentario