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viernes, 23 de febrero de 2018

Gómez y el caso de las cabezas

Bajo el triste amanecer caminaba con paso decidido hacia ninguna parte. La acera resonaba bajo sus pies, creando una sonoridad ambiental que a todas luces indicaba que andaba con prisa. El frío aquella mañana era aterrador, Rocío sólo dejaba traslucir bajo aquel montón de ropas unos ojos verdes que brillaban como esmeraldas bajo el sol colombiano. Con el bolso agarrado con fuerza y pegado a su costado, pronto dejó de reconocer los edificios y se perdió en el océano de hormigón.
-¡Deje de comer chicle!. La presencia del desagradable detective no pasaba desapercibida. El joven oficial se tragó la goma de mascar impresionado por el porte de su superior.
Parecía sacado de una novela policíaca de los años cincuenta. Vestía con traje de chaqueta, corbata, gabardina beig y un sombrero de lana marrón.
Pasó por el lado de los agentes sin mirarlos, sólo cuando el olor a perfume barato se diluyó, los policías se relajaron.
-¿Qué tenemos aquí?, le preguntó al detective Martinez, un tipo bajo, rechoncho, con incipiente alopecia y unas gafas de pasta demasiado grandes para su pequeña cara. A diferencia de su compañero, Martinez vestía con un sueter azul y pantalones vaqueros.
- Parece un asesinato, dijo Martinez.
-¿Puedo echar un vistazo?, quiso saber el recién llegado.
-Adelante, todo tuyo Gómez.
La escena era aterradora, en la acera se apilaba un montón enorme de ropa, toda ella bien doblada. Delante, en la calzada, un par de botines de cordones con tacón, curiosamente, uno permanecía de pié y otro tumbado. Hasta ellos llegaba un reguero de sangre, Gómez siguió el rastro hasta llegar a una cabeza, el rostro no denotaba nada, pareciera que fuese de cera, lo único destacable, además de su enorme belleza y pelo naranja, eran unos enormes ojos verdes que miraban al infinito.
- ¿Y el resto?, preguntó sin apartar la mirada de aquellos ojos.
- No lo sabemos, le informó Martinez a la vez que garateaba en una libreta.
Un enorme suspiro salió de aquel enorme hombre ataviado con gabardina y sombrero.
-¿Han peinado la zona?,¿Tenemos algo más?. Siguió indagando.
-No hemos encontrado nada, sólo esto que tienes aquí delante. Martinez había cerrado la libreta y guardado el bolígrafo plateado regalo de sus hijos por su cuarenta cumpleaños.
-La científica buscará huellas dactilares, aunque no creo que encuentren nada. Se situó junto a su compañero. Vistos desde atrás, la imagen cuanto menos era curiosa, aquel detective que no llegaba al metro sesenta, y de cerca de ochenta kilos, junto al espigado compañero que sobrepasaba el metro noventa con aquel sombrero de ala y su gabardina beig.
-¿Por dónde empezamos?, quiso saber el más bajo de los hombres.
Gómez lo miró desde su atalaya y le dijo con voz muy seria: -No sé tú, pero yo voy a tomarme un café.
-¡No puedo más!, el grito de la mujer salió del despacho acristalado, todo el que estaba en el exterior miró con preocupación hacia dentro de aquella habitación transparente.
La mujer que gritaba se derrumbaba en una silla tras una enorme mesa, mientras que la otra mujer cerraba las persianas para que la intimidad fuese completa.
- ¡Vamos Marga!, intentaba animarla la joven mientras terminaba de convertir el despacho en un bunker visual. -¡Seguro que es un enfado pasajero!.
-¿Pasajero?, contestaba sin disminuir el tono de su voz, - ¡Es un grandísimo hijo de la gran puta!, afirmaba mientras unas lágrimas recorrían sus mejillas.
Inés, la joven secretaria, le tendía unos pañuelos de papel tratando de mitigar el dolor -No merece que derrames una sola lágrima por él.
-No es por él, es por mí. Contestaba acongojada Marga...

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