Los rayos del sol entraban por el amplio ventanal, la profesora los recibía en su costado agradeciendo aquel calor extra, ya que en el exterior la temperatura había llegado a cero grados. Luca la miraba extasiado, cómo su cabello dorado brillaba bajo la luz, veía cómo aquella mujer hablaba pero no oía sus palabras, su mente estaba en otro lugar, había alcanzado el Nirvana. Allí no necesitaba dormir, ni comer, no necesitaba desplazarse, no necesitaba nada, estaba pleno, satisfecho, en paz.
No reconoció la habitación, estaba llena de personas mayores, ancianos que incapaces de valerse por sí mismos eran arrastrados de un sitio a otro en sillas de ruedas, les daban de comer o trataban de hacer actividades físicas que le parecían ridículas, ya que esas mismas actividades las había hecho él hacía dos años en el jardín de infancia.
Un chico vestido de blanco se acercó hasta él, le miró a los ojos y pronunció, más bien preguntó su nombre. -¿Lucas?.
Luca sonrió, haciendo que el chico petrificase su rostro, -Sin S, me llamo Luca sin S, dijo con una voz que no se reconoció como suya.
El joven cuidador salió de la habitación despavorido, al rato llegó junto a una joven doctora, que incrédula acompañaba al alterado joven.
Luca, al contemplar a aquella joven de pelo rojo, que seguía al joven de blanco, sonrió, y sintió cómo unos rayos de sol atravesaban aquella melena rojiza, dejó de ver a los ancianos que le rodeaban, ya no olía la habitación a medicinas, orines secos y jabón barato, un perfume a lavanda inundó la sala, volvió a un nuevo estado de catarsis, ahora más allá del Nirvana, acababa de llegar al cielo, allí no necesitó ni el cuerpo.
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