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jueves, 20 de julio de 2017

Fotos del tiempo.

  Cuando era niña, me fascinaban las historias que los adultos contaban de manera sesgada. Recuerdo cómo se miraban entre ellos y con pocas palabras hablaban de algún suceso acontecido, con la gravedad suficiente, para que nosotros los púberes estuviésemos al margen. Me sentaba en el suelo, en una posición cercana para oír y apartada para poder ver los gestos sin molestar. Haciendo que jugaba con mis muñecas, ponía toda la atención en esos movimientos faciales furtivos unidos a palabras sueltas, para luego en mi desbordante imaginación, tejer las historias que se habían filtrado.
  La tía Matilde era mi comodín, considerada por todos como una mujer distraída pero en el más literal de los sentidos. Siempre quise poder navegar en su mente, me la imaginaba como un lugar anegado donde de vez en cuando aparecía un barco o una isla y entonces la tía Matilde conectaba con la civilización y el mundo que la rodeaba, mostrando una lucidez increíble, pero cuando tanta urbanidad la azoraban, embarcaba de nuevo en su nao y partía hacia el inmenso mar de su mente. Para mantenerla al día o preguntarle algún dato sobre los asuntos a encubrir, debían ser más explicitas. Entonces era cuando brotaba más información para aclararme las historias, que iba uniendo como un puzle.
 De esta manera fue como me enteré que mi primo Adolfito era adoptado, y que el color tan oscuro de su piel se debía a que era negro, y no moreno de naturaleza.
 Que a mi tía Antonia, la había abandonado el novio en el altar, y que eso había supuesto una vergüenza de tal calibre que se metió a monja y que aunque nos la pusieran como ejemplo de la llamada de Dios, lo único que hizo fue huir en vez de enfrentarse a sus padres y vecinos. A mí me molestaba mucho esa actitud servil que había adoptado, porque como niña, ahora mujer, no entendía porqué éramos diferentes las mujeres de los hombres. Y lo peor, auspiciado por las mismas féminas de las casas.
 Hoy tengo cuarenta y cinco años, he recorrido medio mundo y tengo tantas historias o más en mi haber que las que pudieran tener acumuladas las mujeres de mi familia. ¡Hay si la tía Paquita o la tía Pepa viviesen!, ¡Cuanto podrían disfrutar cotilleando sobre mi!.
 Dos matrimonios rotos a mis espaldas, un precioso niño de seis años que me acompaña en mis viajes y al que le oculto las historias más aberrantes de mi vida, cuatro libros publicados y miles de fotografías y artículos escritos para la revista que me paga.

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