- ¡Tres a uno que van cinco hoyos , tres barrigas y dos lisas!.
-¡Miguel!, una mano jalaba de su manga raída como el monaguillo tira de la cuerda de la campana mientras le repetía con voz suave su nombre de pila, ¡Miguel!.
-¡Déjame zagal, que estoy en racha! le decía el fornido hombre mientras empujaba con su antebrazo al pobre chico hasta hacerlo caer sobre la fría loza.
A sabiendas que apartar a aquel hombre del juego era una misión imposible, subió unos peldaños de la escalera que llevaba a las habitaciones del hostal, se sentó apoyando su cara en los barrotes viendo cómo aquellos insensatos se divertían apostando sus patrimonios y dejó que Morfeo le llevara al mundo onírico. Sólo en sueños era capaz de saciara su hambre con ricos manjares y descansara en mullidos almohadones rellenos con plumas de ocas.
El silencio lo despertó, abrió los ojos, Miguel miraba las tabas en silencio, los demás hombres callaban y miraban fijamente a Miguel, que palidecía bajo su espesa barba negra.
-¡Paga!, la voz era fría, seca, sin atisbo de compasión, alegría o cualquier otro tipo de emoción.
Miguel parpadeó varias veces, salía cómo de un trance y dejaba de mirar las piezas para decir con un pequeño hilo de voz.
-No, no tengo el dinero.
El grupo de hombres se apartó de la mesa, por fin pudo ver al hombre de la voz fría, delgado, vestido entero de blanco, su fino bigote rubio se movió en una desagradable mueca.
Sin apenas mover la boca, comenzó a hablar:
-Sabes que el juego es sagrado y que si se hacen apuestas hay que pagarlas. El honor -prosiguió el orador en aquella sala llena de humo y hombres atentos a sus palabras- es lo que nos diferencia de los animales, y si no hay honor, entonces te conviertes en un animal...hizo una pausa para encender un cigarrillo, el tiempo que empleó se hizo eterno. Si eres un animal, habrá que averiguar qué tipo de bestia eres para tratarte de igual manera, concluyó al expulsar la primera bocanada de humo.
Miguel miraba hacia dónde yo estaba, sus ojos estaban cargados de lágrimas, no creo que pudiera verme, pero estoy seguro que intuía que allí estaba lo único que podría salvarle.
-¡Bien ! concluyó el hombre del bigotito rubio, si no me vas a pagar con dinero, me haré una nueva taba con tus huesos...elige extremidad.
Miguel nunca más pudo volver a correr, cuentan que aquel hombrecillo rubio jamás pudo ganar una partida con las tabas del fémur de Miguel. Mientras, yo tuve que cargar con el tullido hasta que me uní a la banda de "el tuerto", pero esa es otra historia.
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