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miércoles, 5 de noviembre de 2014

Alba

 Aquella mañana despertó con la cabeza a punto de estallar, no entendía que diantres le pasaba. La noche debía haber sido mala de solemnidad. Se sentía sucia, cansada, rara por dentro y por fuera. Se dio una larga y cálida ducha que hizo que se desparramara por el desagüe todas aquellas sensaciones desagradables. Ahora un desayuno copioso y a currar, se dijo para sí misma. El día la tuvo muy atareada, de aquí para allá, de un pueblo a otro; bordeando la costa, viendo el mar a tiro de piedra, sentía una necesidad imperiosa de parar el coche y correr por la arena, bañarse en la playa, jugar, ser libre. Pero las obligaciones pesaban más y rehuía con dureza de esos pensamientos.
Llegó pronto a casa y se quedó en el sofá profundamente dormida.
Un ruido en el exterior la despertó de forma sobresaltada. Agudizó el oído, olfateó y corrió hacia la puerta gruñendo y ladrando. Salió a la calle y corrió hacia la playa, la luna llena iluminaba el mar que proyectaba la luz hacia la orilla. El Pastor Alemán se perdió en la noche.
 El Alba la sorprendió dormida en la arena, desnuda, con esa extraña sensación. No sabía donde estaba, se sentía asustada, cuando miró su cuerpo descubrió un extraño tatuaje en el costado, bajo su pecho izquierdo, un nombre quiso adivinar que ponía; No tuvo tiempo de más, una chaqueta de hombre la cubrió aportando un calor que la hizo nuevamente caer dormida.

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