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lunes, 3 de octubre de 2016

muerte

 La muerte debe esperar, salí de casa con lo primero que pillé, las escaleras las bajaba de dos en dos, pobre vecina del tercero que casi la arrollo al liarse mis pies con la correa de su pekinés, ¿Quien tiene ya pequinés cuando la raza lame coños de moda son los yorkshire?, caí rodando hasta toparme con la pared, el perro chillaba, me desembaracé de aquella cuerda que se liaba entre mis pies y continué la bajada, ya os he dicho que la muerte debía esperar, no me hice absolutamente nada en aquella tremenda caída, del pekinés no puedo decir lo mismo, ya que le pisé la cabeza antes de poder deshacer el último de los lazos que me unía a él.
 Imagino que os preguntaréis que a donde iba tan corriendo, y porqué la muerte no me alcanzó. Para ello deberíamos irnos dos semanas atrás, cuando realmente la muerte me dio caza. Cruzaba el semáforo en verde, cuando la moto de correos me arrolló.
 Os podéis imaginar el zipi zape que allí se formó, la señora que conducía la motocicleta desmayada, la gente acudiendo a ambos, mi cartera voló en mano de una experimentada joven que se  apropió de lo ajeno aprovechando la confusión. Y mi alma que se sacudía el polvo de los pantalones a la vez que decía:
 -No ha pasado nada, todo ha sido un susto-. Chico susto el que me llevé al verme tirado y sin respirar. Cuando apareció la parca negocié, ¿Que es imposible?, bueno, aquí estoy y no me sobra precisamente el tiempo para perder lo en tratar de convenceros.
 Desde hace dos semanas ando dando esquinazo a tan incisivo personaje, pero me temo que esta será mi última historia.
 

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