Sus ojos
miraban con inusitado interés mi boca, me sentía completamente a su
merced. Cuando nuestras miradas se cruzaban, notaba un escalofrío
que recorría todo mi cuerpo. Inclinada sobre mi, sus pechos casi
rozaban los míos. A cada segundo que pasaba mis labios se iban
secando, hacía rato que había dejado de tragar. Una sonrisa se
dibujó en su rostro y me dijo con voz profesional: “puede
enjuagarse usted la boca”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario