La mañana transcurría como todas las de aquel verano. Ya habían
pasado casi cuatro horas desde el amanecer y el sol entraba a
raudales por entre las rendijas de la persiana que antaño había
imitado la madera.
Con
el cuerpo sudoroso, atravesó la estancia salteando los montones de
ropa, acumulados durante semanas, y sin que nadie se encargara de
llevarlos a su natural procesado, cubo de ropa sucia, lavadora,
tendido, recogida, planchado y guardado.
Desnuda
como estaba entró en la ducha y dejó que el agua helada recorriera
su cuerpo, produciendo un escalofrío por toda ella, que si no fuera
por su estado etílico, nadie aguantaría. Sus pezones endurecieron y
su cabeza comenzó a dibujar a duras penas la noche anterior. El agua
limpiaba las zonas más borrosas de su mente, y comenzó a encajar
las piezas desordenadas.
Un
golpe seco rompió todos sus pensamientos, un reguero de sangre
comenzó a inundar toda la bañera, el cuerpo desplomado perdía la
vida sin llegar a entender el porqué de aquella situación.
- Maldita sea, gruñó desde la cama. Joder, joder, joder. Vociferaba a la vez que colgaba el teléfono con una ira inusitada.
- Maldita gota, volvió a maldecir, esta vez con cara de dolor aguantando estoicamente un brote de dolor.
-Cariño,
dijo una voz dulce a su espalda, no te sofoques, el médico te
aconsejó descanso.
- ¿Pero sabes lo que acaba de pasar?, seguía gritando, y sin tiempo a que su mujer pudiera responder, siguió chillando. ¡Han asesinado a una chica!.
Ante
la cara de incredulidad de su mujer, este siguió con el mismo tono
de voz -¡Que tendré que llevar el caso desde casa sin poder tener
agilidad de movimiento!.
Una
risotada silenció la habitación. -Perdona cariño, dijo casi sin
aguantar la risa, ¡pero si hace cinco años que estás jubilado!.
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