Todos no sentimos especiales en algún momento de nuestra vida, únicos, diferentes, mágicos, tocados por la divinidad. Esta historia que paso a narraros es cierta, yo la viví en primera persona.
Desde hace muchos años, mantengo una relación especial con quien yo llamo mi Dios. Nadie ha oído hablar de él, quizás mi mujer, que en alguna confesión de alcoba le he contado lo que ahora hago público.
Creo que fue sobre los catorce años, con la adolescencia cuando tuve conciencia de que somos energía. Desde entonces, mi relación con la materia cambió, ahora veo todo de otra manera, solo veo energía, con lo cual, nada se crea ni se destruye, sino que se transforma.
Recuerdo mi primera intervención con la energía, el primer favor, la primera vez que negocié con ella. Mi abuelo estaba a punto de fallecer, pedí a mi Dios una prorroga de un año, y me la concedió. Para ello, ofrecí mi energía vital para que mi abuelo disfrutase un año más entre nosotros. Tras el período pactado y cuando aún no tenía conciencia de mi relación con ella, el día de más energía vital que existía en la casa de mis abuelos, este falleció.
Cuando digo el día de más energía vital, es porque varios miembros de mi familia compartimos el mismo nombre, al nacer, yo lo recibí con la numeración de tercero que era el que me correspondía. Anualmente nos reuníamos en casa del patriarca a celebrarlo.
Ese año también nos reunió por última vez rompiendo un nexo de unión familiar.
Este Año, la mujer de mi abuelo falleció también en la misma casa donde habían vivido. Su muerte fue muy difícil.
Mi abuela Pepa fue siempre una mujer muy buena, casada con mi abuelo que había enviudado dejando a mi padre y mi tío huérfanos, cuidó de ellos y sus tres hijos naturales con bondad y mucho, mucho cariño. Rebosaba amor por los cuatro costados y mantuvo unida a la familia hasta más allá del día de su muerte.
Estaba yo preparando una escapada a la playa para recargar mis energías, sentarme ante el mar y dialogar conmigo mismo y mi Dios. La abuela empeoraba día a día pero su fortaleza no nos hacía pensar en un desenlace inmediato. Recuerdo, que cuando salí de trabajar me acerqué a su casa y allí me quedé con ella y me despedí por primera vez.
A las 8 de la tarde recibí una llamada, era mi madre anunciándome que habían avisado al cura para darle la extremaunción, me acerqué a la casa de la abuela y allí me quedé junto a la familia esperando la llegada del encargado de llevar a cabo el último de los santos sacramentos.
La agonía era exasperante, sus quejidos, su boca abierta y respirando con dificultad, la cara de mi hermana, enfermera de profesión que había estado junto a su abuela desde el primer momento, reflejaba una mezcla de resignación, pena, dolor e impotencia. Inmediatamente se produjo la llegada de nietos, amigos de la familia, hijos, nueras, hermanos, cuñadas, sobrinos de la abuela que desfilaban apesadumbrados por su habitación para dar el adiós, fijos junto a la abuela, estaban en un sillón mi madre con un dedo del pie recién operado, no se despegó de su madre adoptiva, (aunque era su suegra oficialmente), en ningún momento. La sempiterna sombra de mi hermana que asaltaba a la abuela cada instante para acomodarla y facilitarle en lo humanamente posible su agonía… mi tía, la más pequeña de los cinco hermanos y única hija constantemente agarrada a la mano de mi abuela, uniéndola al mundo de los vivos sin romper el vínculo que décadas atrás creara su madre con ella en su vientre. Una sobrina de mi abuela con una vida muy trágica y yo.
Las horas pasaban lentamente, el cadencioso quejido era constante, la casa se fue quedando vacía permaneciendo en ella algunos de sus hijos y los fijos de la habitación. Poco a poco, todos se fueron acomodando por las habitaciones y sofás repartidos en la casa. Cerca de las cuatro de la mañana, todos estaban descansando, solo quedaba yo despierto y me situé junto a mi abuela para darle mi mano y que supiera que ya podía irse tranquila sin miedo a nada.
Me senté a su lado, a mi alrededor todo era silencio y paz, solo roto por el quejido de la abuela, recuerdo coger su mano bajo las sabanas, notar la calidez y suavidad de esta y sorprenderme por el calor que desprendía. Mi energía pasó a su cuerpo y la abuela abrió los ojos, dejó de emitir quejidos y terminó su viaje. Recuerdo, que me sacó de mi abstracción el grito de la sobrina llamando a su tata, y a mi hermana incorporándose como un resorte y cerrándole los ojos a la abuela Pepa.
Hola Mago Mad
ResponderEliminarMi abuela no abrió los ojos. Se notó su partida en que poco a poco, como se consume una vela, fue dejando de respirar. yo no lo vi, me lo han contado, ni he visto morir a nadie.
No sé si tendría valor de enfrentarme a ese tipo de despedida.
Besos
Aquí me has pillado Mago; no puedo hacer coñas de este relato de tu historia familiar. Tristes momentos contados con sinceridad, y con ese toque original y algo "esotérico" que te caracteriza.
ResponderEliminarHola ardi.
ResponderEliminarLas despedidas son siempre tristes, pero cada vez que me he despedido de alguien en su lecho de muerte, algo de esa energía se queda dentro de tí. No hace mucho, estuve con un amigo que estaba muy mal, (coma irreversible), iba a verlo todas las noches cuando salía de trabajar, ya que no tenía familia. Por casualidades de la vida, fui un medio día a verlo y estaba ya unido a este mundo por un hilo imperceptible, me quedé con él hasta que expiró a la hora de llegar y no pasa día desde entonces que no me acuerde de él.
Fernando, no es que esté serio, ni pretendo hacerme más famoso, solo quiero gozar de la lectura de tus escritos y ya sabes como soy, si no pincho hasta ver sangre no estoy contento. :P.
Animate y deleitanos con tu pluma, la de escribir, que la otra la disfrutaran tus acólitos.
Yo nunca me he quedado con nadie.
ResponderEliminarEs mi punto debil
Si me encesitas, Silba
:)
que relato mago...Me pone un poco triste estos temas, pero es algo inevitable. Todos en algún momento llegaremos.
ResponderEliminarMe gustó más este relato que el anterior que leí....se nota que escribís con el corazón.
Yo por mi parte, para mi la muerte es un camino...uno de los mejores, por mucho tiempo le temí, pero se que pasa....y que hay que disfrutar de la vida, lo más posible. El año pasado perdí a un ser querido, y con el tiempo uno se va acostumbrando a no sentirlo cerca, sentir sus palabras de aliento, o sus puteadas...pero bueno yo todos los días pienso en él, es algo que no puedo evitar...al principio lloraba con sus recuerdos, ahora solo lo tengo presente con una sonrisa :D
besosss
lo se florchita y se de quien hablas, besos.reeppr
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