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jueves, 2 de septiembre de 2010

SUERTE

¿Que es la suerte?...
Suerte es pensar en alguien y coincidir en ese instante...
Suerte es ser elegido entre muchos...
Suerte es amar y ser correspondido...
Suerte es poder vivir para contarlo.

Aquella mañana se había despertado asqueado y con mal sabor de boca, la copiosa cena acompañada de tanto vino no le daban buena noche y se acentuaba al despertar. Sabía que no tenía más tiempo, hoy cumplía el plazo y si no le devolvía a Sanchez el préstamo lo pasaría muy mal.
Salió de su adosado y se dirigió al coche aparcado en la acera de enfrente, cuando una voz le detuvo en seco y apartó de su mente toda bruma.

- ¡Buenos días Salguero!, dijo una voz apagada, sin ningún tipo de énfasis que denotase tristeza o alegría.
A Salguero la sangre se le heló, apenas giró su cuello para observar a aquel esmirriado hombre de pelo largo y cara de ser un grandisimo hijo de la gran puta.
- Espero que me pagues lo que me debes, hoy a las doce de la noche cumple el plazo.
Montó en su coche y se dirigió al centro de la ciudad, decidió tomar la carretera de circunvalación y en la incorporación no le dio tiempo a frenar antes de destrozar su radiador y golpearse la frente contra el volante al atropellar a un galgo abandonado, que no tuvo mejor idea que cruzarse en su camino.
- ¡Vaya día!, maldijo para sus adentros. Abrió la guantera para buscar el número del seguro y solucionar todo aquel embrollo lo antes posible cuando entre los papeles descubrió una foto de ella.
Mariana, su amor, su único amor, aquella perla del Caribe que amó como ni tan siquiera se amaba a sí mismo, la mujer más hermosa y dulce que cualquier hombre hubiese deseado. Ya no estaba, la había perdido para siempre... Unas lágrimas resbalaron por sus mejillas.
Aún no estaba todo perdido, paró a un automóvil en medio de la autovía, era una chica joven, llevaba una L en la luna trasera. Abrió la puerta y sin casi darle tiempo a desabrocharse el cinturón la sacó del coche y arrojó al asfalto. La chica no protestó, aquello era demasiado surrealista como para que le estuviera pasando a ella. Salguero montó en el vehículo y voló hasta su casa. Buscó en el garaje y encontró lo que ansiaba, una escopeta de caza.
Cegado por el miedo, la venganza, el amor. Se dirigió hasta la casa de Sanchez. Llamó al timbre y adoptó una posición de asalto, la escopeta en la cadera apuntando a la puerta y las piernas abiertas. Abrió un hombre mal encarado, que no se asombró al ver a Salguero, solo lo miró a los ojos, luego se miró el agujero en el estómago y cayó de espaldas sin una sola protesta, sin un solo quejido.
Subió las escaleras y entró en una habitación abriendo la puerta de una patada, allí estaba ella, Mariana, semi desnuda mostrando su bronceada piel, atada de pies y manos y amordazada. Sus ojos le miraban pidiendo ayuda y reprochandole porqué la había puesto en aquella situación.
Sanchez se reía, sentado en la cama con la mujer entre sus piernas y el cuchillo en la garganta, pero en su risa no denotaba alegría.
-Sueltala y no te mataré, dijo Salguero, sorprendiéndose él mismo del tono de su voz, parecía que alguien lo estaba doblando y él solo se limitaba a mover los labios, ya que sus palabras sonaban tranquilas y poderosas.
La risa de Sanchez se convirtió en una mueca de asco y hastío, y sin dudarlo rebanó el cuello de aquella preciosidad. El cartucho destrozó la cabeza del prestamista.
Salguero salió de aquella casa arrastrando su alma, realmente aquel había sido un día de suerte, ¿o no?.

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