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miércoles, 24 de octubre de 2012

Andro y D.

Andro y D. Andro había oído que en aquel pueblo de Fuerteventura, vivía una santera que era capaz de solucionarle su gran problema. A sus 23 años, corroía el interior de Andro el no saber la opción sexual por la que decantarse. Lo había probado todo y de todo, pero no encontraba como satisfacer sus instintos más primarios. Había recorrido el mundo buscando a alguien a quien amar y tantas negativas lo habían llevado al límite de la desesperación. En la playa de Corralejos, sentada en la arena mirando hacia el mar; con amplios ropajes multicolor, una anciana escuchó las desventuras sexuales de aquel joven. Cuando la luna pugnaba con el sol para ver quien se hacía dueño del firmamento, Andro se levantó de la arena y dirigió sus pasos hacia el mar. Al contacto con el agua, una gran chispa saltó, un fuerte olor a quemado inundó el ambiente y Andro quedó inerte. Las olas del mar golpeaban los tobillos de aquel ser, y lo que Andro supo aquel fatídico día, es que las máquinas no pueden amar.

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